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Grandezas y bajezas en modo Superclásico

Suele decirse en la jerga futbolística que “los clásicos no se analizan, se ganan”. En esta oportunidad, en un duelo trabado y complejo, una fisura iba a inclinar el fiel de la balanza. Y así fue. El cero a cero parecía inquebrantable hasta que la grieta asomó y quebró la resistencia de uno para terminar fortaleciendo la del otro

12/09/2022 11:34
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Hoy recorre el mundo la imagen de los futbolistas de Boca trepados al alambrado en conexión con el festejo del gol de Darío Benedetto, quien – precisamente – reinició una variante de descarga emocional propia de los 90s y que encarnaban futbolistas como “Manteca” Martínez y “la Rata Rodríguez”, entre tantos de la época.

¿Un arcaísmo, quizás? No, un emergente del background futbolero que se reactivó en modo superclásico y en el contexto de un escenario mítico. No en vano, el diario inglés The Guardian, en ocasión del medio siglo de su suplemento deportivo, ubicó en una peculiar categorización de las “cincuenta cosas que se deben hacer al menos una vez antes de morir” a la de presenciar un Boca vs River en La Bombonera. De hecho, el duelo identitario por naturaleza en la Argentina fue transmitido en directo en 130 países. Una experiencia intensa, que combina lo sociocultural con lo estrictamente deportivo.

En el campo de juego, las señales que implantaron ambos entrenadores – claramente acompañados por sus colaboradores directos en la planificación – obedecieron a planes con una matriz que fue mutando conforme el desarrollo del juego planteó la necesidad de un ajuste de manera intermitente.

Marcelo Gallardo, en teoría, armó un planteo audaz de juego y Hugo Ibarra mostró un esquema de neutralización y control de la situación. Como toda verdad de perogrullo, la planificación táctica se choca con la realidad que ofrecen los intérpretes, por lo que son imprescindibles ensayar variantes en la medida que el desarrollo del partido impone correcciones necesarias al plan original.

Por empezar, River buscó auto protegerse con sus tres centrales para bloquear a los dos puntas rivales – Langoni y Benedetto – pero ninguno de los defensores cortaba y rompía líneas para salir por los laterales Herrera y Casco; al hacerlo a través de Enzo Pérez sobrevino el primer problema porque este gran referente estuvo acosado en la salida y no halló la fórmula para clarificar desde el primer pase. Al mendocino, inclusive, se le notó falta de timing para recibir y distribuir, desfavorecido. quizá, porque el trabajo de oposición que le planteó Payero estuvo centrado en bloquearlo.

Al visitante, sin salida clara, se le negó el circuito Quintero/De la Cruz y esto evitó que tanto Solari como Suárez quedaran desabastecidos y, a la vez, absorbidos por el bloque compacto entre Figal/Rojo más el aporte en retroceso de Varela. De hecho, a excepción de un cabezazo de Mammana, tras una acción de pelota detenida, y una brillante reacción de Rossi -cuerpo expandido hacia atrás y en diagonal, para evitar el rebote – lo cierto es que para el “Millo” no hubo más que eso en función ofensiva y durante todo el partido.

La función táctica encomendada a Ramírez le dio un plus de recuperación de pelota al “Xeneize”, al menos para desahogar el medio y verticalizar la salida llevando la pelota hasta una eventual posición de tiro para que se mostrara como receptor. De ahí que, a pesar de un leve repunte de De la Cruz en la segunda etapa, el bloque defensivo local absorbió al ingresante Borja y cortó la generación de Palavecino con faltas de orden táctico.

Boca comenzó a encontrar un hueco por el sector izquierdo y allí liberó a Fabra para que se proyectara, con la seguridad de que en el retroceso se iba a encontrar con un relevo cubriendo el sector. Y, casi simultáneamente, se activó al máximo tras el cabezazo de pique al suelo de Benedetto que derivó en gol – impecable el “Pipa” para ganar el espacio entre los centrales rivales, sobre todo a Pinola y definir hacia un palo-. Con la ventaja, el local aumentó la presión en zona central y así obligó a que su adversario se recostara en las bandas para armar desde allí en progresión ofensiva, hecho que lo fue debilitando.

Los minutos finales revelaron impotencia y abuso sistemático del centro a cargar, lo cual reforzó la muy segura y expeditiva producción defensiva de Figal, más que nada en el juego aéreo y la seguridad de Rossi al cortar de aire sin dar rebote.

Boca sostuvo con mentalidad alta cada uno de los arrebatos finales de River, que en ningún caso se tradujo en poner a un jugador en situación de definición dentro o en la cercanía del área.

Suele decirse en la jerga futbolística que “los clásicos no se analizan, se ganan”. En esta oportunidad, en un duelo trabado y complejo, una fisura iba a inclinar el fiel de la balanza. Y así fue. El cero a cero parecía inquebrantable hasta que la grieta asomó y quebró la resistencia de uno para terminar fortaleciendo la del otro.

Y hasta la lesión de Aliendro o la extemporánea acción de Rojo quedaron relativizadas a un plano secundaria. Entre esas grandezas o bajezas, propias de la alta intensidad que genera esta rivalidad, transcurrió la esencia identitaria que exporta el fútbol argentino hacia el resto del planeta.

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