Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Eso: mientras yo consumía las calorías correspondientes, el mundo entero protagonizaba cifras escandalosas. A propósito de cifras, enseguida voy a invitar a contar pausadamente hasta cuatro: uno… dos… tres… cuatro. Por ahora dejaremos el conteo en remojo para, un rato después, retomarlo a través de una leve pero incómoda reflexión.
Todos los caminos confluyen en el horror del hambre: desocupación, xenofobia, racismo, analfabetismo consolidado por la tan sembrada analfabetización. La esclavitud dura y perdura en el mundo, se esconde y se escUende en la palabra globalización. Las derechas y las ultraderechas concurren campantes a las urnas que legitima la sagrada democracia. Lo hacen con descaro, en complicidad con el prolijo (neo)liberalismo. El nazismo y el fascismo renacen en Alemania, en Francia, en España, en Italia. Joder, estamos hablando de países considerados del Primer Mundo. A su vez, en nuestra patria idolatrada los personajes que según las encuestas “miden bien” aspiran a gobernar desde la presidencia. No sólo no disimulan, prometen, garantizan alevosamente mano dura, con entusiasmo prometen represión ¡y balas! Están calcando los discursos racistas de los Bolsonaro, de los Trump, de las Meloni. Los discursos y la gestualidad. Asoma la densa sombra del exitoso Hitler y del histriónico Mussolini. La sombra se corporiza. El “que se vayan todos” flamea en las conversaciones del cotidiano. Nada más asquerosamente cómodo, nada más eficazmente político que la antipolítica.
Todo sucede al compás de la indiferencia activa. Y los interrogantes nos salen al cruce: ¿qué podemos hacer, desde la democracia, para vadear este aluvión en el que las víctimas votan –sí, democracia mediante– por sus entusiastas victimarios: leña, cancelación de los derechos igualitarios, más leña, represión a rajacincha y, por si quedan dudas, ¡balas! El “qué podemos hacer” es otra pregunta que dejamos en remojo. Mientras tanto vayamos a una cifra que por estos días ofrecen los organismos acreditados de las mentadas Naciones Unidas. La cifra dice sin parpadear que muere una persona cada cuatro segundos. Por hambre. Despabilémonos, hagamos el conteo. No es difícil, sobran los dedos de una mano: uno… dos… tres… cuatro… En estos cuatro segundos ha muerto de hambre una persona. Sí, de hambre. Esa persona puede ser mujer, hombre, niño, adolescente, anciano. Muerto de y por hambre. Otros cuatro segundos y otra vida desgajada. Y otra y otra y otra y otra… y otra y otra y otra y otra… y otra y otra… y así sucesivamente.
Escucho voces de eventuales lectores. Me gritan, crispadas, que esto de andar cazando cifras en vez de mariposas, en plena primavera, no es de buen gusto. Lo que me parece no es de buen gusto es acunarse en la indiferencia activa. No le saquemos el poto a la jeringa: ¿Es cierto o no es cierto que estamos crecientemente acostumbrados, a considerar como inevitable el hambre de los demás? ¿Quién nos acostumbra a semejante barbarie, a ese genocidio silencioso que prescinde de la inteligencia de los misiles inteligentes? Concretamente: en el palpable y obsceno acostumbramiento de nuestra sociedad, ¿qué responsabilidad les cabe a los autodenominados “medios comunicación”?
Para salir de esa abulia digestiva, aunque sea primavera, tenemos, debemos, afrontar cifras que están más acá de nuestras narices. No está demás recordarnos que somos habitantes de este planeta, de este, y que el mundo no se termina en el umbral de nuestra casita tan enrejada. Jodido y jodedor eso de reducirnos a ser sólo habitantes digestivos.
A la manera de Tejada Gómez podríamos decir que a esta hora exactamente en la tierra hay cientos de millones de humanos hambrientos. Las organizaciones de la ONU (FAO, UNICEF y la Organización Mundial de la Salud) difunden cifras horrorosas. Tomemos cualquier año de este siglo 21, al azar. Atención: a finales del 2012, 868 millones, 1 de cada 8 habitantes, sufría de hambre crónico. 852 millones “vivían” en países subdesarrollados, los 16 millones restantes en países desarrollados.
° Se calcula que en el mundo más de 100 millones de niños menores de 5 años acusan los estragos de la falta de peso. La millonada de criaturas que sobreviven a la desnutrición garantiza cuerpos aptos para la esclavitud.
° 2,5 millones de niños morían cada año por desnutrición, ya transitando la segunda década del siglo 21.
º Las cifras del hambre desnucan la obscenidad. Más del 13 por ciento de la población mundial, más de 900 millones de personas, hoy por hoy, “a esta hora exactamente” tienen hambre todos los días con sus noches.
º “Hambre siempre hubo”, afirman justificando algunos biencomidos malparidos. Pero no es cierto que el hambre es inevitable. Aunque lo convalide con sus recetas ese (neo)liberalismo que gobierna al mundo, ese (neo)liberalismo que a nosotros nos azotó y vació a partir de la dictadura de 1976 y, ya en democracia, durante la década presidida por el Señor de los Anillacos, cuando donamos YPF por chirolas, cuando llegamos al colmo de descuartizar nuestros ferrocarriles y de estrangular nuestra industria nacional, cuando vendimos las joyas de la abuela y a la abuela también. Estamos hablando de ese mismo (neo)liberalismo, encarnado por el imperio del Norte, al que de pronto no hace mucho le explotó su Burbuja Financiera. Ese colosal apocalipsis financiero Estados Unidos lo disimuló imprimiendo y metiendo millonadas de dólares para salvar, con otra burbuja más grande, a los pulpos buitres, a los causantes de la hecatombe, a los mega banqueros. Las calculadoras de las Naciones Unidas se animan a dar indicios de sensibilidad. Calculan que, con la mitad de la mitad de dólares que la administración norteamericana puso en ese salvamento de buitres banqueros, se podría solucionar, inmediatamente, el hambre en el mundo entero. El hambre y las enfermedades endémicas. Y el analfabetismo, de paso.
