Soy yo el más pequeño de mi familia. Recuerdo encontrarme tumbado en mi cama de la infancia —no habré tenido más de 10 años—, escuchando a todo volumen el disco (¿o casete?) HELP! Ocurre que mis hermanos, ya adolescentes, se encontraban discutiendo fieramente con mi padre; habían organizado algo así como una reunión… ¿cómo decirlo? «Un simposio para el tratamiento de las responsabilidades afectivas» (y es claro que estas palabras son puramente mías). Esas pretensiones de los hijos —cuando muy jóvenes— que intentan ubicar a sus padres en el preciso momento en que ellos no encuentran sitio. ¡¿A quién no le ha pasado?!
El hecho es que me encontraba yo escuchando The Beatles porque eran mi patria amable, mis manos amigas. Los cuatro muchachos pedían ayuda y yo, a su vez, alzaba mi voz para entonar juntamente con ellos. ¡Qué consuelo sus candorosos cantos! Y, sin embargo, una rara melancolía, una melancolía como traída de otros tiempos, rodeaba su música; viajaba por las melodías alegres una cortina de tristeza, como la del niño que se sabe adulto, adulto y encerrado… Digo, como si el adulto encerrara un niño en el que vive y del que no puede salir, o no puede sacarlo a la luz. ¡Eternos jóvenes que no! Para mí, los Beatles, son la cristalización de un sentimiento puro que se sostiene más allá de sus artífices, y que estos, tanto como yo, hubieran deseado quedarse siempre en él, pero continuaron; continuaron como continuó la vida. ¡Qué nostalgia!
De eso, de la nostalgia, es que va también esta película.
Aproximaciones argumentales
Jack (Himesh Patel) es un muchacho como cualquiera de nosotros, un alguien que pretende granjearse cierta porción de gloria en su arte particular, en este caso: la música. Yerra por los más variados tugurios para colocar sus canciones y lograr ubicarse en la palestra, eso sí: siempre secundado por Ellie (Lily James), su fielísima amiga y representante.
No será sino luego de varios minutos, cuando veremos a Jack sufrir un extraño accidente. Luego de despertar se encontrará, como por arte de magia, con un mundo en el que ¡nunca existieron los Beatles! Sin embargo, Jack sí que los recuerda, por lo que será el encargado de recrear el legado musical de los ¡precisamente! inolvidables ingleses.
De la premisa de este film se desprenderán —como puede esperarse— las más desopilantes circunstancias, a la par que vemos el alumbramiento de un ¿artista? que cada vez se ve más comprometido con un destino que, a fin de cuentas, no le pertenece.
Un canto a la nostalgia que, de a momentos, desafina un poco
Pese a ser británica, la película comienza al mejor estilo «comedia yanqui». La fotografía, el ritmo, todo acusa esa atmósfera a la que nuestros amigos del Norte nos tienen bien acostumbrados. La actuación de Patel gana mucho con ese aspecto tan simplón y ese aire algo ingenuo, ¡en verdad está genial el muchacho! Lo que me interesa bastante del desarrollo de su símbolo es que se parezca tanto al que muchos hemos sido —y al que muchos no se resignan a ser, ¡y está bien!—: un muchacho que ya va siendo mayor y todavía continúa con su guitarra al hombro para encaramarse a las alturas de los grandes artistas.
Todo discurre mayormente en orden, e incluso uno de los puntos álgidos, antes del accidente, que cambia el rumbo de la historia, llega con bien, a tiempo, y genera legítimo interés. Sin embargo, las cosas que comienzan a mostrar alguna flaqueza en lo que refiere al guion —y que también dejan en evidencia que quizá a la película le sobran minutos… varios— son las reiteraciones de algunos gags que bien podrían reservarse para mejor servir, y para no deslavar el efecto cómico que a veces brilla por su ausencia.
Puntos acordes son: la sorpresa de todos por el desbordante talento de Jack (¡¿quién podría componer las mejores canciones de los Beatles en tan solo pocos días?!); la obstinación de Jack por colar su música original (que nunca cuela y genera rechazo); la condescendencia de sus padres (que no hacen más que ignorarlo vivamente); el uso adecuado (cosa difícil de lograr) de las bromas que tienen relación con nuestro mundo tecnológico; el papel de Ed Sheeran, que ha tenido a bien reírse de sí mismo, generando humor a expensas suyas, favoreciendo la imagen de quienes tiene por sus ídolos: The Beatles, por supuesto (que lo ha dicho), y, claro, la broma del olvido sobre la que todo se funda.
Puntos discordes son: ciertos lugares comunes que la misma película propone (y de los que más tarde abusa); alguna pérdida de cadencia en el ritmo, que vuelve las cosas algo tediosas (¡muy peligroso para una comedia!); lo estereotipado de algunos personajes (quizá algo inevitable para una comedia); que, más temprano que tarde, casi que trueca en tan solo una comedia romántica, y por último, y como ha sido dicho, la reiteración de la broma del olvido que más valdría tocar con cuidado y preservar, más que usufructuar hasta el cansancio. Este último punto es fundamental, porque se ve a las claras que han encontrado una premisa que promete (¡porque promete y funciona!), pero se han, como quien dice, engolosinado; no han podido apartar sus manos del grial, a tal grado que acabaron por robarle el dulce brillo.
Reiterar muchas veces la premisa puede generar el mismo y contraproducente efecto de quien repite a lo loco una sola palabra: tarde o temprano comienza a perder sentido.
Implicancias
Los ingleses siempre me han parecido muy divertidos e inteligentes en el humor, pero me nace también la necesidad de adjetivarlo como ‘interesante’… Interesante siempre (más que cómico). No encuentro en mis pensamientos algo mejor que el nombre Peter Sellers o los otros: Guy Richie y Martin McDonagh. Pero estos últimos dos, directores ellos, no hacen películas específicamente cómicas; digo, sus películas se encuentran rodeadas de humor, pero no son comedias puras. En el otro caso, en el caso de Peter Sellers, hablamos de un gran actor de comedia… Pero eso: que no encuentro yo ejemplos estimables de películas cómicas de Inglaterra.
¿Alguien dice «Monty Phyton»? Acaso… pero tampoco son santos de mi devoción. Hay como cierta corrección, como cierta modosidad. Veo algún escrúpulo, refinamiento, más bien, en el humor británico que no me acaba de convencer. Todo se mantiene siempre contenido en márgenes rigurosos; nada se sale de la línea, ¡es demasiado ordenado! Así esta película, que peca de demasiado correcta —¡qué contradicción!— y que, debido a sus intenciones amables, decanta en sensiblería, y yo no estimo que sea un buen destino en su caso.
En verdad, este es un film que ofrece (quizá de manera velada) la excusa de la nostalgia, como bien dijimos más arriba. Es una obra que está hecha por y para los amantes del mítico grupo musical, del legendario grupo musical, pero nada más allá. Nos pone la pregunta de qué sería del mundo sin esa música y, a su vez, la responde: no cabe imaginarlo. Casi como a la manera de la frase atribuida a Voltaire: «Si Dios no existiera, sería necesario inventarlo». (Y más allá de tener mis serias discrepancias con la frase de marras).
Obra de sano divertimento que pasa como una brisa dulce pero breve. Más tarde —y mayormente— se olvida. Solo le quedan a uno los ecos melódicos de esa gran música que McCartney, Starr, Harrison y Lennon nos regalaron. Queda, digamos, su primera motivación, que es la que viene a justificarlo todo.
En fin, ¿qué sería del mundo sin los Beatles?