Por Sergio Levinsky, desde Madrid
La siguieron todas las demás, que hasta incluyeron, en muchos afiches, los escudos de todos los clubes, sin ningún problema y contrariamente a lo que indica el devenir de los torneos locales, en los que, desde 2013, no se aceptan visitantes en los estadios para evitar posibles actos violentos.
El fútbol argentino, con cada hinchada manifestándose con claridad en las redes sociales, estará acompañando a los jubilados el próximo miércoles a las 17 en la marcha hacia el Congreso, harto de presenciar una situación de injusticia social que va degradando cada día más la vida de los adultos mayores.
De esta forma, las hinchadas del fútbol argentino comienzan un camino de dignificación poco común, haciéndose cargo de lo que, en verdad, deberían hacer los partidos políticos de oposición, como supuestos representantes de la ciudadanía que no votó al Gobierno actual, pero la clase política está en otra cosa o, simplemente, no consigue movilizar.
Que en un mismo estadio no puedan convivir dos hinchadas en la mayoría de los partidos de la Argentina no es sólo algo para lamentar, sino que constituye un enorme fracaso social. En otras palabras, que personas que hinchan por equipos diferentes, que aman colores diferentes, no pueden compartir un espacio social por una hora y media porque existe el riesgo, incluso, de que muchos se puedan matar.
Sin embargo, el Estado argentino no hace ni hizo nada. A principios de este siglo, durante el gobierno de Fernando de la Rúa, llegaron al país expertos en violencia en el fútbol, traídos desde Gran Bretaña, para aportar soluciones al fenómeno. Se les pagó pasaje y estadía por una semana, y al terminar de observar lo que ocurría, comentaron la conclusión: no se puede hacer nada, simplemente, porque nadie quiere, en verdad, solucionar el problema, algo que la clase política no quería oír.
De esta dura realidad social, a esta otra, del apoyo de todas las hinchadas, que compartirán la manifestación, a los jubilados, hay un enorme trecho, una distancia sideral, un fenómeno opuesto que puede ser el inicio de algo nuevo, desconocido, pero no por ello, menos fantástico. Acaso sea el nacimiento de una nueva noción sobre “los otros” y es que, fuera de la cancha, fuera de la competencia deportiva, fuera del folclore del enfrentamiento por los puntos, “los otros” tienen el mismo sentimiento de injusticia y al mismo tiempo, la misma necesidad reparadora. Entonces ya “los otros” ya no son tan otros, ya comienzan a formar parte de un “nosotros” que puede implicar el día de mañana cierta identificación y vaya a saberse qué consecuencias.
Pero en la historia del fútbol argentino, su ámbito siempre fue importante como modo de expresión. El fútbol siempre fue una caja de resonancia de la problemática social. En las canchas argentinas se alentó en los primeros años del profesionalismo con las marchas partidarias, en la tragedia de la “Puerta 12”, en el Superclásico de 1968 en el estadio Monumental, muchos quedaron aprisionados contra la famosa puerta porque los organizadores cerraron el acceso como represalia porque la hinchada de Boca se puso a cantar la marcha peronista en tiempos de la dictadura de Juan Carlos Onganía. En el partido revancha de la final del Mundial 1978 ante Holanda, en Suiza, Canal 7 estatal no lograba encuadrar una imagen del partido con su cámara porque en todos los planos aparecía una enorme bandera preguntando por los desaparecidos, y para 1983, otro canal estatal, el 11, emitió un torneo juvenil, llamado “Proyección 86”, del que salieron, entre otros, Carlos Navarro Montoya y Claudio Borghi, en el que el público llenaba los estadios, porque la entrada era gratuita, y no se pudo evitar escuchar el griterío creciente de “Se va a acabar la dictadura militar”.
Las canchas argentinas siempre respondieron al concepto de “Ámbito de Libertad” descripto por los cientistas sociales especializados, por el que los hinchas sienten que es allí donde pueden expresarse, aunque no haya una tradición tan reivindicativa de menesteres más futboleros como sí la hay en Europa, donde en la Bundesliga alemana, los hinchas de distintos clubes son capaces de retirarse de las tribunas porque se encareció el boleto de entrada, o una larga manifestación, hace apenas dos años, en Inglaterra y Alemania, obligó a todos los clubes grandes de esos países a renunciar a participar en la elitista Superliga europea que pretende reemplazar a la Champions League y en la que quedaron momentáneamente solos el Real Madrid y el Barcelona.
Sin embargo, los clubes argentinos van tomando partido, y los hinchas comienzan a desbordar el ámbito de los estadios y sus alrededores, para comenzar a pesar en otros, más cercanos a los reclamos políticos, cuando antes apenas coincidían, y luego de enormes tensiones, en los mundiales, siguiendo a la selección argentina.
Acaso éste sea el puntapié para otros movimientos sociales, futbolísticos o no, manifestando, por ejemplo, en favor de un mayor presupuesto para los torneos femeninos, las jugadoras y la selección nacional, o que la AFA explicara qué es lo que hace con tanto dinero conseguido al ganarse el Mundial de Qatar 2022, o que tengan más protagonismo los clubes de todo el país y que no sigan recibiendo migajas, o que el órgano más importante de decisión de la institución tenga representantes de todos lo estamentos (directores técnicos, árbitros, fútbol femenino, fútbol sala, jugadores), como corresponde a una entidad democrática en serio, o que la selección argentina campeona del mundo juegue de local rotando por todas las provincias del país.
En la Argentina, el fútbol no es un deporte más, sino un fenómeno que forma parte de la agenda diaria. Se habla de fútbol hasta cuando no se habla de fútbol, y hasta una presidente llegó a sacarle la tarjeta amarilla en público a la titular del FMI.
Que el fútbol se haya puesto los pantalones largos y haya decidido movilizarse para acabar con una injusticia es una gran noticia que puede abrir las puertas a algo distinto, a algo nuevo, que incluso puede generar que los dirigentes de los partidos opositores se despierten de su letargo y se den cuenta de que hay un espacio social que están desperdiciando, metidos en su mundo de barro.
El fútbol, a su vez, parece haberse dado cuenta que con su representatividad y sus símbolos, puede cambiar muchas cosas, y que si se une y termina con el fracaso de no poder convivir, puede abrir las puertas hacia algo extraordinario.
Esta vez, el fútbol argentino fue digno.
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