Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires
Otra vez asistimos al aluvión de periodistas, que comunican desde el título con esta frase-título: “15 años sin la Negra”. Me permito desmentir esta afirmación. Y escribo: 15 años más con la Negra. Sencillamente porque sigue siendo cierto aquello que coreaban, que la Negra no se fue ni se va. Seguro que ella sigue entreverada en el aire que estamos respirando.
Cuando se cumplieron los 10, los 14 años de su presunta muerte, yo caí en la desesperación. Y me acogotaron preguntas recurrentes: ¿Cómo es posible que Maradona juegue a la pelota como juega? Si ya se retiró. Si con la pelota en sus pies hace maravillas. Si, como Gardel, que cada día canta mejor. Si como don Borges cada día idioma mejor. Si como el Víctor Legrotaglie cada día juega a la pelota mejor, Si, como Locche, cada día torea sin banderillas, mejor.
Pero la pulseada continúa: por un lado están los nostalgiosos que dan por cierto la partida y aceptan que nuestra Mercedes hace 15 años murió en el sanatorio La Trinidad de la Capital Federal, y por otro lado los que se resisten a esa espantosa información. Desesperante desesperación, es lo que a uno le viene cuando escucha a Mercedes Sosa y se pregunta ¿cómo, pero cómo es posible que esta mujer cante así de profundo, así de hondo?
Averigüemos qué hay más allá de sus cuerdas vocales, y qué hubo más acá. Intentaré explicar lo inexplicable. Me valgo de los materiales menudos que quedaron palpitantes, vivos, entre los pliegues de mi biografía Mercedes Sosa. La Negra. A ese libro lo escribí en el año 2003, pero lo fui tejiendo, amasando, a lo largo de más de cuatro décadas: compartí con ella momentos que sólo posibilita la amistad: celebraciones, nacimientos, muertes, llantos de dolor y llantos de emoción, terrores, comidas hechas amorosamente en nuestras casas y, desde luego, luminosos vinos oscuros que se prologaban hasta el amanecer.
A Mercedes la conocí en Mendoza, cuando asomaba el Nuevo Cancionero, semillado por Tejada Gómez, con Oscar Matus, Tito Francia, el Mamadera Aragón y otros. Por aquellos días Mercedes lucía una cinturita de avispa, pronto se iba a “poner gruesa” de su Fabián. Estaba rompiendo el cascarón. Siempre cantaba la Negra en las juntadas con Carlos Alonso, Dante Polimeni, Enrique Sobisch, Luis Quesada, Antonio Salonia, Benito Marianetti, Ángel Bustelo y otros entrañables.
Comenzaba la década de 1960: estábamos todos, éramos felices, y no nos dábamos cuenta. Vuelvo sobre momentos de mi biografía, los alzo. La Negra me cuenta dónde anidan las claves de su canto incesante.
¿Raíces? “Una parte de mis raíces viene de Santiago del Estero, tierra de gente nacida para ser buena. Mis abuelos paternos se casaron jovencitos. Ni 15 años tenía mi abuela, cuando ya había parido su primer hijo. Los hijos venían uno detrás del otro, sin miramientos, y todos nacíamos en nuestras casas. Llegado el momento el hombre le decía a su mujer casi niña: “Deje de jugar y ponga a hervir agua en la olla. Voy a buscar a la comadrona.” Así vino al mundomi padre...
¿Hubo amor entre sus padres? “La de mi papá y mi mamá es una historia de amor para siempre. Parezco pavota; todos dicen que eso es imposible. ¿Imposible? Mi papá y mamá nunca se aburrieron de quererse, nunca… No sé bien cómo se conocieron... o sí sé, me lo contaron mateando después de una siesta. Ellos estaban en un velorio de angelito; en esos velorios en el norte se juega el juego del botón, y se canta… En el juego están todos con los puños cerrados y alguien tiene el botón en la mano. Entonces hay que adivinar quién, hay que semblantear... Mi papá fue mirando las caras y al llegar a mi madre dijo, respetuoso: “La señorita tiene el botón.” Mi madre lo tenía. Ahí empezó todo...”
