Por Sergio Levinsky, desde Madrid
Campeonatos que varían año a año -el próximo no tendrá una liga, algo básico para cualquier federación de mediano nivel para arriba con cierta seriedad-, eliminación de descensos cuando queda menos de un tercio del desarrollo de un torneo y por razones meramente políticas, aumento de equipos participantes hasta la insólita suma de treinta para la temporada que viene, son algunos de los rasgos característicos de este tiempo de la AFA, que seguramente con el paso del tiempo se estudiará por lo ridículo que fue cuando quizá, en un futuro, aparezca una generación dirigencial con cierta cordura y poder para recuperar el equilibrio perdido.
Ni siquiera Javier Tebas, el actual presidente de la Liga Española, que propuso más de una vez jugar partidos de su torneo en los Estados Unidos (a lo que la Federación Española respondió que no habría problemas, en tanto se le pague a cada abonado anual su viaje, estadía y boleto para el partido, porque de lo contrario sería un fraude) considera mínimamente aceptable que un influencer ingrese a jugar un partido oficial por un minuto, como en el Deportivo Riestra-Vélez de este año. De esos ridículos, es difícil que se pueda regresar.
Si el fútbol argentino doméstico no tocó fondo es por dos motivos. Uno, mayúsculo: el de la selección argentina, ganadora de cuanto torneo se pone en juego (actualmente campeona del mundo, bicampeona de América, campeona intercontinental, y líder en solitario de la clasificación mundialista, un trámite a punto de solventar entre marzo y abril próximos), que de esta manera tapa, con su mejor cara externa, tapa los enormes desaguisados locales; y dos: el éxito internacional de Racing, ganando la Copa Sudamericana pese a la enorme diferencia de presupuesto respecto de sus rivales brasileños, especialmente los de semifinal (Corinthians) y final (Cruzeiro), aunque “La Academia” también supo eliminar, en fases anteriores, a Red Bull Bragantino y a Atlético Paranaense.
El éxito de Racing va mucho más allá de lo que sus hinchas creen o sienten, porque sirve a la AFA para sacar pecho, en momentos de duras disputas con el actual gobierno de Javier Milei por la introducción o no de las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD), pese a que en los últimos días, ya se pudo observar al presidente de la AFA, en un acto, sacándose fotos con la secretaria general y hermana del mandatario, Karina Milei, a la que le regaló una camiseta de la Selección con su nombre, todo un indicio de armisticio.
El éxito de Racing es, al mismo tiempo, una clara demostración no sólo de que no son necesarias las SAD (contrariamente a lo que sostiene el Gobierno, que hasta trata de imponerlas con un decreto de necesidad y urgencia) sino que, siendo una administración sin fines de lucro, bien administrada, o al menos con cierto criterio de un determinado rumbo, ya puede competir hasta contra entidades que se encuentran en otra fase económica y con una moneda más fuerte que la argentina.
Por otra parte, y siguiendo con la actuación de los equipos argentinos, 2024 fue un año para el triunfo de las clases medias sobre las altas con los éxitos de Vélez y Estudiantes de La Plata, en detrimento de Boca y River, que terminaron en sequía, y de Independiente y San Lorenzo, dos clubes casi en bancarrota luego de que pasaran por los mismos personajes como Hugo Moyano y Marcelo Tinelli, y ahora navegan a la deriva con el acecho de las SAD en el caso de que AFA y Gobierno negocien algo que por ahora es imperceptible a nuestras vistas, lo cual no significa que no esté dando vueltas alrededor.
Si Racing demostró que se puede ganar en el plano internacional, Vélez volvió a dar el ejemplo de lo que es la coherencia apelando a sus divisiones inferiores, a las que le agregó cuatro o cinco jugadores de mayor experiencia, para acabar el año siendo justo campeón de liga y finalista de la Copa de la Liga y del Trofeo de Campeones, en ambos casos cayendo ante Estudiantes, y también llegó a la definición de la Copa Argentina ante Central Córdoba de Santiago del Estero.
Los éxitos de estos equipos pueden explicarse, en buena forma, por el descuido de los torneos locales (algo recurrente) por parte de River y Boca, cada vez más inmersos en el plano internacional aunque sin planteles solventes para aspirar a los máximos títulos, en especial, los xeneizes, con una más que errática política de pases en los últimos mercados y con demasiada dureza hacia sus propios jugadores a la hora de las renovaciones de contrato, por lo que varias de sus figuras terminaron siendo “colgadas” a la espera de cambiar los colores de las camisetas. Por el lado de los “millonarios”, simplemente no alcanzó con los refuerzos a la hora de la definición ante los rivales brasileños más poderosos.
Si esto ocurrió en el plano de los equipos, tampoco habría que dejar de lado a los entrenadores que consiguieron sus principales objetivos, porque todos ellos llegaron precedidos de trabajos y perfiles serios (Gustavo Costas en Racing, Gustavo Quintero en Vélez, Eduardo Domínguez en Estudiantes y Omar De Felippe en Central Córdoba), sin necesidad de merodear al sistema para ser convocados y no forman parte de la habitual comparsa que hoy se sienta en un banco, y mañana en el contrario. Varios de ellos ni siquiera venía dirigiendo en el país.
El fútbol argentino local sigue siendo una máquina de triturar credibilidad con sus permanentes cambios, su falta de seriedad, el descontrol hacia las administraciones, en muchos casos, al borde del desastre, y continúa sin comprender que teniendo en su seno a la selección campeona del mundo, necesita de otro contexto, que se extiende a los árbitros y al fútbol femenino.
Pero poco se puede esperar de una AFA que aplaude que la Conmebol festeje que habrá un partido en el suelo argentino durante el Mundial 2030 -así como otro en el uruguayo y en el paraguayo- cuando originalmente, la candidatura sudamericana era para organizar todo el torneo, y ni siquiera se quedó con un grupo inicial para casa sede.
Una AFA que permite que los abonados a palcos y plateas de cada equipo se queden sin ver cada vez más partidos, por la organización de las dos próximas Copas de la Liga, o que haya clásicos que no se jueguen en todo el año. Locuras de este tiempo, que acaso se estudie en el futuro como compendio de lo que no se debe hacer.
Una AFA que no se enteró de que la República Argentina tiene una Constitución que dice que se trata de un país federal, no unitario, y que no parece interesada en que los clubes mejoren o directamente modifiquen profundamente su administración en tiempos en los que cada vez hay más rubros de ingresos y en el que sin embargo, son más los egresos.
La gran pregunta es qué sería de esta AFA de Claudio “Chiqui” Tapia sin la Selección y sin Lionel Messi. Acaso por eso es que, como respuesta a cada crisis, su presidente aparece siempre en una foto junto con el crack rosarino. Como para que nadie ose siquiera en pensar en una alternativa. Ese es su paraguas, su salvavidas. Por lo demás, la estructura hace agua.
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