Por Sergio Levinsky, desde Barcelona
Lo que minutos antes, el entrenador de la selección argentina, Lionel Scaloni, le había anticipado a los periodistas al terminar la conferencia de prensa tras el triunfo histórico ante Brasil por 1-0 con gol de Nicolás Otamendi, en un guion completamente meditado, ahora se lo daba a conocer a sus jugadores: había decidido tomarse un tiempo para pensar, para meditar si seguir o no en sus funciones, aprovechando el receso del equipo nacional hasta marzo, cuando estará la posibilidad de dos partidos amistosos de fecha FIFA. La actividad oficial recién regresará a mitad de año con la Copa América de los Estados Unidos, en el ecuador entre los dos Mundiales, el de Qatar 2022 y el de 2026.
¿Por qué Scaloni decidió tapar la fiesta de un resonante triunfo, el segundo seguido en el Clásico ante Brasil y en el mismo estadio, que además le permitió a la selección argentina terminar el 2023 como líder del grupo sudamericano y con un pie y medio en el Mundial 2026? Justamente, porque así, en el caso de no seguir, deja tiempo para que la AFA busque un nuevo técnico (ya se comenzó a hablar de Gabriel Milito, como sucesor, y hasta Ricardo Gareca jugó alguna ficha diciendo que el único sueño que le queda es ocupar este cargo), y, por otro lado, porque sus palabras, en una conferencia de prensa internacional y tras un partido de semejante calibre, tomaría más vuelo.
¿Hay un motivo particular por el que Scaloni ahora medite irse, cuando la vara está tan alta? (Argentina es campeona del mundo, de América, Intercontinental, líder del grupo sudamericano para el Mundial 2026). No hay una causa única, pero sí, claramente, gotas que rebalsaron el vaso de las incomodidades con el presidente de la AFA, Claudio “Chiqui” Tapia.
No es fácil para el DT de la selección argentina. Cuando su currículum como entrenador tenía muy pocas páginas (había sido el tercero en el cuerpo técnico de Jorge Sampaoli en el Mundial de Rusia 2018), Tapia acudió a él para el inicio del nuevo ciclo 2018-2022 porque ninguno de los entrenadores de prestigio aceptaron la papa caliente de tomar un equipo agotado, tensionado, vapuleado y desgastado como el que acabó yéndose a casa en los octavos de final de Rusia en aquel 4-3 ante Francia, cuando los defensores miraron los números de la espalda a Antoine Griezmann y a Kylian Mbappe. Ni Mauricio Pochettino -el candidato principal del dirigente-, ni Diego Simeone, ni Marcelo Bielsa aceptaron el convite, Marcelo Gallardo estaba enfrentado con la estructura de la AFA (igual que River en ese momento), y hasta se llegó a hablar de un llamado a Josep Guardiola, desmentido tibiamente.
Fue entonces que Tapia pensó en Scaloni por tres motivos: su buena relación con Lionel Messi, que pudo observar, perspicaz, en Rusia, el hecho de que residiera en Mallorca cuando el primer torneo que había que jugar era uno tradicional, juvenil, de “L’Alcudia”, y, además, seguramente contaría con su aceptación porque en verdad, la propuesta excedía largamente sus aspiraciones iniciales.
Lo que sucedió después es que Scaloni fue creciendo, fue armando un grupo, una base, una estructura, que ya pudo observarse en la Copa América de 2019, cuando si no fuera por no haberse utilizado el VAR en jugadas claras -protestadas airadamente por Messi primero y por Tapia después-, acaso ya allí la selección argentina habría podido ser campeona, aunque lo fue dos años más tarde en el Maracaná. En otras palabras, el Scaloni de 2023 ya tiene poco que ver, como entrenador, con el Scaloni de 2018 y no en vano pasaron cinco años.
La gran pregunta, entonces, es cuánta lealtad le debe Scaloni a quien lo contrató, lo fue a buscar cuando su nombre no estaba en ninguna lista de candidatos, pero quien luego parecía estar a prueba permanente y sin un contrato definitivo, que si se consiguió fue en buena parte por la presión de César Luis Menotti, director nacional de Selecciones Nacionales, que se identificó con él recordando su propio trabajo para el Mundial 1978.
Para Tapia, hoy mismo, Scaloni, pese a su excelente trabajo en la selección argentina y más allá de fotos sonrientes o copas levantadas para el exterior, es un director técnico que le debe todo o casi todo, y cree que como es joven y en cierta manera, nuevo, puede soportar todos los entramados y los movimientos berretas del fútbol argentino, algo que, más allá de lo parecido en el terreno local, Julio Grondona cuidó mucho en sus 35 años de mandato: las selecciones nacionales son a la AFA lo que la Cancillería a un gobierno. Son la cara del fútbol argentino hacia el exterior y esa es la que más hay que cuidar. Todo lo contrario, Tapia no parece detenerse mucho en esos detalles.
