Por Sergio Levinsky
El mismo Tapia que cambió de caballo a mitad del río, suspendiendo los descensos con la liga avanzada y generando que desde la temporada que viene haya treinta equipos en la máxima categoría, cuando él mismo dijo que había que propender no sólo a los veinte, sino -sostuvo, y puede verse en Youtube- que, incluso, lo ideal sería llegar a dieciocho, se encuentra ahora con este regalito de Navidad impensado, con una muy buena definición y con dos partidos que se jugarán al mismo tiempo, con tres de los cuatro equipos peleando por ser campeones.
Todo ocurre en una misma liga en la que Boca y River -especialmente éste último- abandonaron adrede cualquier chance de dar la vuelta olímpica en pos de supuestos objetivos superiores, como ganar la Copa Sudamericana en el primer caso, o la Libertadores en el segundo, y quedándose, finalmente, sin nada en sus manos, en un año seco para los dos que en el caso de los xeneizes podría redundar, si Huracán termina ganando el campeonato, en un segundo año sin participar en el máximo torneo continental, con un grave perjuicio económico y de imagen deportiva.
Tampoco Racing supo aprovechar el viento de cola de varios partidos consecutivos ganando y en una posición expectante, pero se relajó en los festejos de la Copa Sudamericana en un grave error dirigencial, que no supo ver la inmejorable chance de hacer “doblete” en el mismo año.
En ese mismo campeonato argentino, San Lorenzo acabó penando, en los puestos de abajo, y con su público pidiendo “que se vayan todos” y protestando masivamente por la mediocridad alarmante de su plantel que, como Independiente, tiene relación con clubes fundidos -¿sólo por malas administraciones, o es que aquellas fueron eficientes para que sólo quede el camino de las sociedades anónimas?-, mientras que los rojos de Avellaneda hicieron lo que humanamente pudieron por sacar adelante una situación que quema, con veintidós años sin ganar un título local y con muy escasas chances de conseguirlo en los próximos años. Pese a todo, consiguió la clasificación a la Copa Sudamericana, que, en este contexto, termina siendo un gran logro.
Todo es tan bizarro que Vélez, uno de los clubes más coherentes del fútbol argentino, y uno de los pocos que demostró muchas veces cierta rebeldía frente al poder, y que con mucha razón acudió a sus divisiones inferiores y a un muy buen director técnico, el experimentado Gustavo Quintero, fue bajando su nivel en el final porque, como se suele decir, los campeonatos los ganan los viejos, y los partidos, los jóvenes.
Por eso mismo, con un Vélez en baja, que no pudo mantener la regularidad inicial, y a cuatro días de haber perdido la final de la Copa Argentina en Santa Fe ante Central Córdoba de Santiago del Estero -que cuenta con un muy buen trabajo de su entrenador, Omar De Felippe- y especialmente, con el escándalo post partido en la platea entre barras bravas, hinchas, familiares y jugadores que se treparon para proteger a los suyos, no parece fácil poder cambiar el chip y ponerse el del éxito o el de “acá no pasa nada” con tan pocos días de diferencia y ante un rival como Huracán que, si bien nunca dio la talla cuando dependía de sí mismo para pasare a ser líder en el torneo, sabe que ganando en Liniers puede abrazar el sueño de un título.
Vélez y Huracán, además, arrastran viejas cuitas. Por una cuestión de contemporaneidad, la mayoría de los futboleros recordará aquella tremenda definición de 2009 en Liniers, cuando Gabriel Brazenas -que nunca más volvió a dirigir- convalidó el gol de Maximiliano “Frasquito” Moralez tras la polémica caída del arquero del “Globito” Gastón Monzón por una supuesta falta previa. Se habló de “robo” y aquel gran equipo de Ángel Cappa acabó perdiendo el título a pocos minutos de final a manos del Vélez de Ricardo Gareca.
