Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Hace 38 años nos tocó un día de pleno sol y cielo inobjetable; pasado el mediodía Alfonsín asomó, pero en el balcón del Cabildo. Concurrí a Plaza de Mayo con mis dos hijos; todavía eran pibitos. Alfonsín pronto dijo que lo que le esperaba al gobierno iba a ser “muy difícil”. Y lo reiteró. La euforia de la multitud traspapeló su advertencia. Desde entonces venimos cumpliendo años, pero, afrontemos el incómodo interrogante: ¿tener más edad significa que estamos creciendo?
Reanudo reflexiones vertidas en esta columna y sigo con las preguntas: ¿Nuestra democracia ya alcanzó la adultez o sólo está adulterada? ¿Podemos celebrar? Podemos, y debemos. Y si hay que brindar, ¡brindemos! Pero brindemos desde la reflexión. Debemos tener mucho cuidado: nuestra democracia está cercada: el (neo)liberalismo, hacedor de pobreza y de analfabetización, no descansa, no tiene pudor, perdió la vergüenza. Se llena la boca reclamando “república” y “libertad”. Pero lo evidente es que la república le interesa un coraje, perdón, un carajo. En la Capital Federal, la palabra “república” se convirtió en sinónimo de “inmobiliaria”. La opulenta capital que, año a año, viene reduciendo el presupuesto para la siempre muy mentada “educación”, últimamente está tratando de anular las pensiones / premios municipales de todo el arco cultural. Sin ir muy lejos: actualmente hay más de 20 mil niños sin vacantes. Con letras: veinte mil. Qué atrocidad y qué vergüenza. La educada civilización usada para sembrar la barbarie. Y esto está pasando en la ciudad capital que maneja el máximo presupuesto del país. Hay una punta de provincias enteras que no alcanzan al presupuesto de la quejosa Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Los aniversarios nos invitan a mirar más acá de nuestras narices. Otras democracias, como las del Bolivia presidido por Evo Morales, fue derrumbada con carnicería humana incluida. En estos días lo mismo puede suceder en el Perú. Allí está resultando intolerable que el presidente sea un campesino maestrito de escuela. Aparte de eso, gravísimo, ahí tenemos la simpatía y la imitación que provoca desde su reinado en Brasil el señor Bolsonaro. Lo que pasó y pasa en Brasil espeluzna: es contagioso y por eso muy peligroso. El caso es que nuestras democracias peligran por la falta de anticuerpos: ya sabemos que cualquier monicaco con buena billetera y promesas de Mano Dura puede ser alzado por las urnas a través de ciudadanos desinformados y paranoicos.
En tren de observar, recordemos y detengámonos en el hasta hace poco presidente de la primera potencia mundial, Trump, con su flequillo rasante y su sarta de barbaridades. Decidió ignorar el veredicto de las urnas en un país que se ufana en considerarse “custodio de la libertad y de la democracia”. (Por favor, no nos custodien tanto). ¿Olvidamos el asalto al Capitolio? (El Capitolio vendría a ser el Vaticano de la democracia).
Evidente, se cantan en todo: racismo explícito, xenofobia galopante, festival de misiles, construcción de una muralla de cientos de kilómetros, asfixia de negros a la vista de todos. Bolsonaro es el eco desafinado de Trump. Ese eco tiene demasiada repercusión en la Argentina; aquí se compite a ver quién exalta más la Mano Dura; se hace campaña con la difamación electrónica de las redes; se rifa y se ridiculiza el concepto de los derechos humanos. Todo el tiempo se enarbola el odio, a rajacincha.
Y no nos olvidemos que hace apenas un año fue rodeada la quinta presidencial de Olivos (con el presidente adentro), por un puñadito de policías que enarbolaban la excusa de un reclamo salarial. (Ojo al piojo: mejor que apagar los incendios es evitar que se produzcan).
A la vista está: las derechas vienen insaciables, usan la democracia como condón, utilizan la impiadosa guadaña del (neo)liberalismo. Todo vale y de todo se vale la voraz derecha. Y lo más grave es que ese aluvión derrumba o impone gobiernos valiéndose de las urnas de la democracia.
Pregunta: ¿qué puede suceder en la Argentina, sin anticuerpos, tan propensa a contagiarnos con lo que ocurre en Brasil?
Revisémonos. En esta patria idolatrada hemos tenido que soportar mandatarios con un promedio de (in)capacidad desolador. Presidentes incultos, presidentes bostezantes, y hasta presidentes vagonetas que leen con evidente dificultad los discursitos que les escriben otros; presidentes invertebrados, pero de billetera gorda; presidentes de vocabulario y sintaxis paupérrima; en fin, presidentes impresentables.
Lo peor es que estos vagos de mierda, son fabricados por publicistas que confunden maquillaje con semblante. Campantes se valen de la legitimidad de las urnas. Madremía.
