Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Retomo reflexiones aquí sembradas –confieso– sin mucha esperanza. Hoy amanecí izado por las ganas de mostrar y demostrar que en este nuestro mundo, que en este nuestro país, también brotan buenas noticias. Pero ojo al piojo: estas noticias –las saludables– casi siempre son traspapeladas.
¿Acaso traspapeladas por el olvido? No, traspapeladas alevosamente, con indisimulable encono, por el circo mediático del barullo y la frivolidad. El objetivo de este ninguneo está a la vista: sembrar aterramiento contagioso entre las multitudes que denominamos “la gente”. Se trata de fogonear “sensación de fin del mundo”. Esto, subterráneamente, es un modo del golpismo sin necesidad de tanques. Otra vez, ojo al piojo: este objetivo apocalíptico no es algo exclusivo de nuestro presente, ya se observaba en el mismo advenimiento de la democracia. Lo padeció antes de cumplir los mentados “cien primeros días” el presidente Raúl Alfonsín. Recordemos, la mayoría de nuestros medios de (des)comunicación actuaron con la exigencia propia de un país que acredita un siglo de democracia ininterrumpida; tanto y tanto se tiró de la cuerda que Alfonsín debió “resignar” su mandato seis meses antes de la fecha establecida por la Constitución y conseguida por las urnas.
Pasaba entonces y pasa ahora: cuando estallan las malas noticias estas no son difundidas con preocupación sino en tono desembozadamente celebratorio. Los siete días de la semana se labora para gestar apocalipsis; cunde la comodidad de la antipolítica, diariamente asoman monicacos como el señor Milei que vociferan disparates para eso, para soltar frases de derrumbe, frases como el fácil: “Esto es lo último”… “Nunca se vio algo así”. Todo acontece como si fuera exclusivamente nuestro, llámese pandemia, llámese guerra en Ucrania, llámese, como dijo el papa, “tercera guerra mundial”.
Galopa la paranoia y la cuestión es que la paranoia hace un buen rato que se ha convertido en ideología. Ideología de creciente extrema derecha, claro. Proliferan los imitadores de Bolsonaro, como el señor Milei, que llega al extremo de proponer la venta de órganos. Mientras tanto la señora Bullrich proclama, campante ella: “El que quiera andar armado, que ande amado”. A partir del cultivo de este caldo crece pavorosamente el número de quienes proponen la solución de la “mano fuerte”.
Y crecen –recordemos– nuevos mesías, como aquel señor Blumberg que hasta se hizo por pasar por “ingeniero”. Este hombre reunió más de doscientas mil personas frente al Congreso. En sus discursos prevalecía la idea de que los únicos secuestrados y/o asesinados dignos de ser tenidos en cuenta son los de la clase media para arriba. Los secuestros y asesinatos que padecen los pobres y desclasados, esos no figuraban ni por asomo. Porque –según ese criterio–, no es lo mismo un secuestrado de piel blanca y de buena situación económica que uno de piel marrón que desde que nació se codea con el hambre. Para el pobre analfabeto ¡ni justicia! En todo caso, ajusticiamiento. La pregunta se cae por madura: Ex ingeniero Blumberg: ¿se es “ser humano” a sólo a partir de cierto nivel económico?
Es tiempo de dar un ejemplo de una gran buena noticia traspapelada. Vayamos de una vez por ella. La noticia no tiene que ver con la frivolidad ni con la alcahuetería; tiene que ver, qué casualidad, con la alfabetización. Los párrafos que ahora transcribo son extraídos de una nota que Emilio Marín publicó en La Arena, hace varios eneros, en el 2006. En su momento pasó perfectamente desapercibida y perfectamente inadvertida también. Escribe Marín:
“Acorde a los vientos menos discriminatorios que soplan hace años en Latinoamérica, Tilcara se llama oficialmente ´Municipalidad Indígena de Tilcara´. Un folleto de la intendencia sostiene que es el segundo poblado más numeroso de la Quebrada de Humahuaca, lugar que por su belleza ha sido distinguido como Paisaje Cultural Patrimonio de la Humanidad.
“Pero no todo es lindo en medio de selvas, yungas, montes, quebradas y valles. Es que muchos compatriotas llevan allí una vida llena de privaciones, que se amortiguan un tanto en la zona urbana donde viven 6.000 personas, pero se acentúan en los suburbios, para sus 2.300 habitantes y se hacen muy duras para el sector rural y sus 1.900 pobladores.”
Continuemos con la nota: “Uno de los flagelos derivados de la pobreza era el analfabetismo. Según INDEC, en todo el departamento de Tilcara había 661 analfabetos. (…) La tarea de erradicar ese mal comenzó en 2004 y tomó un ritmo más veloz en abril de 2005, siempre utilizando el método pedagógico cubano ´Yo sí puedo´, exitoso en otros lugares de Argentina, Venezuela y varios países. Pero restaba la parte más difícil, de llegar a familias asentadas en lugares que están distantes… Distancias a recorrer a pie, por caminos de altura, de hasta 5.000 metros, donde flota la naturaleza pero también los peligros para el caminante que viene de afuera.
