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La mujer no quiere flores ni bombones, reclama igual pago por la misma tarea

Damas y caballeros, estamos cabalgando el mes de marzo del año 2025 después de Cristo. Vamos poner una pregunta sobre la mesa: los hombres, ¿dónde están? La pregunta quedará un rato en remojo.     

08/03/2025 23:41

Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires

 

   Han pasado unos pocos años desde que decenas de miles de mujeres amasaron un hecho histórico, que no podrá ser borrado con el codo ni con la indiferencia nuestra de cada día. Entonces fuimos sacudidos por una marcha en la Plaza del Congreso, replicada en las plazas centrales del país entero. Aquella marcha enarboló la consigna del “Ni una menos”. Este año, este sábado 8 de marzo, la convocatoria suma la consigna “Viva nos queremos”. Vivas. Y con la paridad como signo.

   El Día Internacional de la Mujer Trabajadora es una invitación a la reflexión. Lo que piden es una obviedad: el mismo sueldo por el mismo trabajo. ¿Quién puede objetar esto? Sin embargo, desde el capitalismo neoliberar se resiste y se ataca eso que aparece como obvio.

     Los femicidios, por ejemplo en el 2015, siguen convertidos en rutina: Aquí, 286 femicidios en un año. ¡Aquí! Y de pronto asoman los varones con el regalito pordiosero envuelto en papel celofán. ¿Flores o bombones? Y ella gritan “¡Basta de regalitos. Queremos igualdad, la merecemos. El miso pago por igual trabajo!”.

    Ellas han salido a la calle con enojo, y no van a retroceder. Basta de ramitos de flores. Quieren ser respetadas en los hechos. Últimamente, entre los avances de la década pasada, en nuestra patria a veces remolona y desmemoriada, está el de la mujer que ha salido a tomar la calle con sus veredas, a enfrentar la rutina de violencia, de acoso, de injusticia laboral. Ha salido, además, a reclamar el derecho a ser dueña de su cuerpo. Y de sus goces. Y de sus sueños.

     Algunos –demasiados todavía–, tratan de cambiar el eje de la cuestión diciendo que también hay mujeres abusadoras y hasta golpeadoras. Y argumentan que después de todo el machismo ha sido inculcado por madres machistas. Por unos segundos vamos aceptar que los dos argumentos son válidos. Pero el momento se nos convierte en eternidad. En coartada. Y no justifica en absoluto la galopante “costumbre” de los femicidios. Ni el acoso callejero, ni el acoso laboral, ni la desvalorización del trabajo femenino, ni que se reglamente el porcentaje de mujeres que pueden y deben aspirar a cargos políticos.

   Desde siempre, entre nuestras costumbres ha estado esa de tirar la primera piedra sobre la mujer. Muuuy lentamente se está modificando el hábito policial y jurídico y social y familiar de culpar a la víctima cuando es mujer, porque es mujer. Cuántas veces nuestro periodismo deja caer el guante de la sospecha en niñas violadas y martirizadas y asesinadas. En la mujer, sobre todo en la mujer, funciona aquello del “en algo andaría”, “por algo será”.  

     No está demás recordarnos que el mundo se compone de esto y de aquello. Se compone de mujeres madres que germinan hijos y de torturadores que aplastan las semillas. Se compone de infinitas hembras que hacen la vida y de muchos varones que hacen la muerte invocando a Dios y a la patria y a la familia.

    El caso es que la vida en el mundo tiene pulso porque aquí y en el resto del tan violado planeta, sucede esta pulseada. Porque la mujer ya ha dejado de hablar bajito o de callarse la boca. En la pulseada, la mujer viene siendo decisiva. Y no sólo porque atesora el don de poder engendrar hijos. La mujer, aunque nos duela a los varones, y nos asuste, viene desatándose. Ha dejado de ser la sombra, la sirvienta, la partenaire del hombre. Y los varones hemos pasado, de amos, a ser acomplejados que reculan. Nos llevará tiempo aprender lo esencial: que la pareja se hace con dos que caminan y sueñan, a la par. La liberación de la mujer no significa la humillación del hombre.

   Es cierto y evidente que las cosas van cambiado. Y para mejor. Mientras los hombres miramos fútbol y eructamos, la mujer desde hace un buen rato viene estando en otras búsquedas. Ellas han descubierto su cuerpo, y para sus días y sus noches quieren bastante más que procrear y cocinar. Ahí las tenemos: que yoga, que gimnasias, que meditación, que caminatas conversacionales, que cursos de ikebana, que nueva era, que talleres literarios, que esto, que aquello. La mujer está abierta a todos los aprendizajes, tiene sed y se desata cada día. El hombre, mientras tanto, sumido en la conformidad, con la Vida hecha, se ha instalado en el embotamiento hipnótico. Claro, al salir del embotamiento nos encontramos con que de pronto del sexo nosotros sólo sabemos que “a las mujeres hay que bajarles la caña”. En otras palabras, apenas si sabemos las vocales del abecedario. Mientras tanto ellas, las “débiles”, aprendieron el abecedario entero, y hace rato saben leer.

    Los varones, los supuestos hombres, no le tengamos miedo a las marchas reflexivas. Participemos de ellas. Con ellas. Nosotros también tenemos que bregar por el “Ni una menos”. Respaldamos el “Vivas nos queremos”. Salgamos de la modorra, salgamos de la digestión ininterrumpida. Y no sólo esto: aprendamos de las mujeres. Aprendamos de las madres y abuelas de la intemperie que desde hace años nos vienen enseñando el optimismo de la memoria. Y enseñando que la paciencia es lo contrario de la resignación.

    En estas marchas tenemos, debemos, estar también los hombres. Para sobreponernos a la consentida costumbre del machismo. Para superar el hábito de la cobardía, el hábito del prejuicio alevoso, el patético hábito de pensar y sentir que somos superiores porque tenemos más masa muscular y contamos con complicidad social.

    La pregunta que quedó en remojo, está aquí: “Y los hombres, ¿dónde están?”, debemos afrontarla nosotros, los supuestamente hombres. En esta marcha de “Ni una menos”, porque “vivas nos queremos” los hombres tenemos que estar. Codo a codo. Con las mujeres. Con los seres que amamos. Porque sólo con la mujer liberada, el hombre podrá sentirse algo más que amo, algo más que propietario. Sentirse hombre. Y a partir de ahí, sin complejos, afrontar la todavía efectiva impiedad del neoliberalismo. Tenemos tanto por delante, por ejemplo tanto como compartir, con ellas, los misterios de esta vida que no tiene por qué ser, eternamente, “una herida absurda”.

  En fin, tengamos el coraje de afrontar la igualdad siendo diferentes. El Paraíso no queda lejos. Queda aquí. Si nosotros al paraíso lo hacemos, con ellas. Pero ojo, con la pareja emparejada. Tenemos el siglo y el milenio por delante. Soltemos los dedos de nuestra sangre, los ojos de nuestra saliva, la mirada de nuestra piel. Hagamos el amor con las manos limpias, porque no nos lavamos las manos. Vayamos a las marchas de las mujeres. Con las mujeres. Sabiendo que ellas no quieren más regalitos, ni flores ni bombones. Nos necesitan, nos necesitamos. Emparejados, realmente.

 

 

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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