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Otra vez sopa: los sudamericanos sin Mundial de Clubes

Los escenarios parecen calcados, aunque con sus bemoles de cada temporada. Las camisetas cambian de color de un lado y del otro del Océano Atlántico. Lo que ocurre cuando el árbitro pita el final es historia conocida: por un lado, se destaca el “orgullo” de los equipos sudamericanos por “haber competido de igual a igual”.

12/02/2022 22:27
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Por Sergio Levinsky, desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Por otro, los europeos festejan moderadamente y levantan la Copa del Mundo de Clubes, por lo general, con merecimiento. Hace una década que o pasa lo mismo, o directamente los de este lado del mapa ni llegan a la máxima definición.

De hecho, en cuatro de las últimas ocho ediciones, los sudamericanos  ni siquiera llegaron a la final del certamen. En 2013, el Bayern Munich ganó el título ante el Rajá Casablanca, en 2016, el Real Madrid lo obtuvo frente a los japoneses del Kashima Antlers, en 2018, otra vez se impusieron los españoles ante el Al Ain de Emiratos Árabes y en 2020, el Bayern jugó la final ante los Tigres de México.

Esta vez, también en Emiratos Árabes, ya acostumbrada sede del Mundial de Clubes luego de tantas definiciones en Japón, un Palmeiras demasiado especulativo y jugando al error del rival, tampoco soportó la presión del Chelsea, cuyo objetivo es mucho más la Champions League (que para los europeos es el torneo de clubes más importante), y que ya cerca del final del partido, en el alargue, no contaba con varios de sus titulares (Mason Mount, Romelu Lukaku,  Andreas Christiansen, Jorginho, Marcos Alonso y hasta Mateo Kovacic).

Aún así, al Chelsea le bastó para ser el dominador absoluto del partido, no sólo con una posesión de pelota del 66 por ciento, sino que directamente su línea de tres defensiva, con el citado Christiansen, Tomas Rudiger y el brasileño Thiago Silva, quien oficiaba de salida desde el fondo, estaba parada casi en campo rival, y el Palmeiras casi nunca pudo sacar provecho del enorme trecho que quedaba en las espaldas de los ingleses hasta llegar a su arquero Edouard Mendy, mentalizado como estaba en seguir con el mismo plan que le permitió ganar dos Copas Libertadores seguidas: meterse atrás, armar un enorme vallado que bloquee la llegada del rival, y  en lo posible, sacar rédito de cualquier error o traspié, con sus jugadores más adelantados muy concentrados (el enlace Raphael Veiga, Dudú o el punta Rony).

Parecía que se repetía aquello que le dio tanto resultado al Palmeiras que dirige con éxito el portugués Abel Ferreira: el Chelsea no encontró el gol pese a la inteligente maniobra de su muy buen entrenador alemán Tomas Tuchel, quien optó por darle descanso por la izquierda al lateral volante Marcos Alonso para reemplazarlo por Callum Hudson Odio, de mucha mayor vocación ofensiva, siempre respetando el esquema madre de 3-4-3 contra el clásico 4-2-3-1 del “Verdao” paulista.

Más allá de que los ingleses se encontraron con la sorpresiva salida por una lesión de Mason Mount, reemplazado por el estadounidense Christian Pulisic a los 30 minutos del primer tiempo, el primer desequilibrio llegó a los 9 minutos del segundo tiempo precisamente por un centro de Hudson Odio desde la izquierda que ganó perfectamente Lukaku con un cabezazo (qué bien le vino al belga este torneo, porque estaba peleado con el gol desde que hizo duras declaraciones acerca del sistema táctico de Tuchel en los “blues”).

A partir del 1-0 se pensó que el partido no tendría retorno. ¿Cómo podría hacer para empatar un equipo como Palmeiras, estructurado para aguantar atrás, para que no le hagan goles, y no para salir a buscar? Y sin embargo, el gol llegó enseguida, seis minutos más tarde, gracias a una insólita mano de Thiago Silva en su área, que Raphael Veiga, con su talento, emparejó con un remate de penal.

Pero ese gol fue apenas un espejismo. Como otras tantas veces en las definiciones de los últimos Mundiales de Clubes ante los europeos, los sudamericanos se fueron metiendo cada vez más atrás y ya pasar la mitad de la cancha se transformó en una quimera. Las piernas ya no respondían a la mente, y se veía venir el 2-1 en cualquier momento. Chelsea perdió varios goles en los pies de su delantero alemán Kai Havertz, el arquero Weverton sacó las que pudo sacar y otras pelotas pegaron en el palo o lo rozaron, producto del azar.

Palmeiras logró llegar, aunque sea con muletas, al alargue, donde todo se profundizó y cuando ya parecía que se acercaba la definición por penales, otra mano, en este caso la de Luan (luego expulsado en una jugada siguiente por una falta al mismo Havertz como último hombre), determinó el penal que convirtió Havertz a dos minutos del final, de manera merecida y más ajustada en el resultado que en el juego, porque los europeos volvieron a demostrar en esta clase de definiciones que sigue habiendo mucha distancia con el resto, que si en buena parte es económica (la diferencia de presupuestos es atroz), también existe en lo físico y lo táctico.

Los equipos sudamericanos, en finales de la última década con los europeos, terminan pidiendo la hora, metidos en su campo, casi sin contragolpear, con sus jugadores acalambrados, y despejando hacia arriba a donde caiga la pelota.

¿Esto significa que los equipos sudamericanos, como Palmeiras ahora, le juegan “de igual a igual” a los europeos porque la diferencia fue de apenas un gol? Desde ya que no, El resultado no siempre nos revela todo lo que pasó en un partido. Lo cierto es que se trata de una imagen repetida: la de los sudamericanos exhaustos – o directamente fuera de la definición-, y los europeos con un festejo sereno.

Si no se toma consciencia de lo que ocurre y el fútbol sudamericano no trata de jugar con una identidad, el peligro es que etas situaciones se repitan. Desde 2005, que se jugó la primera edición del Mundial de Clubes, los sudamericanos siempre habían llegado a la final aunque sólo se impusieran en la primera edición (San Pablo al Liverpool).  Fue en 2010 la primera vez que ni siquiera pudieron arribar a la definición cuando Inter de Porto Alegre tuvo que dejarle su lugar al Mazembe, de la República Democrática del Congo y ya en la segunda década de este siglo, la caída (futbolística y de resultados) fue estrepitosa.

No hay que dejarse llevar tanto por algunas frases grandilocuentes. “Competir” no es meterse atrás y aguantar. “Derrota digna” no s cuando apenas se llegó al arco adversario y en más de la mitad del partido se arrojaba la pelota lo más lejos posible. “De igual a igual” no se juega cuando el rival está completamente parado en el campo de uno.

Ya lo decía el gran neerlandés Johan Cruyff: si la pelota la tuvo el rival, no te divertiste, corriste de más, te acalambraste y perdiste, te terminás yendo a casa con cara de tonto. Acaso sirva como moraleja para intentar, al menos, jugar mejor la próxima vez. Y hasta, acaso, se termine ganando a los europeos de una buena vez, como ocurría en tiempos pasados de mayor grandeza y menos temor.

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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