Por Sergio Levinsky, desde Madrid
Precisamente Tchouameni y Vázquez fueron señalados casi de manera unánime por la prensa española como los máximos responsables de la débacle ante el Barcelona en la abultada derrota de 5-2 por la Supercopa de España, en Arabia Saudita, que dejó a los blancos sin la chance de llevarse el “Septete”, todos los títulos de la temporada (Supercopa de Europa, Supercopa de España, Liga Española, Copa del Rey, Copa Intercontinental, Champions League y Mundial de Clubes).
Cuando terminó de transcurrir el anuncio de la alineación, apareció en la pantalla la imagen del entrenador italiano Carlo Ancelotti -quince títulos con el conjunto blanco, el más ganador de la historia- y hubo, por partes iguales, silbidos y aplausos.
Pocos recuerdan ya que Tchouameni es un volante que participó del Mundial pasado con la selección francesa, que llegó a la final (de hecho, fue el que remató desviado el tercer penal ante Argentina cuando previamente, Emiliano “Dibu” Martínez utilizó herramientas de manual de psicología para ponerlo nervioso) y que tiene un parecido físico y de juego con su compatriota Paul Pogba, y que el Real Madrid pagó por su pase unos 60 millones de euros al Mónaco si nos basamos en cifras oficiales, pero bastante más sumando impuestos y la prima al jugador.
Lo que sucede es que Tchouameni está jugando en una posición que no es la suya, porque el Real Madrid tiene lesionado al brasileño Eder Militao, y el austríaco David Alaba recién ocupa el banco de suplentes luego de una larga lesión, y el francés no rinde allí de la misma forma que cuando pasa al medio. Bastó que Ancelotti colocara atrás al joven de las divisiones inferiores Raúl Asencio y mandara ante el Celta al medio a Tchouameni junto a Ceballos y a Modric (ninguno de ellos hoy titulares) para que quedara claro cuál es su verdadera posición en el campo de juego.
Sin embargo, de poco sirvió. Como pocas veces se ha visto en el Santiago Bernabeu en los últimos tiempos, en cada pelota que tocaba el francés partía una silbatina de los cuatro costados del estadio. Tchouameni, jugador con bastante experiencia ya, no pareció inmutarse. Siguió tocando y hasta sorprendió sacando un muy buen remate desde larga distancia que estuvo muy cerca de ser gol. A partir de allí, la reprobación fue bajando hasta hacerse imperceptible en el segundo tiempo.
Si Tchouameni parece no haber llegado con el pie derecho desde el Mónaco, distinta era la situación de Lucas Vázquez, hasta hace poco muy elogiado como un lateral derecho de garantías, por velocidad y carácter, para reemplazar, cuando no juega -como ahora, por otra larga lesión- al lateral derecho Daniel Carvajal, que también integra la selección española.
Vázquez ganó nada menos que 23 títulos (9 nacionales y 14 internacionales) con la camiseta blanca, pero de buenas a primeras, un muy mal resultado ante el Barcelona y un andar no muy seguro del equipo en esta temporada (luego de ganar la Champions League en la pasada y en ésta, la Copa Intercontinental y la Supercopa de Europa) motivó los silbidos de más de un sector del estadio.
Pero si pudiera sorprender lo de Carvajal, seguramente más lo de Ancelotti, reconocido de manera unánime en España por su manera de llevar el vestuario, sus inteligentes respuestas -y silencios- en las conferencias de prensa, y su señorío en el trato con propios y extraños, pero, además, por su carácter ganador, habiendo triunfado en Italia, Alemania, Francia, Inglaterra y España, un lujo que no es para cualquier director técnico.
Sin embargo, en estas horas pudo leerse en columnas en medios de la capital española que de no ser por lo que ganó, Ancelotti ya habría hecho las maletas por el resultado ante el Barcelona, o que “esto es el Madrid” y entonces nadie puede soportar un par de malos resultados o que el equipo, durante esta temporada, “no juega a nada reconocible” (¿no es el mismo equipo que a principios de junio levantaba su decimoquinta Copa de Europa?).