Ni a Scaloni ni al cuerpo técnico les gustó que el micro estacionara en la puerta del hotel de Río de Janeiro poco más de una hora más tarde de lo previsto y que eso alterara la cena y el descanso antes de uno de los partidos más importantes de este ciclo de cuatro años, dado que hay muy pocas chances de medirse ante los europeos. Tampoco sentó bien que sus familiares y amigos no hayan podido recibir el número de entradas solicitado pero conspicuos barras bravas sí pudieron llegar al Maracaná con todos los gastos pagos. Tampoco gustó que, en los incidentes previos al partido, con la Policía carioca reprimiendo a los hinchas argentinos en la tribuna, el presidente de la AFA no moviera un dedo y fuera Lionel Messi, el capitán, quien motu proprio tomó la decisión de retirarse al vestuario.
Hay incomodidad por aspectos deportivos e institucionales de larga data. Por ejemplo, ni Scaloni ni el cuerpo técnico entienden que la AFA haya privilegiado la caja antes que el prestigio, con partidos amistosos en destinos que pagan mucho pero que no representan compromisos de fuste (Menotti lo sabe bien porque para el Mundial 1978 organizó una serie internacional en la Bombonera con los mejores equipos del mundo y realizó giras con encuentros de gran dificultad, para obtener un mejor rodaje). Un ejemplo de ello es que, en marzo, Inglaterra tiene una fecha libre pero ya fue tomada por Brasil, cuya selección -pudo notarse el pasado martes- no atraviesa su mejor momento y hasta su entrenador, Fernando Diniz, cuenta con muchas chances de irse después de junio, reemplazado por Carlo Ancelotti-.
Tampoco gustan los movimientos y los indicios de Tapia. No cayó bien (aunque no se suele manifestar en público) que el presidente de la AFA se paseara con la Copa del Mundo por todo el país, una vez ganada en Qatar, cuando todavía la selección nacional no la había mostrado a su público. Tampoco, los vanos intentos por acercarla a la Residencia de Olivos o la Casa Rosada al regresar triunfante del Mundial 2002, ni en los últimos días, algunas gestiones para fotos, firmas de camiseta o de solicitadas en favor de las asociaciones civiles sin fines de lucro y contra las sociedades anónimas, el debate que viene con la asunción presidencial de Javier Milei del 10 de diciembre y de su acompañamiento de Mauricio Macri, adalid de las SAD en sus primeros tiempos de empresario que buscaba adquirir clubes (como Quilmes o Deportivo Español), y luego como presidente argentino.
Finalmente, queda el interrogante sobre qué cree Scaloni que ocurre con el andar del equipo, al que se lo nota cansado, aunque conserva ese espíritu ganador que reemplaza la falta de creatividad y la desconexión de los delanteros de la línea de volantes, con la cercanía del final del ciclo para Ángel Di María (que fue despedido en andas por sus compañeros frente a los hinchas argentinos en el Maracaná, en lo que fue su último partido de clasificatorias), y la evidente inactividad de un Messi que va para los 37 años, y que no juega con el Inter de Miami, ya fuera de toda competencia en este año. Durante la gala de los premios “The Best”, que otorga la FIFA, en París, Scaloni nos dijo, en una larga entrevista, que él no se casaría con ninguno de los campeones y que jugarían siempre los que estuvieran mejor, con 17 años o con 37. Sin embargo, por el momento juegan casi siempre los mismos. ¿Será que se da cuenta de la dificultad que significa decirle a quienes le dieron la gloria que no los ve de titulares y que los tiene que sacar?
Más allá de todas estas elucubraciones, lo cierto es que Scaloni y la AFA tienen tiempo para resolver estas cuestiones. No parece posible que este plantel argentino aceptara así como así la salida de Scaloni, y mucho menos los hinchas. Si hay deudas con él, como todo indica, la AFA deberá hacerse cargo y entender, e una buena vez, que la selección argentina es el mayor producto que tiene y que lo tiene que cuidar como un tesoro, aunque interiormente siga toda la larga lista de trapisondas, mamarrachos y despropósitos con los torneos locales y desgarrando al fútbol en lo institucional.
Pero es claro que harto ya de estar harto, como diría el cantautor catalán Joan Manuel Serrat, el desgaste y la necesidad de tomarse el tiempo para pensar de Scaloni no es etéreo. Tiene nombre y apellido.