Por Sergio Levinsky, desde Madrid
Tal vez, por el estilo que le quiso imprimir a sus equipos (especialmente los argentinos Aldosivi y Racing, y de alguna manera, también a las Chivas de Guadalajara, al que estaba dirigiendo ahora y por lo que Boca erogará dos millones de dólares por la liberación de su contrato, que vencía en diciembre próximo), Gago sea el mayor exponente de lo que, supuestamente, pretende su excompañero y ahora presidente xeneize, Juan Román Riquelme: un juego más estético, ligado a la posesión de la pelota, y presión muy alta, además de ser un fanático de la salida del fondo con pelota dominada.
La gran pregunta es si este Boca está capacitado para eso, si tiene a los jugadores adecuados para promover este estilo agresivo, ofensivo, estético, tal como lo representó el propio “Pintita” (apodo que llevó desde las divisiones inferiores. Impuesto por un maestro de ojeadores de futbolistas como Ramón Maddoni, el mismo que descubrió, entre otros, a Carlos Tévez).
Desde lo ideológico-futbolístico, es claro que Riquelme apuesta por alguien que represente su fútbol y por eso, busca que Gago sea el entrenador con el que termine su mandato, algo que no parece nada fácil si tomamos en cuenta que será el sexto desde que el presidente de Boca accedió al cargo en diciembre de 2019, lo que significa más de un director técnico por año en promedio.
Pero incluso desde el punto de vista del juego, Riquelme ahora parece inclinarse más claramente que antes, en este mismo mandato, por un estilo de fútbol que resultó más híbrido en sus primeros tiempos en el cargo, cuando convocó a Miguel Russo, y luego, a dos excompañeros suyos e los tiempos de gloria de Boca entre fines de los noventa y la primera década del siglo XXI, como Sebastián Battaglia y Hugo Ibarra, a quienes dio la sensación de querer manejar desde los escritorios.
Lo cierto es que Gago llega con toda una pretensión complicada para estos tiempos de Boca: tratar de jugar un fútbol estético justo cuando el plantel se está desmembrando, a partir de una desacertada política de contrataciones y ventas, y el futuro aparece con un enorme signo de pregunta dibujado en la frente.
Si Boca no viene jugando un fútbol agradable prácticamente desde que ganó la Copa Libertadores por última vez en 2007 (en el anterior ciclo de Russo, y con Riquelme como gran estrella), Gago se encontrará en tres meses más, con la salida de los últimos jugadores de peso surgidos de las divisiones inferiores como Cristian Medina y Guillermo Pol Fernández, además de Nicolás Valentini, quien se encuentra “colgado” por no aceptar las condiciones para renovar su contrato.
Si sumamos la salida de Luca Langoni, el panorama con el que se encontrará Gago es de una buena cantidad de futbolistas contratados en este último mercado de pases, consistente en nombres que indican más que lo que propusieron hasta ahora dentro del campo de juego en los pocos partidos que han disputado con la camiseta azul y oro.
No parece haber un solo jugador, llegado en el último mercado de pases, que sea capaz de solucionar algunos de los problemas que se le fueron presentando al equipo en cuanto al juego, y con decenas de millones de dólares en el banco por muy buenas ventas, a las que hay que sumarle la de Valentín Barco al Brighton inglés (aunque ahora se desempeña en el Sevilla).
No es que Boca, como sí lo hizo River con Marcos Acuña, Fabricio Bustos, Germán Pezzella o Maxi Meza, optó por traer jugadores del mismo o mayor peso que los que se fueron o están a punto de irse, sino que lo hizo con otros que apenas pasaron por equipos del exterior, con dudoso éxito, y que no aportan un salto de calidad, algo que se suma a mercados anteriores en los que sólo acertó con el uruguayo Edinson Cavani (más allá de una importante cantidad de lesiones que tuvo a sus casi 38 años) o con su compatriota Miguel Merentiel y, en cierto modo, con el volante Kevin Zenón.
Hoy Boca es un torbellino, un equipo que ataca sin abrir los ojos, con los dientes apretados y casi siempre por los mismos lugares (ambas bandas, aunque más por la derecha), que no tiene creatividad en el medio y que juega con excesiva vehemencia atrás, sin tiempo para pensar en defender y salir hacia el campo rival con mayor claridad.
No es casual que peligre de no clasificarse a la Copa Libertadores por segundo año consecutivo (lejos en la Liga, le quedarían la tabla anual y la Copa Argentina) y que varios de sus jugadores veteranos no puedan garantizar una continuidad (el arquero Sergio Romero atraviesa un muy mal momento, y su marcador central Marcos Rojo -ambos excompañeros de Gago en la selección argentina- se encuentra casi siempre lesionado).
¿Podrá Gago superar todas las presiones que tendrá el plantel de Boca en estos meses, en los que su máximo rival, River Plate puede ser campeón de la Copa Libertadores por quinta vez, cuando se le exigirá tanto juego como resultados y además, aparece como central el desafío del Mundial de Clubes de los Estados Unidos en 2025?
¿Le aportará Riquelme, esta vez, jugadores de jerarquía para apostar, por fin, por un cambio de juego que no pudieron lograr ni el experimentado Jorge Almirón ni el último a cargo del equipo, Diego Martínez?
Por lo pronto, Gago deberá lidiar con años de ideas que le gustaría desterrar, como privilegiar el correr y meter al jugar, el no entender que la reconocida garra boquense siempre fue un plus y nunca lo primordial (Silvio Marzolini, el inolvidable lateral izquierdo por más de una década, y al que jamás se le discutió la actitud, fue considerado mejor jugador en su puesto en el Mundial de Inglaterra 1966) y que para ganar títulos hace falta ganar muchos partidos, incluso como visitante, y hay que tratar de marcar la mayor cantidad de goles posibles, para lo cual primero hay que elaborar jugadas desde la técnica de los jugadores.
Sin una clara idea dirigencial, sin la materia prima necesaria para su fin, con las urgencias que pueden llegar en semanas si River gana un título muy importante, con el desafío del Mundial de Clubes a la vuelta de la esquina, y con el peligro de no clasificarse a la Copa Libertadores, Gago no la tendrá fácil y deberá encabezar una verdadera revolución interna si quiere lograr los objetivos que le proponen desde los escritorios.
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