Las reacciones intempestivas de dos actores protagónicos de este caldo de cultivo para conductas antisociales que se genera en torno al fútbol, pero desde sus propias entrañas, refuerza la vigencia de un modelo que se sostiene intrínsecamente a partir de la violencia como elemento constitutivo que de latente pasa a manifiesto.
Rubén Darío Insúa y Gabriel Arias, entrenador de San Lorenzo y arquero de Racing, respectivamente, se convirtieron en protagonistas de este fenómeno que – lejos de disminuir. se auto recicla sin solución de continuidad en las canchas argentinas. El DT, por haber enfrentado a un grupo de plateístas de su propio club tras los insultos al equipo y el futbolista debido a sus gestos y ademanes en contra de hinchas de Platense que lo hostigaron verbalmente amenazando a sus familiares – habían investigado sus nombres-.
En sendos casos, personas que se manifiestan habitualmente calmas cruzaron un límite propio que las expuso a mostrar lo que realmente sentían y dejaron al descubierto, sin renegar de su decisión; por el contrario, visibilizándola. Sobre todo, porque reaccionaron al modelo barrabravista que los agresores utilizaron como modus operandi.
Sigmund Freud, entre 1927 y 1930, detalla en sus artículos “El porvenir de una ilusión”, “El malestar en la Cultura” y “El porqué de la Guerra” que todos los hombres mantienen tendencias autodestructivas y antisociales, que el prójimo asoma más de una vez como una tentación para expresar su agresividad, que el instinto de agresión representa la pulsión de muerte como manifestación exterior y que estos comportamientos mantienen cohesionadas a una comunidad a través de las identificaciones entre sus miembros.
El barrabravismo, entonces, está instalado en modo identitario en nuestra cultura y reaparece de tanto en tanto, tal como si hubiese una ley de eterno retorno que lo reprodujese cíclicamente. El filme de Ingmar Bergman “El huevo de la serpiente” describe a este fenómeno conductual como un germen básico de lo que nutrió al nazismo en su génesis y que hoy reaparece como neonazismo en diferentes estadios europeos: el odio al Otro.
Nada tiene que ver con hinchas que profesan el amor a la camiseta y se manifiestan en sus cánticos u leyendas en banderas sin necesidad de agredir al adversario con expresiones racistas, discriminatorias, chauvinistas y xenófobas. Sin embargo, volviendo a Freud, cuando señala que “en la masa se disuelve la identidad”, nunca está de más recordar que el barra brava se siente apañado y protegido por poderes ocultos que lo blindarán ante eventuales fallos condenatorios de la Justicia.
El fútbol oscila entre estas pendulaciones. Sepamos ponerle límite y que este nace desde nuestro interior. El Otro también somos nosotros.
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