Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires
Estaqueamientos y enterramientos con el cuerpo tan presente, durante la desguerra de Malvinas. ¿Son o no crímenes de lesa humanidad?
Crímenes incesantes son. Nada menos y nada más. Es decir, torturas consumadas en la intemperie de nuestras islas del extremo sur. Los autores, un grupo de militares, hacedores de crueles escarmientos sobre la humanidad jovencitos hambrientos. Militares que traicionaron las normas del ciudadano general San Martín. Así lo confirma una presentación del fiscal Rapopor, que esta vez se detiene en dos hechos y tres víctimas, en Monte de las Dos Hermanas y en la Isla Soledad de Puerto Argentino.
Lo hicieron sobre los cuerpos ateridos de tres soldados. Los (valerosos) militares que serán convocados a una declaración indagatoria son Alejandro César Moughty, Orlando Ernesto González, Diego Alejandro Soria, Ricardo Mario Cordon, Clemente Eduardo Pecora, Jorge Echeverría, Carlos Lopez Paterson, Jorge Rubén Farinella Alejandro César Moughty, Orlando Ernesto González, Rafael Barrientos y Jorge Chaud.
Como reprimendas, especie de escarmientos curativos a varios soldados pasados de frío y de hambre, los estaquearon durante toda una noche, en la última semana del mayo de 1982. Otro soldado denunció malos tratos y discriminación por su condición de indígena. Este fue estaqueado de pies y manos sobre una roca, con la ropa desabrochada; mientras tanto bajaba la nieve. Cuando regresaron al continente, antes de ver a sus familiares, estos soldados fueron obligados a firmar un desmentido, se les impuso “un pacto de silencio” en relación a sus padecimientos en las islas. Esto facilitó que la impunidad consiguiera salir airosa, hasta hoy, hasta este octubre del 2024.
La era del eufemismo
Damas y caballeros, somos unos hijos de los eufemismos. Transitamos la Era del eufemismo. A nuestra historia y a nuestro acontecer lo podríamos relatar encadenando eufemismos. Hagámonos cargo.
Enseguida desembocamos en la gran herida pendiente de la desguerra de Malvinas. Antes repasemos algunos de un muestrario de eufemismos naturalizados. Por empezar, Hiroshima y Nagasaky. En el anuncio de esos “exitosos” estallidos se dijo que se “soltaron” ambas bombas. Se soltaron –anunciaron– en vez de arrojaron. A continuación, el eufemismo: se soltaron “para conseguir la paz más pronto”. Flor de argumento. Más recientemente se perpetraron otros eufemismos; a los genocidios se los elogia denominándolos “guerras preventivas”. Como si las guerras preventivas se hicieran con organismos de material plástico. La madrequelosparió, y el padre.
Así va la cosa: meta y meta y meta eufemismo: a la evidente decapitación laboral se le dice “racionalización”; a los desclasados se los nombra como sujetos en “situación de calle”; a los femicidios se los quiere justificar calificándolos como “crímenes pasionales”. A la mordedura del hambre universal se la minimiza denominándola “insuficiencia alimentaria”; a las invasiones armadas de países con subsuelo petrolífero, se las rotula como “intervenciones para restaurar las libertades y la democracia”; se le llama “analfabetismo” a la muy sembrada analfabetización. Convendría despabilarse, para salir de la indiferencia activa. Toda esta simulación es auspiciada por los elefantes medios de (des)comunicación que, con alegre desparpajo, naturalizan, por ejemplo, la voladura y cremación de escuelas, de maternidades, de hospitales, de aldeas inermes cuando, campantes, lo atribuyen a “efectos colaterales”. Claro, errar es humano. Otra vez: la madre que los parió. Y el padre.
La extendida costumbre de los eufemismos encarna el apogeo de la impunidad. ¿Cómo hace el imperio norteamericano para nombrar a la inocultable tortura? Los muchachos del Pentágono a la tortura últimamente la denominan “interrogatorios exigentes”. Por tercera vez: la madre que los parió. Y el padre. Y les abueles, ya que estamos.
A propósito de torturas y de eufemismos: aquí, en el nombre de la patria y de la familia y de las buenas costumbres, se torturó a rajacincha, de a uno, a decenas de miles. En año 1982 después de Cristo aquí, en esta patria idolatrada, se desfondó el abismo con la torturación de soldados argentinos en Malvinas. El tema sigue abierto, sangrando. Se recurrió a la excusa de la censura. La censura fue cierta, palpable, pero la obsecuencia mediática encarnada en el periodismo de comunicadores estelares, no fue menos cierta, ni menos papable.
Sigamos memorando: la de Malvinas, no fue una guerra: fue una (des)guerra. Una bravuconada etílica. La consagración de la absurdidad. Cuándo nos preguntaremos como sociedad, ¿hasta qué punto nos estafaron y hasta qué punto nos dejamos estafar? También la (des)guerra sucedió al compás de obsecuentes pulpos medios de (des)comunicación. Con el desembarco en Malvinas, pasamos de la euforia patética a la depresión vergonzante. Muchos argentinos –demasiados– vivieron la (des)guerra con la adrenalina propia de un mundial de fútbol. Hagamonos cargo haciendo memoria. Busquemos un hondo espejo y mirémonos en él. A décadas de aquella suicidante bravuconada, para la verdadera reconquista tendremos que aprender modos de coraje menos sonoros: el coraje de la imaginación y el de la paciencia. Aprender que la paciencia no es resignación; es lo contrario. Esto nos enseñan, con sus acciones y sin el ruido de las palabras, las Madres Abuelas de Plaza de Mayo. Tan insomnes, tan insistentemente parteras de la memoria, ellas.
Por estos días el expediente referido a las torturas de Malvinas llegó al umbral de la Corte Suprema de Justicia. Por fin el máximo tribunal ha revisado un fallo propio y ha considerado que sí, que los torturados en Malvinas, atravesados por el frío, el pésimo equipamientos constituyen delitos que no prescriben, se trata delitos de lesa humanidad..
Ahí tenemos la deuda externa, la deuda interna y la deuda interior. La deuda externa, con buena suerte, la terminarán de pagar nuestros nietos, en dólares sonantes. La deuda interna es la que se traduce como flagrante pobreza, analfabetismo y analfabetización. Por último la deuda interior es la que se consuma mediante la desmemoria y el alevoso negacionismo.
Innegable: hay cuestiones de lesa humanidad que nos siguen pendientes. En la trasnochada invasión de nuestros corajudos de oficina no sólo hubo improvisación, cobardía, necedad. Además hubo torturadores de soldados propios. Torturación, porque la tortura sigue sucediendo. Flagelaron a jóvenes inermes, ateridos y aterrados. No usaron picanas persuasivas, estaquearon, entre 12 y 18 horas, a cuerpos de soldados hambrientos. O los enterraron en la grava, por horas. De cuerpo entero los enterraron, sólo con la cabeza libre.
Pregunta: ¿esas causas por torturas deben prescribir? El reclamo de justicia de las víctimas, ¿tiene un límite? No, aquí no vale la duda. La duda es negacionismo, y es complicidad. Aquella torturación sigue, prosigue, continúa.
Lo escribo de nuevo: ciertas atrocidades, como la de esos jovencitos estaqueados, crucificados contra las rocas, a la intemperie, no prescribirán mientras el sol venga para alumbrarnos un nuevo día.
* zbraceli@gmail.com /// www.rodolfobraceli.com.ar
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