Por Sergio Levinsky, desde Madrid
Por un lado, los entrenadores que creen que deben dominar cada uno de los componentes de la táctica -Carlos Bilardo llegó a sentirse muy mal en un vestuario campeón del mundo porque en la final de México, Alemania le metió, justo a él, dos goles de pelota parada, Marcelo Bielsa cree haber estudiado exactamente cuántas formas de ataque combinado existen- y por otro, ya no alcanza con el árbitro, sino que ahora la tecnología es la que determina si es penal o no, o si corresponde expulsar o no a un futbolista.
El gran columnista y exdirector del Diario “As”, Alfredo Relaño, apoda con sorna “sexadores de pollos” a los integrantes de la cabina VOR, los que desde un receptáculo determinan, con mucho tiempo disponible y todas las chances de acercarse a la jugada y detener la cámara donde quisieran, deciden por encima del propio árbitro, que se supone que es la máxima autoridad, qué se debe cobrar en algunas circunstancias claves de los partidos.
El fútbol se fue convirtiendo así en una ciencia de lo minucioso, tanto en los detalles tácticos como en determinar por un centímetro, por un levísimo movimiento, si fue offside, gol o expulsión, aunque finalmente ocurre, en estos nuevos tiempos, que por un lado vuelve a ser subjetivo el punto de vista, lo cual implica un nuevo acto de fe, y por otro, que ya nada es seguro y que vivimos conteniendo nuestros sentimientos por si luego el VAR nos decepciona y aquello que gritamos, festejamos, nos desahogamos, no era tal y hasta podemos ser objeto de burla, por falsos ilusos, de nuestros ocasionales rivales.
Mucho de todo lo explicitado ocurrió en una extraña jugada, aunque no inédita, como la del penal de Julián Álvarez en la definición de la clasificación a cuartos de final de la Liga de Campeones de Europa, el pasado miércoles, en el estadio Metropolitano de Madrid, y del que fuimos testigos privilegiados entre los espectadores.
En el momento del segundo penal para el Atlético Madrid, tras haberle ganado 1-0 el partido al Real Madrid y obligar a un alargue sin goles, y cuando el resultado desde los doce pasos era 2-1 para los blancos, Álvarez convirtió el suyo, aunque tuvo antes un resbaló que, no obstante, no le impidió que la pelota entrara arriba, pese a la estirada del gran arquero belga Thibaut Courtois.
Enseguida, se supo que el penal había sido anulado porque, según manifestó el árbitro polaco Szymon Marciniak -el mismo de la final del Mundial 2022- éste advirtió al VAR que el delantero argentino, al resbalar, había tocado dos veces la pelota antes de que ésta saliera despedida hacia el arco, y eso es antirreglamentario.
Más allá de la polémica que esto desató y que ya pasa por el punto de vista de cada uno -aunque este columnista nunca conoció que un hincha del Atlético reconociera la falta ni uno del Real Madrid que aceptara que no la hubo-, hay otros hechos no tan ligados a las dos camisetas enfrentadas de la misma ciudad, la capital española, que son para tomarse en cuenta.
Uno de ellos es la insólita rapidez con la que el VAR determinó el doble toque de Álvarez cuando a tres días de producido sigue sin quedar claro lo ocurrido, y hasta se puede tener distintos criterios de acuerdo con el ángulo del remate. La otra cuestión es que una vez más, como viene sucediendo de manera muy seguida en los últimos años, en el reino de estas confusiones, el Real Madrid siempre termina saliendo beneficiado, casualidad o no.
Desde lo reglamentario, es cierto que el penal no podía repetirse, aunque esto no parece coherente respecto de lo que sucede si es el arquero el que se adelanta, en el caso de que la ejecución termine con la pelota desviada o atajada. Si ante una maniobra muchas veces voluntaria, como es adelantarse sin quedar al menos con un pie pisando la línea, el penal se repite, no parece coherente que se lo de por perdido si un jugador se resbala, como fue el caso de Álvarez el pasado miércoles.
Pero, además, si pese a resbalarse, el rematador apenas rozara su pie en el segundo toque, y logra sacar un remate que vence al arquero contrario, es evidente que no hubo un efecto para que la pelota se desviara de su camino.
Estamos en presencia, entonces, de los sexadores de pollos entrometidos en el fútbol. Gente que se supone que tiene una determinada formación arbitral y que es la que toma decisiones desde una cabina y de manera colegiada, y que, sin embargo, ahora sabemos que no garantizan ni ecuanimidad ni tampoco sentido común, aunque sí este sistema del fútbol que lo quiere controlar todo, consiguió que los árbitros sean meros juguetes de estas cabinas, que hayan perdido gran parte de su autoridad, y que entonces ya no terminen siendo los responsables de lo ocurrido sino que esto ahora se diluye en un cuerpo como el de los de una fusiladora, en la que, por azar, uno de los integrantes no dispone de la bala asesina para alivianar la consciencia de todos los ejecutantes.
La repetición de fallos en favor de un Real Madrid que viene quejándose de los árbitros en la liga local, en la que presiona contando sus antecedentes en contra de los blancos antes de cada partidos a través de su canal de TV partidario, es una muestra de por qué en Europa esos reclamos “merengues” no aparecen y el estadio Santiago Bernabeu es uno de los pocos que no silba la pegadiza marcha de la Champions. No tendría sentido.
Aquel penal cobrado ante la Juventus en el minuto 97 de los cuartos de final de 2018 en el Bernabeu que marcó Cristiano Ronaldo cuando los locales perdían 0-3 y los italianos, milagrosamente, conseguían empatar la serie, los fallos en contra del Bayern Munich en la fase siguiente ante el Bayern Munich, o el banderín levantado antes de tiempo sin dejar que la jugada termine (cuando finalizó en gol), sobre la hora, otra vez a los alemanes, en 2024, son muestras de las repetidas casualidades en favor de los blancos, convertidos en leyenda, seguramente para tantos europeos, incluso algunos que hoy visten de negro, desde aquellos mágicos tiempos de Alfredo Di Stéfano, Raymond Kopa o Francisco Gento. Más de uno, seguramente, tuvo sus pósters en un placard.
Esto no significa que luego, a la hora del análisis futbolístico, uno, el Atlético, haya tenido oro en polvo en sus manos tras marcar el gol que igualaba la serie de octavos a los 27 segundos, y no supo aprovecharlo poque prefirió conservar lo conquistado, entregar la pelota y aguantar hasta los penales -una de las fases menos plausibles del “cholismo”-, mientras que el otro, bastante disminuido respecto de temporadas anteriores, y sin tantas llegadas netas, entendió su rol de protagonista y tuvo la determinación de ir y buscar el resultado, incluso con el público en contra, y no falló desde los doce pasos, como sí lo hizo Vinicius Junior en los noventa, porque de lo contrario, acaso ni estaríamos debatiendo sobre el resbalón de Julián Álvarez ni recordando cómo nos cambiaron el fútbol con la llegada de estos insoportables sexadores de pollos.
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