Por Roberto Follari, Especial para Jornada
Ello obliga a pensar. Por un lado, a acabar con la lógica televisiva de la demolición de reputaciones, que ha hecho de la vicepresidenta su blanco no exclusivo, pero sí preferencial. A media hora de darse por enterados del atentado, Reato decía con sorna que “fue un susto, pero esto le conviene a la vicepresidenta”. Sí, como lo está Ud. leyendo: cómo le conviene a alguien –no a quien habló, claro- que atenten contra su vida. Y curiosamente Majul, no precisamente un elogiador de la ex presidenta, fue quien llamó a hablar con más información y menos opinión política sobre lo sucedido.
Ver el arma en la cara de la líder peronista impresionó a muchos: palabras de Baby Echecopar –insospechable de cualquier simpatía por el oficialismo- o un opositor férreo como Lombardi, muestran que la violencia extrema de lo sucedido ha llamado a cierto impacto y posterior reflexión, ha producido una interrupción súbita en el devaneo inacabable de los ataques políticos y mediáticos habituales.
Claro que no faltan las operaciones para desviar la atención: hablar del feriado y no del atentado, decir que este no fue un hecho político (como si se hubiera hecho porque la ex presidenta fuera hincha de Gimnasia, o porque nació en La Plata), afirmar insólitamente que no se sabe la identidad política de quien atentó –que lleva inscripciones nazis en los brazos y habló dos veces en Crónica TV exhibiendo clara orientación de derecha-, poner el acento en las fallas eventuales de la guardia (como si fuera ésta la que empuñó el arma, no quien efectivamente lo hizo), y hasta disparates como que todo esto fue un show montado (¿????), o –ya perdido todo discurso razonable- lanzar abiertamente que lo bueno estaría en que la bala hubiera salido: con lo cual queda claro de qué lado está más naturalizada la violencia (esto sólo se ha dicho por personas aisladas, o en las redes).
Pero no es eso lo central. El peronismo reaccionó con lo que sabe hacer: salir a la calle, llenar de enormes multitudes Buenos Aires y muchas otras ciudades del país, demostrar su respaldo –y a menudo su devoción- por esa figura tan excepcional como discutida de la política. Mostrar con ello la enorme distancia con otros casos con los cuales se ha querido, no siempre de buena fe, comparar: la muerte de Nisman, por ej., que no sólo hay muchas versiones que la indican como suicidio, sino que el fiscal era un ilustre desconocido cuando sucedió: por cierto él no era presidente, ni vice, y nunca había sido votado.
En el debate aparecen insólitos representantes de lo democrático, personajes a que se convoca a hablar por tv (como Miguel Toma, que deviene de los tiempos de hambre del menemismo) y que no son garantía de imparcialidad ideológica ni alcanzan estatura de ejemplos éticos. A río revuelto, pululan pescadores astutos y ajenos.
La reacción del peronismo, a través del discurso presidencial y las grandes movilizaciones, quizá ha tenido dificultad para convocar con más apertura a la oposición política, donde al menos pudo interpelarse a aquel sector menos radicalizado. Pero sí ha acertado en un punto: señalar los discursos del odio, sujetos a legislación en diversos países. Discursos que circulan tranquilamente en la Argentina. Y que cuando se señala a quienes los desgranan segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora, día a día, semana a semana y mes a mes durante cada uno y todos los años consecutivos, sus gestores pretenden mirar para otro lado. Ciertos practicantes del periodismo –sobre todo vía televisión- son responsables de una fuerte descalificación permanente de la ex presidenta, y vano sería de pronto querer disimularlo.
A la vez, el documento conjunto y la presencia de todos los bloques en la Asamblea legislativa para repudiar lo sucedido, es un hecho central. Puede ser la vía para iniciar una convivencia menos antagónica dentro de la política argentina. Y eso es decisivo: este hecho extremo que por un tris no hundió al país en el caos, puede servir a poner límites a la violencia verbal en el espacio del debate público, a menudo salvaje y fuera de cauce.
Ojalá se avance en ese sentido: porque así sería menos fácil la afirmación deshumanizada de “ojalá la bala hubiera salido”, la cual no entiende que en el caos abierto, la violencia salpica hacia todas partes. Y que –según muestra sobradamente la historia argentina- sus partidarios de hoy, pueden ser sus víctimas del mañana.-
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