Sin VAR, la acción de juego que deriva del cabezazo de Matías Suárez hubiese terminado indudablemente en un gol convalidado.
En tiempos de metro patrón tecnológico, en los cuales -culturalmente- pareciera que el modo algorítmico ya domina sin que aún no nos hayamos dado cuenta, todo hecho fáctico deviene en materia prima para demostrarse su falsabilidad, o no.
Otrora, aún se juzgaba la intencionalidad y, de hecho, la decisión arbitral le cabía a la autoridad máxima dentro del campo de juego.
Hoy en día, el factor humano acepta, con resignación, su rol subordinado a una lógica que cuesta aceptar como si se redujera a una pieza más dentro de un engranaje mecánico de movimientos pre determinados.
El delantero de River había ganado la posición e impacta el balón en diagonal, pero el movimiento natural de su brazo provoca que la dirección de la pelota tuerza su rumbo e ingrese recta al arco.
No hubo intención de sacar ventaja en el atacante ni picardía o simulación, pero las máquinas no están hechas para reproducir sensaciones sino todo lo contrario.
El árbitro Tobar se apoyó en el sistema, pero éste no siempre es infalible.
En un juego de palabras y metafóricamente hablando, su apellido pudo haber sido ToVAR,
Aún lo es.