Pero al colmo del hambre se suma el otro colmo. Tristan Stuart lo analiza en su libro “Despilfarro”. Allí explica que en el mundo hay hambre, “pero no hay verdaderamente un problema alimentario: el problema no es la falta de alimentos, sino todo lo contrario, su despilfarro.”
La insoportable noticia de estos momentos es que “la mitad de la comida producida en todo el mundo termina en la basura” (…) “más de 2000 millones de toneladas de alimentos son derrochadas cada año”. Esto también lo analiza un informe del Instituto de Ingenieros Mecánicos, de Londres. Allí se explica que este despilfarro se debe a la falta de estructuras adecuadas, las estrictas fechas de caducidad, las ofertas comerciales que incitan a comprar en cantidad y las manías de los consumidores.
El informe, "Global Food, Waste Not, Want Not" puntualiza que entre el 30% y el 50% de los 4.000 millones de toneladas de alimentos que se producen anualmente en el planeta nunca llegan a consumirse. Nunca. “La mitad de la comida comprada en Europa y Estados Unidos termina en la basura.”
Tim Fox, uno de los directores del Instituto londinense, sostiene que las desperdiciadas “son comida que podría utilizarse para alimentar a la creciente población mundial, así como a los que hoy padecen hambre".
La cadena de desatinos bárbaros continúa: unos 550.000 millones de metros cúbicos de agua (otro bien dramáticamente escaso en el planeta) se usan cada año para cultivar productos que nunca llegan al consumidor.
Las razones del insólito despilfarro mundial, según Fox, son “unas infraestructuras de transporte y de almacenamiento inadecuadas, la demanda de los supermercados de productos cosméticamente perfectos y las ofertas 2x1 que animan al consumidor a comprar más de lo necesario.”
El cuadro de situación espeluzna: la población mundial hace rato que superó los 7.800 millones de personas y la ONU estima que ascenderá a los 9.500 millones para 2075. La grave crisis alimentaria galopa incontenible: va camino de agudizarse.
La ecuación es insoportable: mientras por un lado hay más de 900 millones de seres humanos que se retuercen de hambre, por otro lado, de los 4000 millones de toneladas métricas de alimentos se tiran a la basura alrededor de 2000 millones, es decir, la mitad de la comida del mundo se pudre y se tira. La mitad.
Y por casa, como país, ¿cómo andamos? Una cifra alcanza como elocuente muestra de esta absurdidad. Informa el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación: “Cada año 16 millones de toneladas de alimentos no llegan a ser consumidos por personas.” (Recomendamos el artículo escrito por Javier Lewkowicz en Página /12, a propósito del Día de Concientización sobre pérdida de Alimentos). Mientras tanto los alumnos de colegios secundarios de la Capital Federal (la capital con el mayor presupuesto del país), reclaman por viandas dignas de ser consumidas. Creer o reventar. Mejor concientizar.
Para sacudir nuestras conciencias, afrontemos la comparación: los que tienen hambre en el mundo, sumados, equivalen a más de 20 países como la Argentina, enteros. Al “menos” 2,5 millones de niños anualmente mueren por desnutrición. Frente a esa realidad atroz, se contonea el escándalo de la abundancia. Es decir, el espectáculo más que dantesco de la mitad de la comida mundial yendo a la mismísima basura.
El colmo de la absurdidad se adorna con un planeta sembrado de misiles por ese (neo)liberalismo buitre y, por ende, criminal: el imperialismo norteamericano, en el presupuesto anual para la industria bélica invirtió en años nada lejanos, además de los 642.000 millones de dólares en el presupuesto de “defensa”, otros 88.000 para acciones militares en Irak y Afganistan. Pensemos en el costo de cada misil ¿inteligente? Y recordemos, como reflexiona Manuel Vincent, que los misiles son como los yogour: tienen fecha de vencimiento. Y hay que usarlos sí o sí. Un detalle: para no despilfarrar misiles, para no hacerlos al cuete, es que se consuman guerras preventivas, mejor dicho, genocidios preventivos.
Qué curioso: los que aun hoy se resisten a discutir la penalización del aborto, argumentan que “la Vida es sagrada”. Ya es tiempo de recordarles, entendiendo que los abortos son “interrupciones de vidas”, que también hay abortos posteriores, interrupciones de vidas que ellos ignoran alegremente. El hambre y el analfabetismo, son las herramientas para esos, tan omitidos, abortos posteriores. Los genocidios preventivos consuman abortos posteriores, a granel. Los masacrados en esos genocidios –caramba o carajo–, de pronto dejan de sufrir, y, damas y caballeros, ¡dejan de tener hambre! Reconozcámoslo, nobleza obliga: el (neo)liberalismo tiene sus maneras de terminar con los hambrientos. Se vale del modo genocidio. Hambre mediante liquida a los paupérrimos.
Prosigamos con nuestro incómodo conteo, mientras hacemos la digestión: Uno… dos… tres… cuatro segundos… Otro muerto ¿por el hambre debido o por el debido hambre?
* zbraceli@gmail.com === www.rodolfobraceli.com.ar
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