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Buscando el sinónimo de “madre”, en el Día de ellas

Propongo, rápido, buscarnos un sinónimo de “madre”. Mientras nos germina ese sinónimo, sobrevolaremos por algunas leves reflexiones. Por empezar: entre los días “de”, el de la Madre está en lo más alto del podio. No es casualidad que haya sido tomado, el día, como una gran ocurrencia al servicio del consumismo.

15/10/2022 22:32
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Eso del consumismo lo sabemos pero, pese a saberlo, decidimos hacer la vista gorda y nos dejamos deslizar en el afecto de la madre que nos trajo a respirar.

    Así es nomás: estoy cayendo en la preciosa tentación y unas líneas quiero hilvanar sobre la autora de mi sangre, mi madre, Juana Zarategui, hija de vascos que apenas si completó su segundo grado de la primaria, que no leyó jamás libro alguno. Pero esta mujer hablaba el castellano como si fueran tres o cuatro idiomas. Me adivinaba el pensamiento y la intención y el amague y la gambeta. Me desnudaba los silencios… Apenas si escribía para firmar; por otra parte, lo único que hacía con lentitud.

     Cuento una de mi madre: un Jueves Santo llegó a mi casa un ex socio de mi padre; venía a forzarlo a firmar algo. Con un revólver, le apuntó. Mi vieja se metió en el medio y, petisa como era, sacando pechos empezó a empujar al revolver que seguía apuntando; el tipo retrocedió hasta la vereda y se fue muy bien insultado.

    Cuento otra: cierto día mi padre trajo a nuestra casa un lavarropas, basta de la lavar sobre una tabla en la inclemente batea. Mi vieja salió al vecindario gritando la novedad: “¡El Andrés me regaló un jabón de lujo!” Debía decir un “Eslabón de lujo”. Como era su costumbre, acertó con el error: ¿qué otra cosa es un lavarropas, que un “jabón de lujo”, para una mujer que durante toda su vida se la pasó lavando a mano?

   Hace años que mi madre respira de otra manera. Dejo de hablar de ella y paso a hablar de otras madres esenciales: las locas, hoy abuelas o bisabuelas, las parteras de la memoria. De Plaza de Mayo y de otras plazas equivalentes. Por empezar, no caigamos en la trampa de creer que cuando hacemos memoria, retrocedemos. La memoria nos semilla un futuro diferente. Estas madres nos enseñan que la memoria es la forma más ardua de la esperanza.

    Hay madres como yunques y las hay como martillos, como espiga, como harina y como acero... Hay madres con dientes en los dedos y uñas en la mirada del corazón. Las hay capaces de dormir despiertas, asumiendo el insomnio como un deber indeclinable. Hay madres ancianitas, preñadas de memoria, y madres hay capaces de abrirse el pecho, sacarse el corazón de cuajo y arrojarlo a nuestro rostro, a ver si salimos de esa sorda indiferencia activa que amparó los crímenes de los violadores de la vida y de la muerte, de los ladrones de criaturas desde la misma placenta.

   Hay, por aquí, vadeando obscenidades, madres capaces de no bajarle la mirada al sol. Son linternas, son parteras que rescatan a esos que por décadas permanecieron secuestrados de identidad. Porque ellas todo lo pueden con el corazón de par en par. Sin una pedrada, sin un balazo recuperaron 130 nietos.

Nuestra Argentina es famosa en el mundo porque aquí se gestaron Gardel y Fangio y Borges y Maradona y Ginóbili y Messi. Famosa por el tango que abraZSa los cuerpos. Pero desde hace casi cuatro décadas esta Argentina nuestra también es admirada en el mundo entero por sus tenaces Madres Abuelas de Plaza de Mayo. Recordemos: eran un puñadito y giraban bajo lluvias de diluvio o bajo soles rajantes. Giraban solitas y desguarnecidas, “inútilmente” giraban. No sabíamos que esas tercas eran las panaderas de la memoria.

   Muchas ya rumbean para los 100 años de edad; ancianitas, siguen saliendo, buscando, pariendo. Ya no van solas, las acompañan seres de todas las edades, entre ellos  jóvenes que no habían nacido cuando ellas empezaron a girar, allá en la eterna oscuridad de 1976.

   La preciosa novedad es que los miles que están con las Madres Abuelas en esta infatigable faena de darle vuelta los bolsillos a la muerte, aparte de la vehemencia de los estribillos, alzan alegría. Porque no sólo estamos para ser comentaristas de la demencia consumada, también estamos para la alegría. 

   A propósito del coraje ilimitado de las madres, hay interrogantes a considerar. Por ejemplo: en una sociedad tan fogoneada por los elefantes medios de (des)comunicación para el miedo histérico y para el descompromiso y para la paranoia (hoy convertida en ideología), en un conato de república así sembrado, los actos arrojados de estas madres cruciales, ¿no vendrían a ser una suerte de compensación?

    Ellas fueron la última cornisa de nuestra dignidad. El coraje de ellas no es un coraje en cómodas cuotas mensuales, es un coraje sin red, de cuajo.

Estas mujeres, ¿son realmente heroínas o sólo responden a esa sagrada expresión del egoísmo que es la protección materna?

    Animémonos al interrogante: lo de ellas, ¿es puro coraje o es ciego amor convertido en inconsciencia irreparable? En todo caso, la inconsciencia de estas Madres ante situaciones extremas, muestra que saben pensar con el instinto; convierten al instinto en pensamiento.

   Pero no hay caso, algunos prefieren decir que el coraje de estas Madres no es otra cosa que ciega desesperación. Ante los obscenos ninguneadores de las Madres Abuelas, que intentan reducirlas a mera expresión de inconsciencia, propongo meditar una gran paradoja: es notable cómo la mentada “inconsciencia” de estas mujeres vino a servirnos para desactivar el descompromiso. Tal la paradoja: la supuesta “inconsciencia” de ellas sacudió la “conciencia” de una sociedad sumida en el cómodo limbo de la digestión.

   Pero, sea coraje o inconsciencia, es evidente que los sacudones de conciencia provocados por las Madres algo despertaron en una sociedad anestesiada por la costumbre del miedo. Ellas incomodaron sin feriados. Por ellas aprendimos a diferenciar abstinencia y prudencia, desmemoria y reconciliación. Y aprendimos que la paciencia es lo contrario de la resignación.

    ¿Qué sería de esta patria idolatrada sin las arrojadas acciones de estas madres? ¿Estaríamos de pie? ¿Estaríamos en cuatro patas? ¿Estaríamos? Escribió Susana Sontag: “Se nos ha enseñado a olvidar perfectamente. Y ésa es la base de nuestro optimismo”. Pero este concepto, tan dolorosamente cierto, se desactiva por completo a propósito de nuestras Madres del blanco pañuelo. Ellas pueden ser optimistas porque no olvidan, y no nos dejan olvidar. Ellas nos enseñan que no hay alegría bien habida sin memoria. Y más: que la memoria es la forma más ardua y necesaria del optimismo.

   Posdata. De arranque nos quedó en remojo, pendiente, el deseo de encontrarle un sinónimo a la palabra “madre”. No me pregunten por qué, pero pienso y siento que hoy, en este año 2022, el sinónimo de “madre” es, debe ser, “democracia”.     

   En el Día de las Madres, bendita, bendita sea, pues, la democracia. Bendita sea sobre todo en estos tiempos, en la que algunos advenedizos la usan como condón. Tiempos en los que se enarbola la libertad apuntando con un asqueroso revólver a los sesos del diferente.

*  zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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