Pero hay otro partido anterior que también forma parte del historial de enfrentamiento entre ambos. Ocurrió en la definición del torneo Metropolitano de 1971 -en tiempos de fútbol mucho más coherente, de grandes figuras y campeonatos de veinte equipos y treinta y ocho fechas, todos contra todos con ida y vuelta-, cuando Vélez, que fue puntero casi todo el año, le llevaba un punto a Independiente y jugaba como local ante Huracán, mientras que los rojos lo hacían en su estadio de Avellaneda ante Gimnasia.
Todo parecía una fiesta para Vélez y más cuando en el primer tiempo, el delantero Héctor Bentrón abrió el marcador, pero Huracán tenía un gran equipo, el germen de lo que sería la sensacional producción de 1973, y por si fuera poco, además de Miguel Brindisi, Roque Avallay y Carlos Babington, contaba en ese año con el refuerzo de Narciso Doval, que era ídolo en el fútbol brasileño y llegó a préstamo. El “Globo” empató a través de Luis Giribet, y en el segundo tiempo, Avallay marcó el 1-2, dejando servido el título a Independiente.
Pero además de Vélez y Huracán, hay un tercer pretendiente a ganar mañana el título de campeón y es nada menos que Talleres de Córdoba que, en principio, parece tener un partido accesible ante Newell’s Old Boys como local.
Talleres no es un equipo más, sino aquel que, hoy, es el principal opositor a la idea mayoritaria de los clubes argentinos de seguir siendo asociaciones civiles sin fines de lucro, y al mismo tiempo, la principal entidad futbolística amiga del presidente Javier Milei, que fogonea la entrada de las sociedades anónimas.
¿No le conviene, acaso, a la AFA, que los cordobeses sean campeones para demostrar que, pese a la enorme disidencia, y en torneos con árbitros tan cuestionados y sospechas cada vez mayores de ligazón entre los protagonistas y las apuestas deportivas, puede imponerse el club con mayor distancia al poder?
Talleres, que nunca pudo ganar un torneo de liga en Argentina, estuvo a un paso de conseguirlo en enero de 1978, en la segunda final del torneo Nacional 1977 ante Independiente, en dos partidos de connotaciones mucho mayores que las deportivas.
En la ida, habían empatado 1-1 en Avellaneda y todo se definía en Córdoba, entre dos planteles que tenían varios jugadores en la selección argentina que se preparaba para ser local medio año más tarde. No sólo estos dos equipos se disputaban el título, sino que se decía en los mentideros políticos, que sus dos presidentes, Julio Grondona y Amadeo Nuccetelli, se jugaban la futura presidencia de la AFA.
También en la vuelta en Córdoba estaban 1-1 cuando a los 25 minutos del segundo tiempo, los locales convirtieron un segundo gol a través de Ángel Bocanelli, que los jugadores visitantes protestaron airadamente reclamando que fue con la mano. Así es que se fueron expulsados Enzo Trossero, Rubén Galván y Omar Larrosa (los dos últimos, campeones del mundo meses más tarde). Quedaron once contra ocho y con los locales ganando 2-1 a veinte minutos del final, pero los rojos recibieron un mensaje poco común desde el banco de suplentes de su director técnico, José Omar Pastoriza: “Sean hombres y salgan a empatarlo” y así es que Ricardo Bochini convirtió el gol del empate y de la hazaña porque el gol de visitante valía doble. Independiente fue campeón y Talleres perdió una oportunidad histórica.
Ahora, los cordobeses pueden tener revancha, pero no dependen de sí mismos. Aunque con los mismos puntos que Vélez, la diferencia de gol es demasiado grande en favor de los porteños por lo que un triunfo de Vélez termina con todos los sueños cordobeses, pero si ganan, cualquier otro resultado en Liniers les dará el ansiado título.
No termina allí la definición del torneo, porque hasta Boca, que ya terminó su gris participación, depende de lo que pase en Liniers. Si Huracán no sale campeón, estará en la ronda preliminar de la Copa Libertadores 2025, su gran objetivo. Si el “Globo” da la vuelta olímpica, deberá conformarse, por segunda vez consecutiva, con jugar la Copa Sudamericana.
Demasiada definición para lo que esta dirigencia del fútbol argentino -que volvió a cambiar el formato de los torneos para el año que viene, con un nuevo jeroglífico de dos Copas de Liga- se merece.
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