“Hacían falta alfabetizadores para culminar ese trabajo. Y allá fueron nueve jóvenes del Equipo Barro Joven (de Buenos Aires y Río Negro) y dos de la ONG jujeña ´´Juanita Moro´.” Once jóvenes, dice la nota. Y uno, aquí, en la gran ciudad, recibe el dato como algo abstracto. Pero resulta que estos jóvenes tienen nombre y edad. Diego Molina, el coordinador del grupo, 21 años. Los otros, mencionados por sus nombres de pila son Carolina y Ayme, de 18; Mariana, que trabajaba de cartonera en Buenos Aires, 19; Vanesa y Pablo, sobrevivientes de Cromañón, 20 y 30 respectivamente; Lautaro, 21, Tomás 23, Guillermo 25. Estos últimos provenientes de movimientos piqueteros.
Entre los eventuales lectores, no faltará quien murmure su desconfianza. La palabra “piquetero” suele producir fuerte rechazo. Ante esto, digo preguntando: ¿Vamos a escandalizarnos, nosotros, por los piqueteros? El cacerolazo por el Corralito, ¿no fue, acaso, un piquete masivo realizado espontáneamente por la indignación en cadena de cientos de miles de afectados? Recordémonos. Tengamos a bien considerar que el mundo no termina en el umbral de nuestra casa.
Pero volvamos a este puñadito de jóvenes que fue a alfabetizar a los condenados habitantes que viven en el mismo borde, al norte del paraíso. La tarea fue más que ardua, porque estos analfabetos estaban “desparramados en poblados alejados”. Cuenta Diego: “Para llegar a ellos debíamos caminar 12 y hasta 18 horas, para colmo una casa está a dos horas de la siguiente”. No, no fueron a hacer turismo estos muchachos: algunos de ellos padecieron el apunamiento “y sangraron por la nariz y la boca, debiendo ser bajados a Tilcara para su atención médica.” Después retornaron a alfabetizar. “Como los lugareños no tenían mucho tiempo libre para la alfabetización, los jóvenes debían levantarse a las cinco de la mañana y seguirles el paso durante sus tareas. Utilizaban los momentos de altos del trabajo para enseñar.”
“No vaya a creerse que las enseñanzas fueron sólo en una dirección. Los maestros también aprendieron de sus alumnos. Aprendieron a hablar menos y escuchar más, a apreciar más la naturaleza y a respetarla, a socializar, a compartir trozos de un cordero…” El epílogo de esta cruzada alfabetizadora fue que Tilcara quedó totalmente liberada de analfabetismo, por fin.
La noticia, como subrayamos, pasó desapercibida e inadvertida. Y no por casualidad. Nuestros medios de (des)comunicación no sólo ignoran ese genocidio bajito y sin ruido que significa el analfabetismo, además se encargan de analfabetizar mediante la alcahuetería que pasa por investigación, mediante la frivolidad como medida de todas las cosas, y mediante el aterramiento que sólo sirve para hacerles el caldo gordo a los mesías siempre listos de la Mano Fuerte Redentora.
Me pregunto y pregunto: ¿dónde estarán y haciendo qué aquellos once jóvenes que anónimamente (heroicamente) fueron a terminar con esa moderna forma de la esclavitud que encarna el analfabetismo? Hagamos una pausa, ante lo esencial, salgamos del barullo y del río revuelto y de la reverenda guevada (sí, guevada, con G de guevo)? ¿Dónde estarán, qué será de sus vidas? Apuesto a que todos están aquí, ¡aquí!, pisando el mapa de esta patria. Ninguno eligió Ezeiza y apagar la luz.
Posdata. A las malas noticias, la mayoría de las veces atravesadas de mentiras y la falsedad de los fueras de contexto, en todos los casos noticias muy celebradas… a las malas noticias no hay que censurarlas, ni prohibirlas, hay que enfrentarlas y afrontarlas con la buena leche de las buenas noticias. Porque, que las hay las hay.
Algo más: Si cada uno de nosotros, los que tenemos el privilegio de poseer casa y comida y (para decirlo en criollo básico) guayfay, si cada uno de nosotros y nosotras le enseñáramos a leer a un desgajado o desgajada, este sitio que llamamos patria sería lo que debe ser y no un agujero con forma de mapa. Por favor: dejémonos de guevonear con los crímenes de los country y con el vacío barullo del panelismo de cada día y de cada noche. Por favor, prestémosle atención a los desgajados, antes de que los desgajados pierdan la santa paciencia. Nunca será tarde para vadear la indiferencia activa. Nunca será tarde para salir de la digestión cívica, Nunca será tarde para registrar las buenas noticias; es decir, nunca, nunca será tarde para mirar más acá de nuestras narices y, entre otras cosas, darnos cuenta por ejemplo que el verbo alfabetizar es sinónimo de soberanizar.
* zbraceli@gmail.com === www.rodolfobraceli.com.ar
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