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La encrucijada del fútbol argentino

Mientras transcurre el primer año del nuevo formato de la UEFA Champions League, ahora con 36 equipos y una tabla general, en una especie de liga europea, la Conmebol observa, inerme, cómo por sexta vez consecutiva será campeón un equipo brasileño, tal como viene ocurriendo desde 2019.

Redacción
09/11/2024 23:09
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Por Sergio Levinsky desde Madrid

Esta vez, el próximo 30 de noviembre, el Atlético Mineiro, dirigido por Gabriel Milito y con jugadores compatriotas como Rodrigo Battaglia, Fausto Vera, Renzo Saravia y Matías Zaracho, y el Botafogo, con Thiago Almada como una de sus grandes figuras, y con Alexander Barboza en la defensa, se darán el lujo de definir al campeón de la Copa Libertadores en Buenos Aires, en el estadio Monumental.

Si se observa la composición de los planteles de los dos finalistas -así como los de otros equipos que han quedado en el camino pero que son potencias y en estos años han ganado varios títulos continentales, como Palmeiras y Flamengo- se trata, casi, de selecciones sudamericanas y con algunos jugadores brasileños que regresaron de Europa sin ser tan veteranos, atraídos por el gran torneo local, el “Brasileirao”, que hoy es uno de los tres mejores del mundo en calidad y competitividad, y que va camino a profesionalizarse cada vez más al estilo Premier League inglesa. Ya se habla de Fair Play Financiero para los equipos, que pondrá topes a las contrataciones y a los gastos.

 

 

De esta forma, en el presente resulta prácticamente imposible, para los equipos argentinos, con la debilidad de la economía del país, hacer frente a los brasileños. Apenas Racing Club es el único que pudo llegar a una final, la de la Copa Sudamericana, tras eliminar a Corinthians, dirigido por Ramón Díaz, que cuenta en sus filas nada menos que al neerlandés ex Barcelona y Atlético Madrid, Memphis Depay. Ahora, el club de Avellaneda deberá enfrentar al Cruzeiro, otro equipo poderoso, en la final del 23 de noviembre en La Olla de Cerro Porteño, en Asunción.

Lejos parecen aquellos tiempos, que sin embargo no son tan lejanos, en el que los equipos argentinos predominaban en Sudamérica. En 2009, hace quince años, la ventaja en títulos de Copa Libertadores para nuestros equipos sobre los de Brasil era de 22 a 13, nueve de diferencia. Con el que ganará Atlético Mineiro o Botafogo el 30 de noviembre en Buenos Aires, la diferencia será tan sólo de 25-24. ¿Es sólo gracias al mérito del país vecino?

Por supuesto que no. El fútbol argentino viene decayendo en forma alarmante desde la segunda década de este siglo. Es cierto que la situación económica del país no ayuda en absoluto, pero venimos insistiendo desde estas columnas que hay responsabilidades propias de una dirigencia mediocre, que no estudia alternativas, desconoce gran parte del medio, no tiene la suficiente formación intelectual -ni siquiera una mínima curiosidad- y por lo general, viene administrando muy mal los fondos, y con muchos que salen de los cargos con una situación personal mucho mejor que con la que ingresaron.

Desde el punto de vista de la organización de los torneos, la AFA fue perdiendo prestigio -se mantiene absolutamente por los torneos ganados por la selección nacional- en la medida que fue careciendo de seriedad en cuestiones como organización de los distintos torneos, los cambios sobre la marcha o la falta de debate sobre cuál es el sistema de competencia que más se necesita o conviene al fútbol argentino.

 

 

Mencionamos el Brasileirao porque es un gran torneo, federal (porque las clasificaciones se obtienen en los estaduales de la primera parte del año) y que dura muchos meses, con el sistema de todos contra todos en dos rondas y con veinte equipos, algo similar a lo que eran los torneos argentinos hasta 1966, o lo que luego fueron los Metropolitanos entre 1967 a 1985, o los anuales hasta que se decidió jugar dos torneos de una rueda con aquellos Apertura y Clausura.

