Hoy debemos recordar los ciento diez años del nacimiento del escritor Julio Cortazar.
Por ese azar que en su opinión obraba mejor que la mismísima lógica, le tocó nacer y morir en Europa (Bruselas, 26 de agosto de 1914, París,12 de febrero de 1984), pero Julio Cortázar es fibra viva del tronco cultural latinoamericano y, como tal, una de las más relevantes figuras de toda la literatura de habla hispana, en la que dejó una obra descomunal.
Hijo de un funcionario asignado a la embajada argentina en Bélgica, su nacimiento coincidió con el inicio de la Primera Guerra Mundial, por lo que sus padres permanecieron más de lo previsto en Europa. En 1918, a los cuatro años de edad, Julio Cortázar se desplazó con ellos a Argentina, para radicarse en el barrio bonaerense de Banfield.
Antes de viajar a París definitivamente en el año 1951 (Optó por la nacionalidad francesa en 1981, en protesta contra el gobierno militar argentino), en 1944 obtuvo un puesto de profesor en la Universidad de Cuyo, y se radico en nuestra provincia donde participó activamente en manifestaciones contra el naciente fenómeno del peronismo. Cuando el general Juan D. Perón ganó las elecciones, abandonó el cargo universitario para no ser despedido y volvió a Buenos Aires, donde trabajó en la Cámara Argentina del Libro.
El periodista mendocino Jaime Correas escribió un libro sobre ese paso del gran escritor por nuestro pago. Se trata de "Cortázar en Mendoza" editado por Alfaguara. Precisamente uno de mis mejores amigo y maestro en la profesión de periodista fue Fernando Lorenzo, quién me introdujo en la lectura de Cortázar y en las tertulias de café solían tratar con Marcelo Santangelo, el tema de la presencia del escritor en la provincia, con quien compartieron varios de sus días mendocinos. El primer cuento que leí de Julio, en 1971, fue Torito, sobre la vida de Justo Suárez, un boxeador deslumbrante, como él lo calificaba.
Otros dos cuentos que me fascinaron fueron: “Autopista del Sur” editado en la misma obra, y “Despues del almuerzo” que se publicó en el compendio de “Bestiario”. En mí libro “Cronicas de Guantes”, dedico un capitulo a la relación que tuvo Cortazar con el boxeo que lo llevó en una época a comentar peleas por radio en París. El decía: “ Yo he dicho alguna vez que iba a ver boxeo al Luna Park con un libro bajo el brazo y era así. Era el joven esteta para el que el boxeo también era un espectáculo estético. En esa época yo miraba todo con un criterio exclusivamente estético, y lo veía como un fenómeno de esa índole”. Por eso fue un gran admirador de Nicolino Locche.
Volviendo a su obra, hay que decir que indiscutiblemente la nota más alta de la propuesta innovadora de Cortázar es su novela Rayuela, que encontro siempre en los jóvenes a sus más fervientes lectores.
Para Cortázar, la realidad inmediata significaba una vía de acceso a otros registros de lo real, donde la plenitud de la vida alcanza múltiples formulaciones. De ahí que su narrativa constituya un permanente cuestionamiento de la razón y de los esquemas convencionales de pensamiento.
A 40 años de su muerte, la vigencia de Julio Cortázar sigue intacta, ampliada incluso por las nuevas generaciones que se han incorporado como lectores de sus novelas y cuentos. Una revocación que sustenta primero el nutrido catálogo vivo de sus títulos, pero también como modelo de escritor.
Además, porque nos dejó junto a ese legado literario un gran compromiso social.
Porque el gran narrador sostuvo su fe en la búsqueda de lo mejor del ser humano.
Eduardo Galeano, con su mágica síntesis, trazó en El siglo del viento (Memoria del fuego, 3) el itinerario vital de Cortázar: “Él estaba yendo desde el final hacia el principio: del desaliento al entusiasmo, de la indiferencia a la pasión, de la soledad a la solidaridad. A sus casi 70 años, era un niño que tenía todas las edades a la vez”.