Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires
Aquella noticia referida al grandísimo cabrón, cobarde y asesinador serial, me llevó a recordar, para compartir, un pasaje de mi “Violeta viene a nacer”, obra que escribí hace ya casi tres décadas. Entonces junté al sumo criminal con la Violeta y en la ficción teatral pasó lo que sabemos, la Violeta se mató el 5 de febrero de 1917. Tras su suicido, inesperadamente Violeta despierta ¡pero en el paraíso! Se espanta porque “allí no están los olores de las comidas, hay olor a incienso y hay cantidad de fruncidos”. Ante eso, en mi ficción no es para menos: la Violeta decide suicidarse otra vez, ¡vuelve a nacer!, y reanuda las empanaditas que dejó a medio hacer. En su vuelta se entera de la carnicería humana acaecida en el otro 11 de setiembre. Y sale a buscar al hediondo dictador. Cuando lo encuentra, le descarga una insultación que culmina mandándolo al sitio de donde brotó Pinochet, la lora de la madre que lo parió.
Hace 58 años Violeta Parra se nos fue a respirar de otra manera; comparto un breve momento teatral. Es cuando ella decide recuperar la alegría, la celebración, la fiesta. Escuchemos a la huracanada Violeta:
“... Esto es harina y agua; mis manos amasan y en haciendo pan les digo lo que me digo: desde que la Tierra late esto viene siendo un perpetuo valle de lágrimas. De lágrimas muy mal repartidas, como los panes. A más lágrimas, menos panes. Joder con la aritmética, ¿no? Pero, no sólo las lágrimas, hay otras cosas que nos pertenecen. Y las vamos a recuperar, por fin.
“…¡Manos a la obra pues! Vamos a agarrar lo que desde siempre nos pertenece: el agua y el fuego y el semblante del aire y el color de los colores y los cinco sentidos ¡y el sexto también! Así pues: los güevos y las güevas en su sitio: ¡basta ya de Altos Santos y Altos Mitos! ¡Basta ya de altares enchapados en oro obsceno! ¡Basta ya de tilíntilín! Porque a la Tierra aquí la tenemos, más acá y más allá de nuestras narices: rasante, toda, es un sucesivo interminable altar. Nuestros santitos sólo tienen el abrigo de la intemperie, no tienen otras armas que cuchara y cuchillo y tenedor, no tienen otro escudo que el solito corazón...
“… ¡Ah, qué prodigiosa viene siendo la tierra que nos parió, y nosotros tan distraídos, con el pescuezo roto ¡de tanto mirar p´arriba!... Les digo lo que me digo con el pan ya pidiendo la calentura del horno: El júbilo era de nosotros. Era, y lo perdimos. La alegría era de nosotros. Era, y la perdimos. La fiesta era de nosotros. Era, y la perdimos... Señoras y señoritas, perdimos todo lo que nos quitaron, pero ojo al piojo, ¡también perdimos todo lo que perdimos!
“… Ellos, los buitres almidonados, hicieron lo suyo sin tregua y hasta en las fiestas de guardar. Ellos nos vienen domando el pulso, porque nosotros no hacemos lo nuestro; extraviamos lo que fundó la Tierra, lo único que no se compra ni se vende: perdimos la celebración, perdimos la sagrada alegría. Ellos, qué apretaditos hacen lo de ellos. Nosotros ¡a lo nuestro!, qué postergado lo tenemos. Porque, carajo, seguimos malentretenidos, somos comentaristas tardíos de masacres e injusticias ya consumadas...
“… Señores y señoritas, ¡el sufrimiento no se puede negar y es justo el llanto y cierta es la úlcera de la injusticia! Pero no nos hagamos gárgaras con la enfermedad y la derrota. Lo nuestro está muy pendiente, y no siempre por culpa de los otros... Cantores y escribas y creadores: ya basta de regodeo y de regusto con la enfermante enfermedad. La enfermedad es lo único que goza de buena salud. Así pues, basta ya de ofender con la costumbre de tanta lágrima a los muertitos, a nuestras florcitas desgajadas: adiós a la penumbra y a los pañuelos: debemos recuperar lo primordial perdido.
“… No nos importe que lo sencillo, así en la vida como en la literatura, no tenga prestigio: en la nuez de lo primordial está nuestra única posible salvación. La salvación en nuestras manos está, como este pan que ahora palpita entre mis dedos. Lo nuestro es vadear la muerte contra natura, es doblegar el luto, es desnucar la rutina. Lo nuestro es alzar las polleras para que la sangre se entierre en la sangre ¡y haga más sangre! Lo nuestro es ver oír paladear olfatear y tocaaaaar. Lo nuestro es lo que hace rodar la rueda de la Vida. No es sólo la sangre ofendida y el llanto y el luto sumiso. Lo nuestro es ¡la sangre adentro de la sinfonía de los cuerpos!
“... El pan cuenta con el fuego. Va por su semblante. Ay, mamita mía, perdón por tanto sermón. ¿Mis palabras suenan a puro verso? Caray ¡carajo! como que me llamo Violeta, juro que no va a amanecer otro sol sin que antes, aquí, suceda ¡la fiesta! ¿Que con qué vamos a hacernos la fiesta si no tenemos más tierra que la de las orejas? ¡Ja!, no tenemos nada, pero tenemos taaaanto: tenemos la sangre que no amaina y tenemos la saliva y la sal ¡y el sol está de nuestra parte!
“… ¿Nos vamos entendiendo pues? Aquí vamos a recuperar la fiesta por dos razones: porque sí, y porque se nos canta. Y la alegría será. ¡Aquí no va a quedar muñeco quieto, ni títere con cabeza, ni esqueleto en su sitio, ni pajarito de pajarón desmayado, ni chucha con el himen pendiente!
“...Ya pues. El pan asoma desde el horno y las empanaditas emocionan el aire y el vino viene para meternos música en las venitas del cuerpo. Ya pues. Estamos con la plena vida. Y la vida se deja…”
Posdata: en tiempos en que el neoliberalismo es “un monstruo grande y pisa fuerte”, hay que hacer como la Violeta: salir de la autocompasión y recuperar la fiesta y la alegría (también hoy afanadas).
Manos a la obra. El mundo de los humanos insiste en suicidarse. Pero no lo dejemos, no lo dejemos. Que no, que no se salga con la suya el mundo. Y ya basta de celebrar el luto.
* zbraceli@gmail.com =/= ww.rodolfobraceli.com.ar
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