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Madres, a desagraviarlas: parteras de la memoria, aquí están; siguen buscando, y encontrando

A la vista está: días como el de la madre, son un invento al servicio del consumismo comercial. Pese a saberlo, hacemos la vista gorda y nos deslizamos en el afecto de la madre que nos trajo a respirar.

14/10/2023 23:01
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

 

   Antes de desagraviar a las parteras de la memoria, hoy tan ofendidas, voy a caer en la preciosa tentación, le dedicaré algunos párrafos a la autora de mi sangre, mi madre, Juana Zarategui, hija de vascos que no completó su tercer grado de la primaria, que no leyó jamás libro alguno, ni una solapa, ni una contratapa de libro leyó. Pero esta mujer hablaba el castellano como si fueran tres o cuatro idiomas. Me adivinaba el pensamiento y la intención y la gambeta. Apenas si escribía para firmar; lo único que hacía con lentitud.

    Cuento una: un Jueves Santo llegó a mi casa un ex socio de mi padre; venía a forzarlo a firmar algo. Con un revólver, le apuntó. Mi vieja, que estaba cerca, se metió en el medio y, petisa como era, sacando pechos empezó a empujar al revólver que seguía apuntando peligrosamente; el tipo fue retrocediendo hasta la vereda y se fue muy bien insultado.

   Cuento otra: cierto día mi padre trajo a la casa un lavarropas, basta de la lavar sobre una tabla en la áspera batea. Mi vieja salió al vecindario gritando la novedad: “¡El Andrés me regaló un jabón de lujo!”. Debía decir un “Eslabón de lujo”. Acertó con el error: ¿qué otra cosa es un lavarropas, que un “jabón de lujo”, para una mujer que durante toda su vida se la pasó lavando a mano?

    Hace años que mi madre respira de otra manera. Dejo de hablar de ella y paso a hablar de otras madres esenciales: las locas, hoy abuelas o bisabuelas, las parteras de la memoria. Por empezar, no caigamos en la trampa de creer que cuando hacemos memoria, retrocedemos. La memoria sostenida nos semilla un futuro diferente.

   Hay madres como yunques y las hay como martillos. Las hay como harina y como acero. Hay madres con dientes en los dedos y uñas en la mirada del corazón. Las hay capaces de dormir despiertas, asumiendo el insomnio como un deber. Hay madres ancianitas, preñadas de memoria, y madres hay capaces de abrirse el pecho, sacarse el corazón de cuajo y arrojarlo a nuestro rostro, a ver si salimos de esa sorda indiferencia activa que amparó los crímenes de los violadores de la vida y de la muerte, de los ladrones de criaturas desde la misma placenta.

    Hay, por aquí, vadeando obscenidades, madres capaces de no bajarle la mirada al sol. Son linternas, son parteras que rescatan a esos que por décadas permanecieron secuestrados de identidad. Porque ellas todo lo pueden con el corazón de par en par. Sin una pedrada, sin disparar una bala recuperaron ya 133 nietos.

Nuestra Argentina es famosa en el mundo porque aquí nacieron Gardel y Fangio y Borges y Leloir y Maradona y Messi. Famosa por el tango que abraZSa los cuerpos. Pero desde hace más de cuatro décadas la Argentina también es admirada por sus tenaces Madres Abuelas de Plaza de Mayo.    

   Recordemos: eran un puñadito y giraban bajo lluvias de diluvio o bajo soles rajantes. Giraban solitas y desguarnecidas, “inútilmente” giraban. No sabíamos, tardamos en darnos cuenta que esas tercas eran las panaderas de la memoria.

Muchas ya rumbean para los 100 años de edad; ancianitas, siguen saliendo, siguen buscando, siguen pariendo. Ya no van solas, las acompañan seres de todas las edades, entre ellos  jóvenes que no habían nacido cuando ellas empezaron a girar, allá en la eterna oscuridad de 1976.

    La preciosa novedad es que los miles que están con las Madres Abuelas en esta infatigable faena de darle vuelta los bolsillos a la muerte, aparte de la vehemencia de los estribillos, alzan alegría. Porque no sólo estamos para el luto, también estamos para la alegría. 

   A propósito del coraje ilimitado de las madres, hay interrogantes a considerar. Por ejemplo: en una sociedad tan fogoneada por los elefantes medios de des-comunicación para el miedo histérico y para el descompromiso y para la paranoia convertida en ideología, en un conato de república así sembrado, los actos arrojados de estas madres cruciales, ¿no vendrían a ser una suerte de compensación?

   Fueron la última cornisa de nuestra dignidad. El coraje de ellas no es un coraje en cómodas cuotas mensuales, es un coraje sin red, de cuajo.

Estas mujeres, ¿son realmente heroínas o sólo responden a esa sagrada expresión del egoísmo que es la protección materna?

   Animémonos al interrogante: lo de ellas, ¿es puro coraje o es ciego amor convertido en inconsciencia irreparable?

   En todo caso, la inconsciencia de estas Madres ante situaciones extremas, muestra que saben pensar con el instinto; convierten al instinto en pensamiento.

   Pero no hay caso, algunos prefieren decir que el coraje de estas Madres no es otra cosa que ciega desesperación.

   Ante los minimizadores de las Madres Abuelas, tan insultadas ellas en el año 2023, reduciéndolas a mera expresión de inconsciencia, propongo meditar una gran paradoja: es notable cómo la mentada “inconsciencia” de estas mujeres vino a servirnos para desactivar el descompromiso. Tal la paradoja: la supuesta “inconsciencia” de ellas sacudió la “conciencia” de una sociedad sumida en el cómodo limbo de la digestión.

    Pero, sea coraje o inconsciencia, es evidente que los sacudones de conciencia provocados por las Madres algo despertaron en una sociedad anestesiada por la costumbre del miedo. Ellas incomodaron sin feriados. Por ellas aprendimos a diferenciar abstinencia y prudencia, desmemoria y reconciliación. Y aprendimos que la paciencia es lo contrario de la resignación.

    ¿Qué sería de esta patria idolatrada sin las arrojadas acciones de estas madres? ¿Estaríamos de pie? ¿Estaríamos en cuatro patas? ¿Estaríamos? Escribió Susana Sontag: “Se nos ha enseñado a olvidar perfectamente. Y ésa es la base de nuestro optimismo”. Pero este concepto, tan dolorosamente cierto, se desactiva por completo a propósito de nuestras Madres del pañuelo. Ellas pueden ser optimistas porque no olvidan, y no nos dejan olvidar. Ellas nos enseñan que no hay alegría bien habida sin memoria. Y más: que la memoria es la forma más ardua y necesaria del optimismo. Lo que se dice: el optimismo de la memoria.

    En este mes de las madres vaya para las parteras de la memoria nuestro abrazo más hondo. El negacionismo ha sido superado; quienes niegan en el fondo están celebrando los años de barbarie; los afirman, los celebran a esos años nefastos. Allá vienen, ellas. Aquí están, siguen buscando, y encontrando, ellas. No se toman feriados, quedan más 300 nietos que no saben como se llaman.

 

* zbraceli@gmail.com    ///    www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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