Por Sergio Levinsky, desde Madrid
¿Qué hacía allí Infantino, entreverado en los entresijos del gran poder mundial, en pleno Capitolio, y a metros de Bill Clinton, George Bush o Barack Obama, o de Elon Musk, siendo apenas un dirigente del “soccer”, como se llama a nuestro fútbol en los Estados Unidos, para diferenciarlo del fútbol americano?
Es una pregunta pertinente para estos ratos momentos que vive el mundo y que ya ha comenzado a comprobarlo en menos de una semana. Pero se puede ir respondiendo que Infantino no sólo estuvo presente en una ceremonia reservada para muy pocos, sino que antes también visitó a Trump en su residencia de Mar-a-Lago en Palm Beach, Florida.
Más allá de lo que hayan hablado Trump e Infantino, es claro que esta FIFA de hoy tiene bastante poco que ver con aquella que comenzó a gobernar el actual presidente, que asumió en Zurich el 24 de febrero de 2016 prometiendo muchas cosas que luego no sólo no cumplió, sino que hizo todo lo contrario.
Ni duró poco en el cargo -luego de criticar a su antecesor Joseph Blatter por su larga permanencia- ni fue cristalino en sus procedimientos (desde la elección de sedes para los Mundiales hasta los intentos de achicar la distancia temporal entre ellos -fracasada por el momento por el rebote que dieron la UEFA y la Conmebol-, desde ignorar las decisiones judiciales tomadas contra exdirigentes por el llamado “FIFA-Gate” hasta volverles a permitir a las grandes cadenas de TV comprar los derechos de los torneos aunque hayan tenido los peores antecedentes judiciales.
Pero hay mucho más que eso, y se trata de la connivencia y de los negocios con el mundo árabe, sin reparar en el respeto a los Derechos Humanos en muchos de esos países, a los que se les entregó todo, aunque la mujer sea postergada y hasta anulada en la vida diaria, y hasta aceptó la prohibición de beber alcohol en los estadios, lo que justificó en una insólita conferencia de prensa durante el torneo al responderle a un periodista que preguntó sobre el tema que “nadie se va a morir si no toma una cerveza por noventa minutos”.
Infantino no fue capaz, en todo el Mundial, que duró un mes, de aprovechar su cargo y la repercusión que tiene el fútbol -hoy ya, sin dudas, mucho más que un deporte, tal como se pudo notar por el propio simbolismo de la presencia del dirigente en Washington durante la asunción de Trump- de pedir o de exigir que se suspendiera la ejecución programada para el defensor del Iranjavan Amir Nazr Azadani, de 26 años, por participar en una manifestación contra la represión del régimen de los ayatollah, particularmente contra las restricciones de los derechos de las mujeres, como sí se movilizaron el sindicato mundial de futbolistas (FIFPRO) y otros organismos.
Tampoco estuvo permitido, durante el Mundial, la cinta de capitán con los colores del Arco Iris, que simbolizan el apoyo al colectivo LGTBI+, algo con lo que también habrá sido del gusto de Trump, para quien sólo existen dos sexos, el masculino y el femenino, como ya planteó que ignorará al resto de los colectivos en su país.
No todo termina allí, porque Infantino siguió beneficiando a países árabes, concediendo a Marruecos Mundiales de Clubes y de selecciones (en éste último caso, como socio de España y Portugal para 2030, con la explicación de que se trata de un torneo “de tres continentes” porque al modo de Trump, quien ya dejó entrever la poca relevancia que tendrá América Latina en su gobierno, le otorgó a tres países sudamericanos (Argentina, Uruguay y Paraguay) la dádiva de un partido en cada uno de ellos, motivo por el cual, de manera increíble, el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, emitió un video en el que aparece bailando de alegría en las redes sociales, pretendiendo que lo “conseguido” fuera tomado como un éxito.
