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Se llamaba Nora, le decíamos Norita, era una prodigiosa partera de la memoria

Era enormemente chiquita y era inmensamente grande. A Nora Cortiñas le decíamos Norita. Se murió con 94 años de su edad, cumplidos. Mientras tanto el hambre arreciaba, y una banda de ridículos gobernantes discutía sobre la distribución de galpones con toneladas de alimentos. En la Argentina, tan luego, pasaba eso.

01/06/2024 23:29
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   Pronto vamos a corregirnos: Norita es de las que no descansa en paz, descansa en intensidad. ¿Acaso no ha muerto? Si lo dicen los diarios, las radios, la televisión. No ha muerto, ahora respira de otra manera, está por fin

con su hijo Gustavo, tan sin feriados buscado.

   Fue cofundadora  de las madres del pañuelo blanco, Linea Fundadora. Con sus años disolvió su dolor y su desesperación en la búsqueda de los 30 mil, y en los más de trescientos nietos que falta por localizar. Pertenecía a un hogar pequeño burgués, indiferente, desntentida de lo político. Pero de su hijo desaparecido en una noche del año 1976 fue aprendiendo. ¿Aprendiendo qué? Aprendiendo el ejercicio anónimo de la solidaridad. Un día se encontró con otras madres y supo que era una partera más, una partera de la memoria. Aprendió que la paciencia  es lo contrario de la resignación. Que la tan basureada memoria no es retroceso, al contrario es semilla de futuro.

    Y entonces se sintió inundada de eso, de futuro. Y entonces, aparte de psiquiatra social, se doctoró en partera de la memoria. Con hechos, no con palabrerío, fue una entre ese puñado de mujeres admiradas en esta patria y en todas las patrias habidas y por haber. Estaba rebalsada del porfiado optimismo de la memoria. Vuelta a vuelta Norita se perdía. Cundía el “¿dónde está Norita?”. Y buscábamos entre la multitud, buscábamos hasta que finalmente la encontrábamos: estaba en donde había injusticia. Estaba Norita con reclamantes por el agua de Mendoza, estaba con los desposeídos pueblos originarios, estaba con los mineros de Río Turbio, estaba con los docentes tan hambreados. Cuando la encontraban ella decía “Donde haya una injusticia allí estaré… Hay mucho que hacer. No todo está perdido”.

    Siempre con  entusiasmo la encontrábamos, a los setenta, a los ochenta, a los noventa años de su edad. Norita no se daba por aludida por el tiempo, siempre rozagante, con su carita de manzana. Los premios, los Honor y Causa los recibía, pero sin distraerse de lo esencial: ser de izquierda, en invierno y en verano, cuando amanece y cuando anochese. Era una más entre las parteras de la memoria.  

    Si me lo permiten vamos repetir unos momentos de nuestra habitual plegaria para las parteras de la memoria, de mi libro Madre argentina hay una sola, Vamos a pasar, por un ratito, al singular lo que nació plural. Norita, nuestra Norita se lo merece.

   Sí, momento de brindar por esas Madres Abuelas que fueron la última cornisa de la dignidad en una sociedad, en su promedio, cómplice por su indiferencia. Indiferencia activa, conciencia digestiva.

    Para acompañar el brindis reanudo una plegaria al revés –plegaria de intemperie–, que me nació como posdata del libro recién citado. Más de una vez la leímos sobre escenarios, con las voces de María Rosa Gallo, Alicia Berdaxagar, Liliana López Foresi, Juan Leyrado, Titina Morales, Rafael Rodríguez, Miguel Ángel Solá, Luisa Kuliok. Aquellas voces, estas voces, ahora mismo nos alientan para alzar esta plegaria que propone interrogantes reflexivos:

– Permiso, Memoria. Permiso, Conciencia.

¿Qué sería de nosotros si ella, la Madre Abuela, no existiera?

¿Qué quedaría de nosotros si ella no hubieran salido

 a alumbrar la más eterna de las noches?

¿Qué sería de nosotros? ¿Qué?

¿Estaríamos de pie? ¿Estaríamos en cuatro patas? ¿Estaríamos?

– Ella, Norita, nació para semillar semillas.