¿Le gusta tener en el paladar a su papá y a su mamá? “Me gusta volver a mis padres; sin ellos, ¿quién sería yo? Menos que nadie sería. Mi papá tenía su carácter, pero hacía lo que quería mi mamá, y sin fastidio; no se piense que era un hombre mandado… Dormíamos tres hermanos en una pieza, y al lado mi mamá y mi papá con otro hermanito.”… “Dura la vida de mi padre: fue estibador, hombreó troncos, en el horno del ingenio trabajó en pleno verano, pobrecito… Pero nunca sufrió como en el aserradero. Allí no se cumplían leyes, no había vaso de leche, ni máscaras. Un día mi madre dijo: “Será lo que Dios quiera de nosotros, pero ahí no trabajás más”. Mi papá ya era un cadáver que caminaba. Ay, cómo esperábamos los sábados: ese día él traía su sueldito. Mi madre sólo tenía agua con sal para hervir. Hacía milagros en la cocina ella. De un kilo de harina y un huevo salía pan, tortitas, fideos”.
(( Pausa. Y pregunta: ¿Por estas cosas vividas, será que La Negra canta así? ))
¿Y los Reyes Magos? “Mi madre lavaba y planchaba para casas de gente con buena situación. Había que vernos a nosotros, sus hijos, vestidos siempre como los mejores, porque mi mamá aceptaba la ropa vieja y la inventaba de nuevo... Yo nunca tuve muñecas, los Reyes Magos pasaban de largo...”
¿La pobreza los dejó heridas? “No me gusta hacer alarde de pobreza, pero si la cuento es en homenaje a mis padres. Hubo noches en que nos acostábamos con ese dolor de estómago que viene del hambre. Mi mamá bromeaba, nos daba un bollito, mate cocido y nos sacaba a jugar al Parque 9 de Julio. Mordíamos aire, comíamos inocencia… Mi papá y mi mamá se las arreglaban para alumbrar cada día. Si tuviera que meter toda mi niñez adentro de una palabra, elegiría felicidad. Fuimos tan pobres pero ¡tan millonarios! Mis padres, abnegados, fueron sabios: jamás nos hicieron sufrir su sufrimiento. En la casa había alegría. Adentro de la alegría estaba la felicidad, como pan de cada día”.
((Pausa. Y otra vez se me cruza la pregunta: Pero ¿por qué La Negra canta así? Canta así porque cuando cierra esos ojos que lloran fácil, que lloran esté triste o esté contenta, ella ve ciertas cosas. ¿Qué ve? Ve a su madre lavar y planchar infinitas ropas ajenas…Ve cómo con un puñado de harina, mezclado con risas por partes iguales, consigue de nuevo la multiplicación de los panes… Ve cómo resucita ropitas viejas de otros para que sus tiernos mendigos sean principitos ya mismo. Mamita querida del alma, dice La Negra.
Y sin abrir los ojos, sigue viéndose, allá lejos…Ve a su padre inclinado, alimentando las llamas… Ve su espalda doblada... Papá… Lo ve consumirse y volverse anciano, y aprende ella que ése es el precio del magro pan de cada día… Mi papito querido.”
Posdata. Insisten en que La Negra se nos murió hace 15 años. Pero, ¡qué va a morirse! Simplemente sucede que ella ahora respira de otra manera. El aire la aprendió de memoria. Si uno le pone el corazón y la oreja al aire, seguro que ahora mismo la escucha.
Basta del ruido de las palabras. Realmente, ¿la estamos escuchando? Qué la parió. Sí, cada día canta más hondo. Porque la Negra no se fue. Porque la Negra no se va. Y menos en estos tiempos en los que la democracia está siendo ofendida, ultrajada, basureada. Los violadores oscilan entre el negacionismo y el descarado elogio de la desnucación de la condición humana.
No, seguro que no: la Negra no se fue / la Negra no se va. Y nos está acompañando en estos días de estupor y de espanto. Si prestamos atención ahora mismo nos está sacudiendo y diciendo que, sin apartarnos de la democracia, no le aflojemos y no nos aflojemos. Durmamos con un ojo abierto y con el otro también.
* zbraceli@gmail.com /// www.rodolfobraceli.com.ar
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