Por Sergio Levinsky, desde Madrid
Lo primero que hay que afirmar sobre el partido de Maturín ante Venezuela es que en ese campo y en esas condiciones no se podía jugar de manera normal. Si el compromiso se llevó a cabo, de todos modos, habrá sido por necesidades del negocio, del marketing y del vapuleado calendario futbolístico que cada vez acerca más a los jugadores a una posible huelga mundial y que, para algunos que ven debajo del agua, tuvo su avanzada en la pasada “fecha FIFA” de selecciones, con tanto suplente que se dio de baja a poco de que comenzaran los juegos en todo el mundo, argumentando lesiones no siempre comprobables.
Una vez más, Lionel Scaloni, el entrenador de la selección argentina tuvo razón cuando protestaba airadamente por haberse jugado el partido. No sólo por el factor climático sino porque al generarse tantos charcos en el campo de juego y al no picar la pelota en vastos sectores (como comprobaron los inútiles funcionarios de la Conmebol), el equipo que más se perjudicaba era el albiceleste, que, como se sabe, es uno de los mejores en lo de hacer circular la pelota de un lado al otro esperando, con paciencia, que se abra el claro por donde establecer el pase decisivo.
Scaloni había practicado con varios “tocadores” al agregar en la línea de sus cuatro volantes a Giovani Lo Celso y al joven Thiago Almada, por la banda izquierda, para que todos se encontraran con Lionel Messi para tejer de a poco la jugada para que cualquiera de ellos la terminara o para que la rematara Julián Álvarez, el único punta albiceleste y de esta forma, otra demostración del carácter conservador del entrenador, que lo es, aunque con pelota en los pies y no cediéndola al rival.
Las circunstancias, entonces, determinaron que la selección argentina se encontrara con un terreno nada propicio para su juego habitual y ya no pudo desarrollarlo, porque la pelota no picaba o se paraba pronto, al punto de que Rodrigo De Paul tuvo dos graves equivocaciones por querer jugarla para atrás en esas condiciones.
Explicado el contexto del partido, tampoco se puede soslayar que este equipo argentino, que tiene un muy buen presente a partir de lo liviano que anda por la vida con una mochila muy liviana a partir de sus recientes títulos, tiene algunos problemas que se van reiterando con el peligro de volverse crónicos, como el conservadurismo ya explicado: demasiados volantes y pocos rematadores, dejando esta función para un Julián Álvarez que lleva un tiempo confundiendo “correr y meter” con “jugar”.
La enorme cantidad de volantes (todos con buen pie) desde ya que asegura la tenencia de la pelota, algo fundamental para poder crear a través de eso y porque, si la tiene uno, no la tiene el rival, pero termina superpoblando una zona y despoblando el área rival dejando como única referencia clara al delantero de punta, en este caso Álvarez, cuando, además, un goleador de raza como Lautaro Martínez ingresa faltando tan pocos minutos si es que esa es la única opción ofensiva real.
El otro problema, hoy, es la incógnita de este Lionel Messi de 37 años, con mucho tiempo sin jugar, que forma parte de una liga secundaria y tranquila como la MLS norteamericana, por lo que se nota demasiado pronto que en partidos de Copa América o de clasificación mundialista, los rivales participan en torneos más exigentes y que, entonces, le dificultan rendir a plenitud.
El Messi que jugó ante Venezuela prácticamente no existió en el primer tiempo. Su participación fue nada menos que testimonial, aunque en el segundo tiempo mostró algún destello de su calidad, pero la gran pregunta es si hoy alcanza con esta versión del genio rosarino para sacar a la cancha un equipo con un solo delantero, o si no será mejor que entregue su mejor versión en un tiempo más concentrado. ¿Será una pregunta tabú?
Del medio hacia atrás, se observan menos problemas. Esta vez, si bien Nicolás Otamendi fue superado por Jefferson Soteldo en el desborde por la banda hasta sacar el centro perfecto para la definición precisa de Salomón Rondón en el empate venezolano, no se puede afirmar, como otras veces, que lo hayan anticipado de cabeza, mientras que Germán Pezzella jugó su mejor partido en la selección argentina, con mucha solidez por arriba y abajo, y la muy buena entrada de Leonardo Balerdi al final (aunque cinco defensores ante la “Vinotinto” parece mucho) nos van indicando, sumado al muy buen trabajo de Genónimo Rulli en el arco (como en los Juegos Olímpicos de París), que hay suficiente recambio pensando en el Mundial de 2026.
Quizá el otro punto más preocupante sea el del mediocampo, en el que Enzo Fernández no parece hallarse ni ser el que brilló en Qatar 2022, ni Giovani Lo Celso parece hacer pie para aspirar a una titularidad, aunque es cierto que faltó un jugador de peso como Alexis Mac Allister y que Nicolás González es el recambio natural de Ángel Di María por la banda.
Acaso sea el momento de un cambio de esquema, y de pasar de un 4-4-1-1 habitual, a un 4-3-1-2 y hasta a un 4-4-2, pero, así como está hoy, si bien puede seguir acumulando puntos y clasificarse mcomo0 primera de grupo, se generará un enorme signo de pregunta en cuanto a producción.
Pese a todo, el punto de Maturín es rescatable porque enfrente estuvo una selección venezolana que evolucionó mucho, con algunos jugadores de gran calidad como Yangel Herrera, Tomás Rincón, el lateral Jon Aramburu, el goleador Rondón, o sus dos acompañantes en el ataque, Jefferson Savarino y Soteldo, volantes que juegan por las bandas y que generan una enorme mejora de la técnica, sumado al gran trabajo táctico del argentino Fernando “Bocha” Batista, de extensa carrera en los juveniles argentinos.
Si es por los puntos, entonces, no hay de qué quejarse. Si es por el juego, aclarado el tema del estado del campo, hay mucho para mejorar. La ventaja es que no hay demasiadas presiones para un equipo tan ganador, y que entonces le permite a Scaloni trabajar tranquilo hacia el gran objetivo final.
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