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El Caso Olmo hunde cada vez más la imagen del Barcelona

Pareciera que desde abril de 2021 hubiera pasado un siglo, si se trata de analizar la imagen del Fútbol Club Barcelona y de su actual dirigencia.

04/01/2025 21:53
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Por Sergio Levinsky, desde Madrid

En aquel momento, un eufórico Joan Laporta, todavía saliendo de la pandemia portando un barbijo naranja y el emblemático número 14 del fallecido Johan Cruyff, festejaba su éxito en las elecciones presidenciales de la entidad con un 54,28 por ciento de los votos, a más de 24 puntos de su inmediato perseguidor, Víctor Font.

Todo indicaba que los muy malos tiempos del club con la gestión anterior de Josep María Bartomeu, a quien Lionel Messi envió el famoso burofax para declararse jugador libre (aunque luego decidió no entrar en litigios judiciales) quedaba atrás y pese a que se heredaba una deuda mayor a los mil millones de euros y los primeros rumores de posible pase a una Sociedad Anónima Deportiva (SAD), la llegada de Laporta, símbolo de tiempos brillantes de principios de siglo, cambiaría el rumbo y devolvería a la entidad catalana a los tiempos de gloria.

Tanto fue así que el mismo Messi que ya no se hablaba con Bartomeu ni quería saber nada con el mandatario anterior, había concurrido a la sede del Barcelona a emitir su voto. Laporta, una vez más, como en 2003, utilizó algunos símbolos que marcaron mucho la campaña, como la ocurrente gigantografía en un edificio de Madrid, a metros del estadio Santiago Bernabeu, y la frase “Ganas de volver a veros”, con la ironía de recurrir a la imaginación de los socios azulgranas de los tiempos de triunfos y vueltas olímpicas.

Poco más de tres años y medio después, ya nadie se acuerda de aquella campaña ni del triunfo electoral. Este Laporta no tiene nada que ver con aquel que aparecía sonriente, casi desafiante, en la campaña electoral y tampoco se parece a aquel joven que se impuso en 2003 y que fue generando bajo su mandato un Barcelona imperial que tuvo como estandartes a Josep Guardiola y Lionel Messi, y un Balón de Oro que tuvo como candidata a la terna compuesta por todos jugadores surgidos de la cantera de La Masía, con Xavi Hernández y Andrés Iniesta para sumarse al genio rosarino.

 

 

En poco tiempo, varios de los dirigentes que acompañaban a Laporta en aquella foto triunfante, se habían ido, o bien enfrentados con él, o bien en desacuerdo con su manejo entre familiero y amistoso, con escaso rigor profesional. Tampoco Messi, como se sabe, permanece en el club, forzado a irse entre llantos en agosto de 2021, cuando tras el receso veraniego, el presidente no encontró la fórmula para mantenerlo en el plantel por los enormes problemas financieros del club y por no aceptar el plan de la Liga Española, de una venta de derechos de TV a muy largo plazo por una suma considerada escasa para los intereses de la entidad. Sin esos fondos, no hubo cómo pagarle al crack, que terminó yéndose, horas más tarde, al París Saint Germain (PSG).

Para muchos, ese fue el principio del fin de la más que aceptable imagen que tenía Laporta. El costo político de haberle dicho al mejor jugador del mundo (y para muchos, el mejor de todos los tiempos) que no podía continuar en el club por no haber podido encontrar los recursos para mantenerlo, fue enorme, y su credibilidad fue cada vez en baja, hasta desbarrancarse.

El Barcelona fue, además, furgón de cola de su máximo adversario, el Real Madrid, en la idea de organizar una “Superliga” europea por fuera de la máxima entidad continental que organiza la Champions League, la UEFA, para obtener mayores recursos económicos, supuestamente con un poderoso banco inglés como auspiciante principal, y con un criterio mucho más cerrado en lo deportivo, al dejar poco margen a los equipos de países con menos poder económico en su participación en la élite.

En principio parecía que muchos clubes de Europa occidental apoyaban la idea, pero se fueron cayendo casi todos como efecto dominó y sólo quedaron el Real Madrid y, mucho más atrás, el Barcelona, que a través de la Superliga se encuentran en litigio judicial con la UEFA a la que consideran monopólica en la organización de esta clase de torneos.

