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La pachamama, el olor del tercer mundo y el suicidio de los países exitosos

Sucedía el mes de julio del 2018. Yo estaba por unos días en Mendoza. Cerca del mediodía, compartía una mesa de un cafecito de la peatonal. Éramos cinco allí. Da pronto salió el tema de la pachamama. El caso es que uno los cinco pronunció “pachamama”, dijo ajjj y se apretó las fosas nasales…

06/08/2022 22:42
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

… y se apretó las fosas nasales, como quien se defiende del mal olor. Su gesto no disimulaba una fuerte carga discriminatoria. Sin pensarlo, le mandé un piñazo al de nariz selectiva. Han pasado de eso cuatro años. Reconozco que estuve mal, ¿Qué es esto de querer persuadir mediante la violencia? Así es, estuve mal, en realidad muy mal. Además le escapé: con la piña, apenas si le rocé una oreja al varón que se aprietó las fosas nasales. Por otra parte, menos sangrienta que una piña en la jeta es intentar “persuadir” colocando una buena patada en el culo. Decía el sabio Serafín Vistalba: “Hay patadas en el trasero de atrás que son ¡didácticas!”

    Una semanas después escribí una columna, pero sin mencionar el incidente. Reanudo aquel texto intentando ahora sí algunas reflexiones. Y digo: el planeta se va (por derecha), derechito a la mismísima Nada. El impiadoso neoliberalismo, encarnado en los exitosos países del Primer Mundo, está suicidando al planeta entero. Mientras –cantados de risa–, nos mofamos de “el hediondo indio ese”. No hay caso, la sola celebración de la pachamama nos remite al mal olor de la pobreza.

   ¿Quién es “el hediondo indio ese”? Se llama Evo por Evita, Evo Morales. Por favor, las eventuales lectoras y lectores tengan a bien prestarle atención a una ley promulgada en Bolivia en el octubre del 2012. Se trata de la Ley Marco de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para Vivir Bien. Según esa Ley, “la Madre Tierra (la pachamama) tiene derechos”. La norma prohíbe la concentración de la propiedad de la tierra y el latifundio. Y prohíbe la multiplicación despiadada de la riqueza mediante el uso de transgénicos. Además establece un “fondo de justicia climática”. Considera a la Tierra algo a defender y “sagrado”. ¿Por qué? Sencillamente porque la tierra nos alimenta y porque es “el hogar que contiene, sostiene y reproduce a todos los seres vivos, los ecosistemas, la biodiversidad, las sociedades orgánicas y los individuos que la componen. En este contexto se reconocen los derechos de ella, la Madre Tierra”. Nada menos.   

Detalles de la Ley: prohíbe “de manera absoluta la conversión de uso de suelos de bosques a otros usos en zonas de vida de aptitud forestal. Y establece mecanismos de mitigación climática, incluye reducciones que eviten la emisión de gases de efecto invernadero.” (Para saber más sobre esta norma jurídica estatal se recomienda leer los escritos de René Orellana Hallver y Diego Pacheco Balanza.)

   La ecología es algo que en el Primer Mundo se parlotea de la boca para afuera. Sólo importa del umbral de sus casas (países) para adentro. Algo así como: “Después de mí el diluvio. Que revienten los que vengan atrás.” Pavorosa evidencia: para las sociedades altamente “civilizadas” el mundo no es un hogar, es un hotel de paso, ajeno; con impunidad podemos desperdiciar el agua y pisotear las toallas. Ejemplos de la violación del medio ambiente tenemos a patadas: desde las pasteras hasta la fabricación de autos con escapes envenenadores de los aires.

