Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Se están cumpliendo 47 años desde que la Argentina comenzó a escribir el capítulo más horroroso de su historia. Ese capítulo ya ingresó en la historia universal del espanto. Frente a aquel apogeo de la asesinación debemos también reconocer que nuestro país es, en el mundo, el que llevó más a fondo la necesidad de memoria, de verdad y de justicia. Y esto por lo que hicieron, a partir de 1983, la gestión de gobiernos de Raúl Alfonsín (pese a las la leyes de Obediencia debida y de Punto final) y de Néstor Kischner y Cristina Fernández. El resto de los gobiernos brillaron por su indiferencia o por su indisimulada adhesión a la barbarie.
Vuelvo sobre mis escritos. En verdad hemos evolucionado en el titulado de aquellos años. Al principio, al siniestro 24 de marzo, se lo caratuló como “golpe militar”. Después se corrigió definiéndolo como “golpe cívico militar”. Pero resulta que esta generalización seguía licuando otras responsabilidades, gravísimas. Para definir mejor la tenebrosa realidad de aquel día funesto, hoy, en 2023, decimos: fue un golpe militar. Y cívico, y ruralista, y empresarial, y judicial, y eclesiástico. Ah, y mediático. Porque el periodismo estelar, más allá de la real censura, participó de la penosa “hazaña” con notorio entusiasmo. El sumun de ese entusiasmo fue el eufórico anuncio de la (des)guerra de Malvinas.
Pero ojo al piojo: no caigamos en la comodidad de creer que las culpas se fraccionan y disminuyen al haber la concurrencia de tan diversos responsables. La culpa por la tortura y la asesinación y la negación de sepulturas y el robo de criaturas es total y única para cada uno de todos los que directa o indirectamente participaron de aquel aquelarre de violaciones de vidas y de violaciones de muertes. Vivimos, por así decir, un infierno en el limbo, avalado, damas y caballeros, por la indiferencia activa de nuestra sociedad.
Aunque la palabra “memoria” tiene mala prensa, aquí la convocamos. En este río revuelto se quiere hacer creer que “memoria” es sinónimo de venganza, de retroceso. Salgamos al cruce de esta falsedad: la memoria no es retroceso, todo lo contrario, es semilla. Y semilla es sinónimo de futuro.
Invito a la revisión: sin ir muy lejos, aquel 24 de marzo no sucedió de la noche a la mañana. Ya los años del general Juan Carlos Onganía fueron un precalentamiento. Después, en la década del ’70, asomó la Triple A y, con ella, afloró la metodología de los siguientes criminales años. Debemos reiterarlo: aquel Golpe contó con el apoyo explícito de una considerable parte de la sociedad y a esto se sumó la indiferencia activa de tantos y de tantas. Cómplices por “distracción”, para decirlo dulcemente.
A todo esto: ¿Y qué ocurría con el periodismo estelar? En gran parte oscilaba entre la obsecuencia y la vista gorda. Vayamos sumando: aquí se violaron, por miles, las vidas, y se violaron, por miles, las muertes. Y además, como propina, se afanaron criaturas. Mientas la condición humana era desnucada, el país era entregado con un plan craneado por un civil, Martínez de Hoz, pedazo de hijo de esa Sociedad Rural que aún hoy insiste en creerse dueña de la patria y del destino.
En este 2023 sigue merodeando, sigue asomando el negacionismo, y campea la distracción por la exactitud de la cifra de los 30 mil. Aducen que eran varios miles menos. Como si no fuese igual 30 mil desaparecidos que veinte mil, que diez mil… Muchos hoy hacen trampa enarbolando la “necesidad de reconciliación”. Se trata de una coartada para conseguir el borrón y cuenta nueva que garantiza y realimenta a la impunidad.
Pregunta: ¿puede haber reconciliación con quienes siguen haciéndose gárgaras con aquella desnucación de la condición humana? Botón de muestra: en su declaración del 2010, en el juicio oral por la ESMA, el tristemente famoso Tigre Acosta sintetizó el pensamiento de tantos y de tantas: “El gran problema fue haber dejado gente viva”, dijo. Evidente: al Tigre y a tantos y tantos adherentes le pareció poca la carnicería.
Ante esto, hacer memoria no es necesario, es imprescindible. Con la activación de la memoria se podrá semillar un futuro diferente. Es una triste picardía atribuir a la memoria la culpa de la famosa grieta. Quienes más contribuyen a la mentada grieta son los que la critican disfrazándose de “republicanos”.
Vamos para 40 años de sucesiva democracia. Y la pregunta nos baja urgente: ¿Está consolidada? No nos engañemos, a la democracia la tenemos que hacer cada día con su noche. Se la culpa de nuestras corrupciones; pero la democracia no es ni perversa ni virtuosa. Es como somos: es el exacto espejo que nos reproduce. A la vista está: cunde el racismo, la xenofobia, la admiración por el método Bolsonaro. Fijémonos lo que ha venido pasando en Brasil, en Bolivia, en Perú, en Ecuador. Los tipos amigos del gatillo fácil y de la picana y de la pena de muerte están siempre en carrera. ¿Qué esperamos para despabilarnos? ¿Qué? La democracia y la política serán mejores cuando nuestra sociedad deje de convertir a la paranoia en ideología.
La democracia, aparte de cumplir años, crecerá; si es que la sembramos. Y para sembrarla hay que estar bien despiertos, porque al fin de cuentas la democracia es un prodigioso insomnio. Es una siembra con infinita paciencia.
Posdata. Retomemos preguntas incómodas: si hubiese persistido el orden asesinador de aquel 24 de marzo del 76, ¿qué seríamos como sociedad?, ¿estaríamos de pie?, ¿estaríamos en cuatro patas?, ¿estaríamos?
Sin la porfiadez de las Madres Abuelas –parteras de la memoria– esta olvidadiza patria idolatrada sería un definitivo agujero con forma de mapa. Y los puntos cardinales no serían cuatro ni tres ni dos ni uno; ni nada.
No nos distraigamos: sin democracia, de tanto tocar y tocar y tocar fondo, hubiéramos desfondado el abismo.
Que el optimismo de la memoria alumbre el futuro de nuestros hijos, y de los hijos de nuestros hijos. Y así sucesivamente. No dejemos que el Fondo Monetario nos desanime el ánimo. Para afrontar a los buitres usureros de afuera tenemos que desactivar a los obscenos buitres de adentro. Que últimamente parecen activados, siguen vivitos y coleando, y piqueteando, cortando rutas, disfrazados de gauchos y matoneando con sus insolidarios y fanfarrones tractores.
De nada se privan los que se autodenominan republicanos libertarios.
Nada tienen de libertarios. Menos que nada de republicanos. Por eso digo: aquel 24de marzo sigue, continúa; la democracia no deja de pender de un hilo. Nos decimos: “Lo que pasa es que nuestra democracia padece de adolescencia”.
Razonamiento este –nos parece– errado por optimista. Si atendemos a lo que viene pasando, nuestra democracia apenas si gatea, todavía no consigue sostener su cabeza. Ver para creer: fijémonos en la tremenda hilera de candidatos de derecha que pugnan por parecer “más de derecha”; por asemejarse a Bolsonaro, y a Trump, y al invertebrado Milei, y a etcétera, y a etcétera… Lucran con el miedo. El miedo les garantiza impunidad. La impunidad nada tiene que ver con la democracia.
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