En cambio, el fútbol argentino, además de ir camino de treinta equipos en Primera cuando se había prometido tratar de bajar a veinte, nunca se debate la realización de un torneo más federal, con otra organización y terminando con esto de los clubes no afiliados directamente y sólo participando desde las Ligas del “Interior”.

Y el ejemplo de funcionamiento, lo tiene al lado, en un país vecino de características de extensión parecidas a la Argentina. No es la primera vez que esto ocurre. La dirigencia del fútbol está repitiendo, aunque de otro modo, el disparate que ya hizo en 1958, cuando al regreso del desastre del Mundial de Suecia, donde la selección fue eliminada en primera fase tras caer ante Alemania, pero aún peor, ante la exChecosovaquia por 6-1, se buscó cambiar de modelo de juego y entonces se trató de copiar el de aquellos que nos vencieron y no por el de los que, en definitiva, fueron campeones del mundo de manera brillante, los vecinos brasileños, como si fuera una humillación copiar -o, en todo caso amoldar a la idiosincrasia propia- a quienes se encuentran cerca.

Así es que, por copiar un modelo foráneo, muy lejano al sentir de los hinchas, comenzaron a llegar entrenadores formados en escuelas más conservadoras europeas como Coverciano (Italia), con la idea del Catenaccio (Cerrojo) que importó aquella idea del líbero, o la de hacer bajar a marcar a los extremos hasta transformarlos en cuarto y quinto volante. Así es que hubo una tremenda baja en las estadísticas de venta de entradas por partido y aquel año de tremenda concurrencia a las canchas como 1954 ya no tuvo correlato en los años siguientes, defraudado el público con los espectáculos que veía.

En el libro “La Pirámide Invertida”, de Jonathan Wilson, se hace hincapié en lo que ocurría durante los entrenamientos en aquellos años posteriores al Mundial de 1958, cuando muchos jugadores le arrojaban sus camisetas al entrenador, ofuscados porque habiendo sido creativos durante toda su carrera, ahora los mandaban a marcar y se preocupaban más por lo físico.

No se buscó, desde la dirigencia, alguna otra explicación que decir que estábamos atrasados “tácticamente” respecto de los europeos, cuando la confianza previa era tal que se decidió no convocar para ese Mundial de Suecia a notables figuras como Alfredo Di Stéfano, Héctor Rial y el arquero Rogelio Domínguez, del Real Madrid que ganaba todas las Copas de Europa, ni al terceto que se impuso brillantemente en el Sudamericano de Lima de 1957, parte de “Los Carasucias” como Humberto Maschio, Antonio Angelillo y Enrique Omar Sívori, que hicieron historia en el Calcio italiano. Tampoco tuvo protagonismo el máximo goleador del fútbol local, José Sanfilippo, para que en cambio jugara un veteranísimo Ángel Labruna.

 

 

Ahora ocurre algo parecido. Se repite la frase, que tiene cierto viso de realidad, de que la diferencia con los equipos de Brasil es económica cuando lo es en parte, porque hay otra que está relacionada con la dirigencia argentina, que pudiendo exportar jugadores en millones de euros y reemplazarlos por jóvenes surgidos en el club, o con el no saber aprovechar un tiempo de tantos rubros en ingresos (marketing, venta de derechos de TV, abonos a palcos y plateas, venta de entradas), está matando a la gallina de los huevos de oro dando lugar a que se abra la puerta a las sociedades anónimas, o aplaudiendo a líderes que no mueven un dedo para mejorar la actividad.

Con tanta incapacidad, tan malas decisiones y sin un respaldo monetario en lo general, sin torneos federales y sin importar en absoluto el desarrollo del fútbol femenino, que los equipos argentinos sigan ganando como en el pasado es una utopía. Y que la Selección sea bicampeona de América, campeona del mundo y de la Finalissima, un oasis.

 

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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