Entre esos beneficios al mundo árabe debe enumerarse como otro de los más importantes, la designación de Arabia Saudita como sede del Mundial 2034, al aparecer, a último momento, como única candidata, al retirarse, sorpresivamente, todos los contrincantes cuando cada vez se presentan más candidaturas a organizar el torneo. La Federación Australiana, la última en desistir, podría quedarse con el segundo Mundial de Clubes en 2029 como compensación, aunque ya le salieron tres competidores: España -pese a los escándalos con tres de los últimos presidentes de su Federación, dos por corrupción y otro por un beso en la boca no consentido a una jugadora en una premiación-, Marruecos (una vez más) y, oh casualidad, los Estados Unidos, que a mediados de este año será sede del primer torneo de la historia con 32 equipos y con la plataforma DAZN pagando mil millones de dólares para transmitir todos los partidos de forma gratuita. También es un misterio por qué China frenó su expansión en el fútbol cuando desde 2010 que venía postulándose.
Infantino entendió el mensaje de las dos confederaciones más tradicionalistas del fútbol, la UEFA y la Conmebol, acerca de que no quieren mundiales cada dos años y entonces se agazapó y aceleró por otro costado, el de organizar un Mundial sub-17 cada año, para lo cual otorgó la misma sede, por cinco años consecutivos, a Qatar, desoyendo el interés de muchos otros países para ser sede e irse preparando para torneos de mayores. Esos torneos, además, tendrán la participación de 48 equipos, la mejor manera de quedar bien con más federaciones, que terminan siendo, claro, más votos a la hora de otra reelección o de un nuevo negocio.
Nada es casual, pero menos aún que, silenciosamente, la FIFA haya trasladado por lo menos la mitad de su sede a Miami, abandonando de a poco la de Zurich, donde debe pagar impuestos muy caros y ya ha sido advertida por eso. Y la mudanza a los Estados Unidos ocurre en el mismo momento en el que este país fue sede de la Copa América 2024 y será sede del Mundial de Clubes 2025, el Mundial 2026 (junto con Canadá y México, sí, pero con mucho mayor protagonismo) y acaso el Mundial de Clubes 2029 y no podría extrañar a nadie que, para alguno de esos acontecimientos, nazca algún acuerdo con Facebook, Twitter y hasta con Elon Musk, vaya uno a saber en qué.
Infantino, como su amigo Trump, hace tiempo que ya no disimula. Con su nueva moda de traje y zapatillas blancas relucientes es capaz de aplaudir todo lo que le convenga, desde un anuncio de retirar la nacionalidad de los inmigrantes que ya la habían conseguido o que estaban a punto de conseguirla, o del cambio del Golfo de México por el Golfo de América, el del intento de la compra de Groenlandia o aparecerá sonriendo en cualquier foto con mandatarios de países que discriminan a diferentes colectivos, y no tendrá empacho en cambiar la sede del Mundial sub-20 de Indonesia a Argentina porque los asiáticos no aceptaban que jugara la selección israelí en su territorio, pero al rato le otorgó a Indonesia, bajito para que no se oiga, un nuevo Mundial, el sub-17, apenas tres meses más tarde.
Nada de sanciones por discriminar. Si el problema es la selección israelí, para evitar problemas, se cambia la sede y se otorga otro Mundial.
En un tiempo en el que cada vez se opera con menos diplomacia, en el que uno de los máximos aliados del presidente con mayor poder en el mundo puede realizar el saludo nazi en pleno Capitolio, en el que cada vez importa menos herir sentimientos ni tener en cuenta a tantos colectivos, el fútbol parece estar a tono.
Tampoco parecen importar demasiado los valores del deporte y por esa misma razón, el presidente de la FIFA puede bajar al césped y anunciar en Miami que el Inter disputará el Mundial de Clubes este año y que debutará como local sin que haya ganado el torneo nacional del país, la Major League Soccer (MSL) sino sólo la parte correspondiente a la Costa Este. De otra forma, lo que dice al mundo es algo que ya todos presienten: que Lionel Messi debe estar en el torneo, pase lo que pase, gane o no su equipo. Al fin de cuentas, sigue siendo todo lo mismo: las condiciones las pone el poder, gusten o no.
¿Cómo en este mundo de plataformas globales, ultracapitalista, del gran negocio global, el fútbol, en tanto manifestación cultural de mayor alcance universal, no iba a tener un lugar reservado para la élite? Y allí estaba Infantino, en el Capitolio, esperando para darle un abrazo, sonriente y para la foto viralizada, a su amigo Trump.