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Las 70 primaveras de nuestro León solidario

Por fin los argentinos celebramos los nacimientos, en vez de las muertes. Este 20 de noviembre León Gieco cumplió los setenta años de su edad. Celebremos, con su cumpleaños, la tenaz coherencia de su prodigioso ejemplo.

20/11/2021 14:27
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Gieco ha sido varias veces personaje elegido por esta columna para hablar de la solidaridad y de la coherencia. Dos virtudes muy escasas. Me permito saludar su cumpleaños reanudando algunas reflexiones. Allá voy:

Del dicho al hecho, en esta patria tan saqueada, ¡qué trecho!

En nuestro mapa el trecho suele ser un abismo. Ese abismo se ha venido disimulando con falta de vergüenza, desmemoria, cretinismo moral, impunidad, mano de obra desocupada muy ocupada. Por eso hoy tenemos este emporio de derechas alevosas. Por eso los atorrantes se reciclan en sí mismos. Así estamos. Aquí ni mástiles quedaron. El promedio de nuestra sociedad aquí cacerolea sólo cuando nos tocan el corazón del bolsillo o nuestra seguridad personal, pero invariablemente se distrae cuando nos tocan el corazón de nuestra dignidad. Nuestra deuda externa la pagarán nuestros hijos y nuestros nietos.

Pese a todo, pese a las embestidas del neoliberalismo, como sociedad todavía tenemos pulso y semblante. Y esto pasa porque hay personas que son habitantes. Hondos habitantes habitadores.

A propósito, voy a demorarme en un artista popular genuino, en Raúl Alberto Antonio Gieco. Un argentino, con perdón de resbalosa palabra, ejemplar. En 1997, en mi libro Argentinos en la cornisa reuní una serie de “cornisas”, seres que en algún aspecto hicieron o hacen algo hasta las benditas “últimas consecuencias”. Elegí a Gieco como “cornisa de la solidaridad”. Los años pasan pero sigue en ese sitio, lo reconocen algunas encuestas y reconocimientos. Pero al margen de todo eso, Gieco es reconocido por sus acciones. Gieco encarna un caso asombroso en esta comarca: porque hace lo que enarbola. Porque es un fanático de la coherencia. Porque trata porfiadamente de ser como lo que canta. A diferencia de tantos declamadores y cantores ruidosos acomodaticios, redentores módicos, para León, del dicho al hecho no hay un gran trecho: hay un puente que él construye todos los días, y sin feriados.

Permiso, voy a compartir un par de fragmentos del capítulo que le dediqué  a este argentino practicante de la solidaridad hasta las última consecuencias.

Había una vez

…un pibe demasiado apurado en hacerse hombre. En la mitad de cierta noche veraniega se desveló. Calor, mosquitos, el ronquido de su padre, la resignada respiración de su madre, todos allí, durmiendo en la misma pieza... Desvelado como estaba, se dio cuenta de que faltaban dos días para la Navidad. Imaginó el regalo que recibiría: “Seguro que va a ser una camiseta o un par de medias”. Casi en voz alta el pibe decidió hacerse él mismo un regalo: el juego del Estanciero. Al otro día sacó la plata de su latita de ahorro, y se fue resueltamente a comprarlo. Mientras le envolvían el juego miró de reojo una guitarra. Y más hizo: la rozó con sus dedos. Con el regalo disimulado entre diarios volvió y lo metió debajo de su cama. Todo llega y también la noche de la Navidad. Los cohetes, la sidra, la camiseta para el próximo invierno. Aprovechando el barullo, el pibe fue a la única pieza de su casa,  sacó su regalo de abajo de la cama y salió a mostrárselo al vecindario: “¡Miren lo que me regalaron mis viejos!” Esa noche el pibe no durmió.

–León, ¿cuántos años tenías cuando te hiciste el regalo?

–Ocho. O siete. Para entonces ya hacía un año que tenía dos trabajos: de seis a diez de la mañana repartía carne. Usaba una bicicleta de ésas con el canasto adelante; ¡cómo me costaba pilotearla los días de lluvia! El otro trabajo era hacerle los mandados y diligencias a una señora que estaba inválida”.

    En aquella conversación de hace años, luego de reflexionar sobre una sociedad demasiado propensa a las derechas autoritarias y odiadoras, le dije a León Greco:

–Pese a todo, tu capacidad de soñar no amaina.

–¿Cómo va a amainar si estoy vivo? No hay que ir muy lejos para empezar a ver cómo, uno a uno, se mueren por no comer y por viejas enfermedades de otros siglos miles y miles de chicos en el mundo, cada año. Y eso pasa también aquí a la vuelta de la esquina, eh. Qué sé yo: bajar los brazos, entregarse, me parece peor que suicidarse.

–Las canciones, más allá de nuestra expresión de deseos, ¿servirán para algo?

–Esto va para largo. Pero hay que darle y darle. ¿Cómo dejar de cantar, cómo dejar de hacer poesía? Yo siento que la vida es como un boomerang.

–¿En qué consiste ese boomerang?

–En que hay que dar sin calcular en recibir. Cuando das pensando en recibir, no hace falta ni que des. Siempre pienso que puedo desprenderme de todo, pero por favor, que no me maten. Y agrego una frase que estoy afanando de una canción mía: “El amor es tenaz y vuelve a salir, como el sol”.

Posdata

¿De cuántos cantores o cantantes, de cuántos escritores, de cuántos artistas, se puede decir que están a la altura de lo que dicen, de lo que enarbolan?

¿De cuántos se puede decir que hacen un esfuerzo, hondo y sostenido, por acortar el trecho que hay entre el dicho y el hecho?

¿Será que la canción, el poema, la editorial son sólo caretas?

¿Será que el dicho es la simulación del hecho?

¿Cuántos minutos de cada día los dedicamos a ser lo que decimos? ¿A tratar de ser lo que parecemos?

Preguntas inevitables: ¿Cómo estaría el mundo, cómo sería la vida en el mundo si entre el dicho y el hecho hubiera, al menos, la preocupación de una reducción del trecho?

¿No será esa la más atrevida, la más corajuda, la más arrojada, la más difícil de las revoluciones?

León es un ejemplo vivo.

León tiene el raro coraje de la coherencia.

Qué bueno, qué saludable sería que en esta patria idolatrada hubiera muchos salieris de León.

 

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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