   La ecología del Primer Mundo está pensada y administrada con el alevoso corazón del bolsillo. El primer mundismo se des-vive ensimismado, muy distraído, para sostener a cualquier precio, la ilusoria “burbuja financiera”. Pero resulta que el menospreciado “Mundo Trasero” de pronto nos ofrece ejemplos (sí, ¡ejemplos!) preciosos. Como el de ese paisito llamado Bolivia, paisito del que siempre nos mofamos. (Por ejemplo, apretándonos las fosas nasales). En Bolivia se usa muy poco la palabra ecología, se usa en cambio la palabra pachamama. Una palabra vivenciada. Quiero decir que en la sufrida Bolivia (tan saqueada desde el fondo de la historia) la ecología no se declama, se vive desde el amor a la tierra, sin esnobismo.

  Y el mundo entero –el mundo supuestamente civilizado– debiera darse por enterado: ya entrados a la segunda década del siglo 20, en la Bolivia presidida democráticamente por Evo Morales, se elaboró “una ley que considera a la Madre Tierra un sistema viviente.” Nada menos. La ley promulgada “crea la Defensoría de la Madre Tierra, la cual detalla cómo se debe vivir en armonía y equilibrio con la naturaleza”.

   Un detalle más: esa Ley declara que los delitos relacionados con la Madre Tierra son “imprescriptibles”. Con esto, Evo Morales, “el hediondo indio ese”, a través de una Ley tan lúcida como conmovedora convirtió a Bolivia en una secreta capital del mundo: en un sitio donde se explicitan los derechos concretos de la Madre Tierra o Pachamama; entre ellos, el derecho a la vida, a la diversidad, al agua, al aire limpio, al equilibrio, a la restauración y a vivir libre de contaminación.

  Bolivia, tan sufrida, tan arrasada, siempre heroica; Bolivia, ombligo de la suramérica indolatina, nunca se da por vencida. No tiene complejos de inferioridad. No usa desodorantes. No güevonea con peroratas sobre la ecología. Y en su momento, en el diciembre del 2010, se opuso a las coordenadas y acuerdos (cómplices) que se anunciaron durante la cumbre climática de las Naciones Unidas celebrada en Cancún, México. En ese entonces Bolivia consideró que las medidas anunciadas eran puro maquillaje, sólo para salvar apariencias y tranquilizar conciencias. Bolivia sin vueltas pidió que los países superdesarrollados se comprometieran a “reducir –antes del año 2020– la emisión de gases de efecto invernadero.”

   Mientras la mofa de los autodenominados civilizados continúa, la degradación del planeta cabalga alevosa, obscena. A la dirigencia de los países centrales aquello de la “pachamama” les importa menos que una curiosidad turística. Y las señoras muy aseñoradas y los señores muy almidonados siguen con sus viditas, custodiadas por la falsedad de los desodorantes,  contrayendo matrimonios para perpetuar (¿o perpetrar?) la especie. Cuando se casan, con toda naturalidad se conceden un anillo matrimonial. A los próximos infelices ni se les ocurre considerar que esos anillos están hechos con oro. Y el oro proviene de las entrañas de la tierra. No están enterados que para conseguir el oro que necesita cada anillo se requiere por los menos de 8.000 litros de agua.

    Pero ya les vendrá…

   ¿Les vendrá qué?

   Les vendrá –nos vendrá–, el día en el que, para pagar cinco litros de agua bebible, no alcanzará el valor del anillo de oro que los civilizados usamos en el anular de la mano izquierda. Por ahora.

    La ley de la Madre Tierra debiera ser imitada ¡y aprendida con urgencia!, por todos los países de la tan violada Tierra. Esto, si es que queremos frenar el veloz suicidio de este planeta que por el carril de la derecha se va derechito a la mismísima Nada.

   Posdata.  Vuelvo al principio. No, no está nada bien andar por la vida argumentando a las piñas. Se empieza con piñas y se termina con misiles, o con bombas atómicas preventivas, arrojadas “para conseguir la paz más pronto”. Como en Hiroshima y Nagasaky. Ya que estamos en las fechas, celebremos la pachamama. Celebremos con la alegría de la conciencia. Celebremos con caña y con ruda. Y, por qué no, con malbec y con ruda. La tierra es una madre. Una madre para todos y para todas y para todes. Ojo al piojo: basta de abusos: esa madre puede perder la paciencia

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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