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Alipio Tito Paoletti, gran periodista, genio y figura hasta siempre

No sé de dónde venimos ni sé a dónde vamos; lo que a mi edad sí sé es que hay libros que funcionan como seres vivientes. De vez en cuando nos chiflan, bajan de las bibliotecas; tal El libro de Alipio Tito Paoletti.

16/11/2024 21:46
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires

 

   Por ahí anda una canción, creo de Rodolfito Páez, en la que insiste que no es cierto que todo está perdido. Por ahí anda un poema de Juan Gelman que dice: “Te mataré derrota. Nunca me faltará/ un rostro amado para matarte otra vez”. Pienso en el poema y pienso en la canción porque tengo entre mis manos, con el olor del más noble pan hecho en casa, latiendo, “El libro de Alipio Tito Paoletti”, escrito por Guillermo Alberto Alfieri.

    Detalle conmovedor en la tapa: el nombre de Alfieri aparece abajo, entre dos guiones, con una tipografía todavía más chica que la usada en el lomo. Un gesto de discreción nada habitual en nuestra histérica feria de vanidades. Alfieri da un paso al costado y hacia atrás porque este es el libro de Tito.

   El rescate de la epopeya de Paoletti, Alfieri lo hace con el registro simultáneo de lo que pasaba en la Argentina de aquel momento. Paoletti nació en 1936, en Mataderos, se crió en Liniers y terminó anclando en la provincia de La Rioja. En 1959, con recursos precarios reflotó el diario El Independiente. Con 24 años “fue director-periodista todo terreno, gestor financiero, promotor de la misión imposible”. En la aventura inicial lo acompañaba el escritor Daniel Moyano. El diario empezó a crecer, “los socios no retiraban renta, cada peso que excedía la cobertura de sueldos y gastos se invertía para mejorarlo”.  Colaboraban el poeta Ariel Ferraro, el plástico Miguel Ángel Guzmán, Quino con su atrevida Mafalda, intercambiaban artículos con Primera Plana. La línea editorial, nada chupamedias, se basaba en la intransigencia “contra la explotación del trabajo humano, el autoritarismo y la corrupción”. Nada menos.

    Cae Arturo Illia, suben las intervenciones. A La Rioja llega un aeronáutico, Julio César Krausse con una camarilla simpatizante de Hitler. Paoletti no arruga, en la editorial denuncia a ese “grupo de extrema derecha que pretende –aunque parezca mentira- fundar aquí una suerte de estado nazi.” Lo citan de la casa de gobierno. El comodoro discute con Paoletti. Tito responde con otra editorial: “Aquellos que tenemos la responsabilidad de defender en los hechos la libertad de expresión resistimos las intimidaciones y las imposiciones. Un periodista es alguien que anda por la vida sin miedos y sin armas, que confía en el pueblo…” Desde el gabinete provincial se convoca a destruir las instalaciones del matutino. No hay obediencia debida. Tras eso el comodoro vuela. El Independiente crece, entrevista a pensadores, a sindicalistas. Entre ellos a un Arturo Jaureche que comenta: “¿Seguro que van a publicar lo que estoy diciendo? Mirá que es duro.” A la semana Jaureche recibirá el diario con el reportaje sin cortes; estrechará vínculos con “este gordo corajudo”. Tiempo después Jaureche eligirá una casa de los Paoletti para escribir sus inacabadas memorias.

   Los días pasan, y la historia se teje. Tito sigue con su linterna; el gobernador Iribarren lo demanda por “incitación a la violencia”. Paoletti le contesta: “Hablemos claro: acá en La Rioja no hay más violencia que la institucionalizada”.

    A todo esto, el amor. Tito se enamora de una prima en tercer o cuarto grado, Lylian (Lylí) Santori. Batalla contra los prejuicios. Envían a Lylí a estudiar a Córdoba. Pero él burla el cerco mediante el horóscopo de El Independiente: “Libra (Tito) le avisaba a acuario (Lylí): ‘espere carta’, ‘recibirá visita’” No hay quien pueda con el amor enamorado: Tito y Lylí se casan, tienen uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis hijos. Vivirán haciendo y soñando, juntos, hasta que la muerte los separe muy transitoriamente.

    Segunda mitad de la década de los sesenta: desembarca en La Rioja el empresario Alvarez Saavedra. Saavedra, ex testaferro de Juan Duarte; viene a levantar  un casino y hoteles. Le propone a Paoletti la creación de un canal de cable, poniendo dinero y cediendo mayoría accionaria. La limosna es grande. Tito averigua, y el curriculum del inversor resulta ser un prontuario. Y no cae en la suculenta tentación: sigue en la ardua vereda de enfrente, como siempre.

    Año 1968: llega a La Rioja monseñor Enrique Angelelli. En su primer mensaje pide: “Ayúdenme para que no me calle cuando deba hablar… para que ningún cálculo humano me haga silenciar”. Tito y El Pelado Angelelli, más allá de las diferencias de credo, trabajan por lo mismo. El diario Independiente, crece. Está con Ongaro, o con Tosco. Pronto pierde la publicidad oficial. Pero no le afloja. En octubre del 71 Paoletti, al frente de su grupo convierte al diario en cooperativa. Del dicho al hecho, ningún trecho. Paoletti gana igual que el último cronista

    Y llegan los años en los que se violaba la vida y se violaba la muerte. Angelelli fue silenciado corporalmente con su muerte, nada accidental. Paoletti consigue escapar por poco, pero sigue bregando ahora desde el exilio. Cuando retorna la democracia vuelve a ese diario que él amasó, pero no lo dejan reintegrarse. Los alevosos caraduras aducen “abandono de trabajo”. Además le inventan una renuncia.    

    Paoletti murió a sus 50 años, muy joven. Tenía una mirada piadosa con aquellos que lo traicionaron, no perdía “una cierta esperanza de retornar” a El Independiente. Seguía sembrando cuando murió: sacaba cuando podía Riachuelo al Sur, un periódico barrial. ¿Qué nos queda de Paoletti? Nos queda lo que sembró: algo tan escaso, tan insólito en estos pagos, y que bien puede entrar en esta frase suya: “La vida no tiene sentido sin dignidad, sin justicia, sin libertad, sin amor… y vivir es luchar. Y luchar es soñar”.

   Uno se pregunta: ¿cómo es posible que este país nuestro, que este mundo nuestro no se haya ido definitivamente a la mismísima mierda? ¿Cómo es posible que esto siga con pulso, en medio de tantos ciudadanos eructantes, caceroleros sólo movidos por cuestiones que atañen al corazón del bolsillo, en medio de tanta corrupción, impunidad, insolidaridad, de tanta mediocridad galopante, de tanto misil y guerras preventivas, de tanta alevosa desmemoria? ¿Cómo, cómo es posible que sigamos con pulso?

    Es posible porque hay seres primordiales que desde siempre mantienen una ardua pulseada a favor de la ética, del amor, del compromiso con la intemperie. Porque hubo y hay tipos como Alipio Tito Paoletti y su mujer.  Tipos no tan conocidos como el Che Guevara o Rodolfo Walh, pero igualmente esenciales. Es posible porque, además, hay periodistas, como Alfieri, que rescatan vidas traspapeladas por la obscena indiferencia activa de cada día. Acierta Alfieri cuando acude a citas como ésta de José Martí: “Los apasionados son los primogénitos del mundo.” Y esta otra de Heinrich Heine: “Cuando al perro se le coloca un bozal, ladra por el culo, pero ladra”.

    El caso es que Tito y su amada Lylí siempre “están matando a la derrota”. Siempre.

 

* zbraceli@gmail.com    ///    www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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