Pero mientras el Barcelona sigue de atrás al Real Madrid, el muy poderoso club de la capital española acumula títulos internacionales, hace negocios brillantes, moderniza y remodela su estadio y obtiene un importante superávit, los catalanes sólo parecen dar manotazos de ahogado para no quebrar, con la pretensión de mantener un plantel acorde a su rica historia, aunque su economía no lo permita.

De esta forma, cuando con Bartomeu se pasó de un supuesto superávit de más de mil millones a una deuda por una cantidad parecida que determinó el ingreso cada vez mayor de un gran banco internacional para salvarlo, el Barcelona sufre cada inicio de temporada a la hora de reforzar su equipo al no cumplir con las pautas del llamado Fair Play Financiero de la Liga, que a diferencia de lo que ocurre en el fútbol argentino, no acepta que un club que tiene deudas y no emprolija su economía, pueda contratar jugadores o pagar salarios demasiado altos.

 

 

Así es que se llega, en agosto pasado, a la contratación de un gran jugador como Dani Olmo, quien había formado parte de la cantera del Barcelona pero que prefirió tomar otro camino e irse primero a Croacia y luego, al Leipzig alemán, desde donde llegó a la selección española con sus destacadas actuaciones.

Ya para el inicio de esta temporada 2024/25, Olmo estuvo a punto de no poder ser inscripto para jugar en la liga española por los permanentes problemas económicos del Barcelona y si lo hizo fue porque se lesionó el defensor danés Andrés Christensen y lo pudo reemplazar, pero al terminar el año, el 31 de diciembre, vencía el plazo para conseguir los fondos que garantizaran que tanto él como el joven Pau Víctor, también de La Masía, pudieran ser inscriptos para la segunda parte de la temporada, hasta el 30 de junio.

Y entonces, sucedió algo parecido a lo de Messi en 2021: pese a las eternas promesas, al optimismo patológico de Laporta, comenzaron a pasar los días y el Barcelona no encontraba los recursos para justificar la inscripción de los dos jugadores con los requerimientos económico-financieros de la Liga.

De manera grotesca, los medios de comunicación fueron siguiendo la jornada del 31 de diciembre minuto a minuto con los febriles movimientos del club para conseguir esos fondos, a partir de la venta de palcos del nuevo Camp Nou, por cierto, su estadio que debía estar reconstruido en un 66 por ciento para antes de fin de 2024 y que tampoco lo está, debiendo seguir jugando el equipo como local en el incómodo Olímpico de Montjuic, arriba, en una de las montañas de la ciudad.

Esa venta de palcos, que en principio iba a otorgar unos 200 millones de euros y que, por malvenderse de apuro, terminan valiendo casi la mitad, no pudo ser corroborada ante la Liga salvo en unas hojas de borrador, que, al no poder ser constatadas, no se dieron por válidas y así es que se llegó a la fecha de vencimiento del plazo sin poder inscribir a los dos jugadores, pese a que Laporta siguió insistiendo en su optimismo en que “de alguna manera se va a arreglar”.

 

 

Pero inmediatamente pasado el 31 de diciembre, la Liga desinscribió automáticamente a Dani Olmo y Pau Víctor, que por reglamento ya no podrán ser inscriptos otra vez por el Barcelona para esta temporada, es decir que o se quedan parados medio año o deberían ser cedidos o transferidos a otro club, aunque en el Barcelona siguen insistiendo en que habrá solución positiva pese a que oficialmente, la Liga sostiene que ya nada se puede hacer y la Federación Española dice que se atendrá a lo que la Liga decida, lo que parece un asunto terminado.

Es cierto que con la venta de estos palcos del nuevo Camp Nou, con ese nuevo manotazo de ahogado para calmar la situación por unas semanas, acaso meses, el Barcelona podrá contratar a otros jugadores, generando, posiblemente, un nuevo agujero económico a futuro, pero no es lo mismo que el caso de Dani Olmo y Pau Víctor, que ya fueron desinscriptos.

La única salvación posible para el Barcelona, a esta altura, pasa por recurrir a la Justicia para que tome una medida cautelar, algo fuera del contexto deportivo, o apelar a una instancia superior deportiva en el Estado español.

Esta suma de desaguisados, tenga el final que tenga, muestra una vez más el esperpento. Este Barcelona está demasiado lejos de lo que fue hace poco menos de dos décadas y hoy va de salto en salto, tapando agujeros, simulando optimismo, camino del precipicio, sin freno aparente.

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

 

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