El desconcierto es tal, que Jorge Valdano, siempre defensor de un fútbol vistoso, llegó a escribir en su columna que si los dos delanteros del equipo (por el brasileño Vinicius Junior -considerado “FIFA World Player” en la temporada pasada- y el francés Kylian Mbappe, la gran estrella que por fin llegó al club luego de tres intentos fallidos) no bajan a marcar y no colaboran con el resto del equipo, la desventaja puede ser muy grande y que el fútbol exige “compromiso” de todos, cuando uno lleva 15 goles y 9 asistencias en la primera mitad de la temporada, y el otro, 16 y 4. Es decir que los que “no se comprometen” con la marca llevan, entre los dos, 31 goles y 13 asistencias, lo que significa que entre ambos, participaron, en media temporada, en 44 goles del Real Madrid. ¿Tanto es necesario que bajen a marcar?
Simplemente, lo que ocurre es que, en el Real Madrid, rápidamente se genera, ante la menor crisis, y sin que medie una necesaria reflexión, una crisis en la que, hasta los más exitosos, con carreras largas y probados resultados, quedan expuestos a ser señalados como si se pusiera todo en juego por primera vez, como si no tuvieran pasado o como si esos galones no sirvieran para nada a la primera de cambio.
Con la frase “esto es el Madrid” todo puede justificarse, o se pueden utilizar los argumentos más desesperados. ¿Ahora el mismo equipo que hace ocho meses ganó la Champions no juega a nada o es que siempre jugó al error, o a que desequilibraran sus individualidades y muchas veces salió bien y ahora, simplemente, no? ¿no sería una explicación que ante el retiro del talentoso alemán Toni Kroos y ante la veteranía de Luka Modric, el equipo no consiguió todavía un reemplazante que mueva los hilos de un equipo que no tiene tanta conexión entre sus líneas?
Lo cierto es que ese microclima que se va generando, ese caldo que se va cocinando a fuego lento, termina repercutiendo en el público, que acaba repitiendo, muchas veces, aquel discurso de los medios, y lleva esa reprobación a jugadores y entrenador al momentos menos indicado.
El pasado jueves, en el Santiago Bernabeu, el Real Madrid ganaba 2-0 ante un flojo Celta hasta diez minutos antes de finalizar el partido y eso lo colocaba en los cuartos de final de la Copa del Rey, pero el equipo gallego consiguió un milagroso empate y forzó el alargue cuando ya muchos hinchas blancos, confiados, habían abandonado el estadio rumbo al metro para eludir el frío y llegar pronto a cenar a sus casas.
Pero el fútbol es, como decía el maestro Dante Panzeri, “dinámica de lo impensado”, hubo que jugar treinta minutos más, y todo siguió igual finalizado el primer tiempo, pero en el segundo, el joven brasileño Endrick (por dos) y el uruguayo Federico Valverde marcaron tres goles para maquillar un 5-2 final. ¿Acierto de Ancelotti con los cambios? ¿Qué dirá la afición del Real Madrid si los blancos acaban ganando este torneo? ¿Y qué dirán, en cuatro meses, los columnistas si en el Bayern Arena de Munich los blancos levantan una nueva Copa de Europa?
¿Ancelotti volverá a ser el “maestro” o el “mago” que todo lo puede?, ¿Lucas Vázquez regresará a ser el “lateral derecho de garantías”? ¿Ya no importará en absoluto que Vinicius o Mbappé bajen a “colaborar” con el resto y serán dos fenómenos por los que se reclamará el próximo Balón de Oro?
Así se vive de blanco en Madrid, en una permanente montaña rusa del ABC del exitismo, en el que ayer eras Gardel, hoy un desconocido que no merece la pena, y mañana, otra vez el Zorzal Criollo y todos los guitarristas.