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El sabor del café

Avasallados por la globalización

06/10/2023 21:36
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Por Alé Julián Sosa, Especial para Jornada

Hace pocos días leí, en una red social, el comentario de un colega. Rezaba así: «—¿Cuántos años tenés? / —El café te lo servían caliente». Así, me dio por pensar qué cosa tan fea es esa a la que nos hemos venido acostumbrando (o nos han ido despaciosamente acostumbrando) que nos planta como en un mundo no nuestro.

Vean esto que digo. Quien les habla es hijo de un bon vivant del café, pero no un elitista del café, que es, quizá, una manera pervertida de lo mismo. Mi padre frecuentaba los «bolichitos» de la ciudad por aquel gusto atávico de la reunión edificante, de las tertulias intelectuales y amistosas en las que se debatían los derroteros del destino. Supe acompañarlo las más de las veces en sus esparcimientos y labores de cafés que no supo abandonar aun en el último día de su vida; con él aprendí que beber café a lo burgués (como bien podría alguien decir y a quien no me atrevería a censurar) es mucho más que tal cosa, también es una forma de acercarse al mundo.


Alguna vez dije que sentarse a la mesa de café —como ahora acostumbro yo, una vez que mi padre alcanzó las costas venturosas— es un oficio laxo, displicente y cómodo, pero eso en el modo farisaico de beber café; existe otra manera que es la del espectador vivo del devenir, el que, como gustaba papá, se sienta a la mesa de café para ver desparramarse el vasto río de los acontecimientos que comandan nuestros semejantes. El poeta, el inspirado vive de tal ejercicio que bien podríamos llamar de religiosa contemplación; pero juicioso es destacar que, casi como en toda liturgia, una práctica religiosa requiere una estructura sólida.

Veamos todavía. Una práctica de tenor sagrado precisa siempre elementos constantes, inalterables, una estructura que sirva de apoyatura al rito, en este caso: un pocillo en su plato, un pequeño vaso de soda, algún tentempié frugal y, claro, unas simples palabras. Son, mis estimados, estas últimas las que hoy más que nunca se echan en falta —y que papá en su tiempo no lejano supo lamentar—. No hay un santo sitio en el que uno pueda pedir un «goteado» y que le traigan a uno lo que pide, que ahora el conceptismo en torno al mundo cafetero es como para volverse locos; nada es como solía ser, ¡tampoco le acercan a uno el bendito vasito de soda! Ya podemos ver aquí en un ejemplo tan cotidiano cómo la especialización de las disciplinas humanas tiende siempre —como todo afán inquisidor— a un desnudamiento del sentido que es, en este caso, sentarse a beber un simple café que fue desde sus inicios el acompañamiento para aquellos que saben posar su alma a la vera del camino.



Yo lo entiendo, no puede detenerse —ni debe hacerse— las nobles pasiones que se empeñan con ardimiento en perfeccionar oficios; nadie debe osar decirle a un barista que ceje en su tarea de servir mejor el café, ¡pero es que ahora nos han importado maneras en las cuales siquiera podemos beberlo caliente! De aquí eso de que «nos han acostumbrado a que nos planten en un mundo no nuestro», porque así como respetamos al barista, debiera respetarse a su vez la manera de beber café de la gente de Mendoza y no el que le vengan a uno a imponer modos de vaya a saber qué nuevo orden de cosas. Uno se define también —sobre todo— por el uso cotidiano y sus símbolos, y si acepta que se le deforme el lenguaje que acostumbra acepta también la mengua de su identidad. La globalización es un bien cuando permite a la persona descubrir qué ocurre más allá de las lindes que la ciñen, pero es un mal cuando constriñe esas mismas lindes hasta asfixiarla. La comunicación con el mundo deja de ser benéfica cuando en su interacción borra las características de un pueblo.

La homogeneización, la estandarización de los cafés nos está llevando a extraviar una de nuestras credenciales citadinas. «Manchado, goteado y cortado» deberían ser lo que siempre fueron y basta. Y he comparado esto con lo religioso porque hay quienes creemos que la religiosidad es para los hombres un acto de reconocimiento, lo sagrado es un espejo en el que el ser humano encuentra a un mismo tiempo sus proporciones y sus límites; el hábito mundano de beber un café a la antigua es una manera de reflejarnos en nuestra personalidad mendocina, es nuestra manera de beber café.
Sepamos establecer nuestros límites, detengamos oportunamente los avances de la importación indiscriminada, sigamos siendo quienes fuimos y que los especialistas tengan un sitio designado.

¡Detengamos la mácula de la conquista!

 


Instagram: @alejuliansosaTwitter: @alejuliansosa

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