Las ediciones más recientes de la Copa Libertadores, por lejos la competencia más importante de clubes en el continente americano, ratificaron la hegemonía brasileña casi sin necesidad de necesidad de discusión.
De hecho, la final de este 2022 se disputará entre Flamengo y Atlético Paranaense, quienes – sucesivamente – dejaron en el camino a Vélez Sársfield y a Estudiantes de La Plata, tanto en semifinales como en cuartos de final, respectivamente. Inclusive, el “Fortín” accedió a meterse entre los cuatro primeros gracias a que en el sendero previo le tocó la ruta argentina – River, Talleres y Colón eliminándose entre sí -.
Si mirásemos más hacia atrás, el fenómeno de auto depuración en el fútbol brasileño demostró que no hubo contemplación ni cambios repentinos de reglamentaciones que modificaran los campeonatos locales: por más nombre prestigioso que se tuviera, quien no sumase la cantidad de puntos requeridos en la competencia debía cambiar de categoría en la temporada siguiente sin que nada ni nadie lo remediase.
Palmeiras, Corinthians, Gremio, Inter de Porto Alegre, Fluminense, Vasco da Gama y Cruzeiro, todos históricos representantes paulistas, gaúchos, cariocas y mineiros bajaron a segunda división y, a la fuerza, se terminaron reinventando a sí mismos.
Si el foco se lo pone en el paradigmático fútbol europeo de máximo nivel, también podemos observar ejemplos semejantes y en instituciones referenciales a escala planetaria: Milan, Juventus, Liverpool, Manchester United, Atlético de Madrid, Valencia, Borussia Dortmund y Olympique de Marsella, por ejemplo, dejaron en su momento de pertenecer a la elite futbolística y se relanzaron después de reconstruirse en segunda.
¿Qué tienen en común esta veintena de clubes cercanos o distantes desde el punto de vista geográfico, pero que los hermana en esa experiencia internalizada y con una huella indeleble?
El resurgimiento.
La reinvención.
Volverse a encontrar consigo mismo.
Admitir los errores propios en vez de atribuirlos a causas ajenas.
Crecer.
En la Argentina, el tremendismo le gana el espacio a la pulsión positiva de la reconstrucción.
El fútbol es un espejo en el que se refleja una identidad fragmentaria y con tendencia explícita a la negación.
En el inconsciente colectivo, que un club pierda su lugar en primera división es un hecho sociocultural que excede largamente lo deportivo.
Por más actitud prudente y equilibrada que se busque como metro patrón, entran a jugar factores emocionales perturbadores que colisionan con el enfoque racional.
Es un drama, por no decir una tragedia.
Un deshonor.
Una humillación.
Una mochila cargada de piedras que se portará cual si fuera el mito de Sísifo.
Si miramos hacia atrás, un gigante como lo es River se reconvirtió desde la autosuperación como piedra angular del regreso hasta dar un salto de calidad con la incorporación de Marcelo Gallardo, quien supo rodearse de quienes interpretaron mejor que nadie qué se debía hacer en el momento indicado – ni antes ni después, solo manejar los tiempos hasta decidir cómo, cuándo y por qué -.
En planos similares, también les sucedió a otros tres grandes tradicionales como San Lorenzo, Racing e Independiente. Si ampliamos el visor, encontramos casos también emblemáticos de clubes legendarios como Estudiantes de La Plata, Rosario Central, Huracán, Colón, Unión, Gimnasia La Plata, Argentinos Juniors, Belgrano, Talleres, Instituto, Banfield e, inclusive, el propio Godoy Cruz tras su temporada inicial en la “A”.
A propósito del Tomba, anoche resultó visible el desahogo en las redes sociales cuando se ratificó la permanencia en la máxima categoría nacional tras la derrota de Aldosivi.
No tiene sentido expresar una opinión al respecto de por qué tanto extremismo, pero sí marcar que bajar de categoría es considerado en la Argentina casi como – simbólicamente hablando – se produjera una tragedia de consecuencias irreversibles.
Quizás, alguna vez, la reflexión le ganará el espacio a la expresión visceral, y se entienda que un descenso puede servir como punto de partida rumbo a una espiral ascendente que se proyecte a mediano y largo plazo con un objetivo de crecimiento cuantitativo y cualitativo a la vez.
Basta mirar el hoy de los equipos brasileños y preguntarnos por qué, aquí, creemos que un descenso equivale a un fin definitivo, en vez de una contingencia que nos permita reconocer que no hay otro camino más esperanzador que el de la reconstrucción en el sentido amplio y genuino del término.