Ella, Norita, nació para resucitar lo desaparecido.

Ella, Norita, grita con el alarido y grita con el silencio.

Puede desentenderse del hambre y del frío y del dolor.

Supo, ella, convertir a la intemperie en abrigo y a la desgracia en linterna.

– Fue ella, la única luz que atravesó aquella demasiada noche

impuesta por los dueños de la vida y de la muerte.

Ella se tutea con el milagro, pero no espera que nos caiga del cielo.

Una de dos: lo hace o lo hace, al milagro.

– Si el diablo mete la cola, no importa: ella, Norita, sigue a donde iba.

Si Dios no baja, no importa: ella llegará donde quería.

Ella va, siempre avanza:

va cuando va y va cuando regresa.

– Ella, Norita, al miedo, lo deja sin uñas sin dientes sin aliento.

Puede, Norita, mirar la oscuridad sin un temblor,

y puede mirarlo al sol sin bajarle la mirada.

Tenaz, porfiada, terca, Norita es el templo andante

del último resto de locura que le queda al mundo.

– Salen, ella, a cachetear a los que se esconden

en la abstinencia, en la distracción,

en el borrón y cuenta nueva.

– Sale, Norita, a darle vuelta los bolsillos a la muerte.

– No necesita brújula, ¡para eso su corazón!

– No necesita sol, ¡para eso su corazón!

– No necesita luz ni luna, ¡para eso su corazó!

– No necesita escudo, ¡para eso su corazón!

– No necesita pensar, ¡para eso sus corazón!

– No necesita arma, ¡para eso su corazón!

– Salen, Norita, a cara descubierta, a buscar la gota de una arenita

en el vasto océano del desierto.

Y la lluvia le baja por pómulos hombros pechos vientre piernas.

Y el sol les seca pómulos hombros pechos vientres piernas.

Y tienen, Norita, olor a sí misma.

– Así fue. Así es. Así será. Pero, ¿por qué?

¿Por qué ni de noche a ella se le apaga el sol?

– Porque sabe, ella, pensar con el instinto.

Porque tiene, ella, el optimismo de la memoria.

Porque ¡ya basta de acusar a la piedra, de la pedrada!

 

– Porque cuando llegue el momento de rajarle el vientre al Apocalipsis

(ese momento llegará, llegará…),  ella, justamente ella con las otras,

será la que haga, hondísimo, el tajo.

No le temblará el pulso.

Y después del tajo, ella, desde muy adentro,

le arrancará una aurora, al Apocalipsis.

– Entonces, ella con las otras acunará al nuevo día,

le arrimará el pezón y le dará de mamar.

Y la Vida no tendrá más remedio que continuar,

por ella, y las otras, ¡las del vientre!

por ella, ¡esposa de la Vida!

por ella, ¡mujer de la Vida!

 

– Permiso, Memoria.  Permiso, Conciencia.

¿Qué quedaría de nosotros si Ella y las otras,

las Madres Abuelas, no hubieran existido?

       ¿Qué quedaría de nosotros si Ella y las otras

       no hubieran salido a alumbrar la más eterna de las noches?

       ¿Qué hubiera sido de nosotros? ¿Qué?

       ¿Estaríamos de pie?

       ¿Estaríamos en cuatro patas?

       ¿Estaríamos?

 

– Sin ella con las otras, los puntos cardinales

 no serían cuatro ni tres ni dos ni uno, ni nada.

 Sin ella con las otras esta olvidadiza patria idolatrada,

 sería un definitivo agujero con forma de mapa.

 Sin ella con las otras, de tanto tocar y tocar y tocar fondo, ¡hubiéramos desfondado el abismo!!!

 

–Pero ella, nuestra luminosa Norita, porfiada, terca, pertinaz, ¡aquí está!

Siempre codo a codo con el sol. Siempre buscando buscando buscando. Desde el insomnio partera, dando luz, dando a luz.

Deletreando las tinieblas.

Redimiendo la placenta.

Y sembrando sembrando,

sembrando las entrañas del espantoso abismo.

* zbraceli@gmail.com    ///   www.rodolfobraceli.com.ar

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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