Así es la cosa: estamos en el mundo con una democracia todavía endeble que vuelta a vuelta es usada como forro o, si se prefiere, como condón. Muchos de los que gozaron ilesos y entusiasmados los años de dictadura, ahora usan a la democracia con eficaz impudor. En ningún momento hemos dejado de estar en peligro, y nuestra democracia no termina de coagular. Hoy este país es un agujero con forma de mapa. Encima atravesado por una pandemia mundial que muchos tratan de ridiculizar quemando barbijos. Ante semejante situación, la impaciencia es una forma de sabotaje y la desmemoria es reaccionaria.
La advertencia que formuló Alfonsín hace 38 años, desde el Cabildo, podría formularse en este 2021. Para que los simpatizantes de la Mano Fuerte, de Bolsonaro, no nos madruguen recordemos los años atroces. Tras la desguerra de Malvinas la democracia nos cayó sobre la mollera. Jamás, en esta patria espasmódica, la democracia nos duró tanto. Nos duró pero sin consolidarse, sin terminar de coagular.
Nuevamente, ojo al piojo: la democracia no se hace tartamudeando discursitos garabateados por publicistas.
Para que no nos acogote el “modo Bolsonaro” es imprescindible hacer(nos) una exigente memoria y balance. Muchos acusan a la democracia de todos los males habidos y por haber. La democracia es lo que somos. Nos espeja. Hagamos memoria. La memoria genuina no es, como dicen, retroceso. Semilla el día de mañana. A ver si nos entendemos: la memoria es la placenta del futuro.
De vuelta: no basta con cumplir años para crecer. Afirmar que estamos en “la adolescencia de la democracia” es un cálculo de pueril optimismo. Apenas si nuestra democracia cariada es un bebé que gatea penosamente, sin sostener del todo la cabeza. Y ese bebé sigue acechado por los criminales que digitaron nuestras vidas y muertes. Dicho sea: la sangrienta dictadura no fue sólo cuestión de alucinados militares, contó con la participación de civiles, con la indiferencia activa (complicidad), de millones.
Renovada pregunta: nuestra democracia, ¿está consolidada? Nunca dejó de estar en peligro y esto se agudizó, por ejemplo, durante la década neoliberal del Señor de los Anillacos, cuando se entregó y rifatizó desde el ferrocarril hasta YPF, pasando por la aniquilación de la industria. En esa década signada por los buitres de afuera y los buitres de adentro, perdimos el equivalente de cientos y cientos de Malvinas. Regalamos el agua. Loteamos a precio vil los mejores pedazos de mapa. Vendimos las joyas de la abuela. Caramba, y a la abuela también la vendimos.
Vale la pena insistir: pero, ¿por qué peligra la democracia? Porque aquí la paranoia se convirtió en una ideología, de derecha. Una derecha inclemente que insiste en convocar a la Mano Fuerte y que se mueve lo más campante, sea con los milicos; llegado el caso, sea con las urnas.
Más preguntas: ¿por qué a los 38 años de su edad nuestra democracia apenas si gatea? ¿Será porque nació prematura y gestionada por pocos? Observemos: la democracia, ¿es un fruto o es una fruta? Un fruto es algo que se siembra, que se consigue fatiga y paciencia mediantes. Una fruta es algo que de pronto nos cae sobre la mollera. El fruto emerge desde abajo. La fruta viene de arriba.
Recordemos: en 1983 la democracia nos cayó en la cabeza porque la banda de militares asesinadores agotó sus colmos con la (des)guerra de Malvinas. Fue una fruta y no el fruto que supimos conseguir.
A la democracia la tenemos que “hacer”, siempre, día por día, con sus noches enteras. No la culpemos de nuestras corrupciones. Ella, la democracia, no es perversa ni es virtuosa: es como somos. A la vista está: tipos y tipas amigos del gatillo fácil y de la picana están en carrera. Así cualquier “Bolsonaro” o “Bolsonara” de morondanga, miedos mediante, se puede apropiar de nuestras vidas y de nuestros sueños.
La democracia será mejor cuando comprendamos que la corrupción es algo muuuy repartido en todas las profesiones y oficios. Pero, por tercera vez, ojo al piojo: que este mal de muchos no sea consuelo de tontos. Y algo más: la indiferencia es en sí una muy activa forma de corrupción.
Lavarse las manos a veces es un indispensable acto de higiene, pero en ocasiones es un acto de dañina cobardía. En realidad tenemos una democracia “como la gente”. Y no nos olvidemos: la “gente” somos todos y todas. La democracia necesitará más que nunca de memoria activa, para saber de dónde venimos, para no caer en el asqueroso sabotaje de la impaciencia (sobre todo de quienes comemos con mantelito, estamos alfabetizados y tenemos techo).
Damas y caballeros, tenemos que dormir con un ojo abierto, y el otro también. La democracia es un prodigioso insomnio. Está bien, muy bien, es muy saludable que la celebremos. Alcemos noticias ninguneadas, como la donación de un millón de vacunas a países recontra sufrientes. Celebremos soñando, y soñemos haciendo. Y descorchemos de una vez: ¡Salud, caraxus! ¡Salud, caramba! ¡Salud, carajo!
* zbraceli@gmail.com === www.rodolfobraceli.com.ar
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