Por Luis Abrego
Días atrás dijimos que este domingo podía pasar cualquier cosa. Y efectivamente, eso sucedió. Ante una posible victoria opositora, motorizada por el desastroso gobierno de Alberto Fernández y la paupérrima gestión de Sergio Massa en el Ministerio de Economía, el escrutinio arrojó una paradójica sorpresa mayúscula: un triunfo oficialista. Y no sólo eso, con un incremento de 15 puntos respecto de las PASO.
Un triunfo que en virtud de los datos de la realidad, y la fotografía que dejó la última elección resulta casi una epopeya para el peronismo. Casi una especie de virtual reelección del kirchnerismo que cuatro años atrás, bajo el liderazgo de Cristina Kirchner, articuló con Fernández y Massa, el alumbramiento de lo que fue esta experiencia sin liderazgo, ni mucho menos, resultados.
Está claro que la campaña del miedo y el vuelco casi obsceno de recursos públicos en favor de la campaña presidencial del ministro de Economía, dio frutos electorales para Massa. En la misma línea se puede decir que ese nuevo escenario de las últimas semanas, también impactó sobre las chances de Javier Milei.
El candidato libertario no pudo incrementar el caudal electoral de las primarias y parece haberse visto atravesado por los errores no forzados de los propios integrantes de La Libertad Avanza. Tampoco debería descartarse aquí algún excesivo triunfalismo que se desprendió de aquel impacto inicial de agosto. Ahora deberá reajustar su discurso lo que le obligará a resignar consignas.
La sorpresa del batacazo peronista se contrapone con la desazón que se generó en Juntos por el Cambio, ya que Patricia Bullrich ni siquiera pudo contener los votos de su rival en la interna, Horacio Rodríguez Larreta. Y si bien la coalición tiene la fortaleza de un puñado importante de gobernadores y legisladores, hoy por hoy, su continuidad como conglomerado opositor parece un serio interrogante.
Fuera de carrera Juntos por el Cambio, se abre además la incógnita respecto de su comportamiento en el balotaje. Especialmente ante opciones que no resultan del todo atractivas para sus votantes: un Massa que se muestra moderado pero siempre funcional al kirchnerismo y un Milei radicalizado e incapaz de tender los suficientes puentes políticos que ahora necesitaría para ganar. Aunque en su discurso de anoche intentó reparar muchos de sus agravios en pos de su objetivo presidencial.
Pragmático al infinito, Massa declaró el "fin de la grieta" luego de haberla usufructuado y no dudó también en deponer diferencias buscando mostrarse lejos del kirchnerismo y cerca del estadista que imagina para sí después del 10 de diciembre. Una idea que cristaliza en la promesa de un futuro "gobierno de unidad nacional", que tantos declamaron pero pocos concretaron.
Por lo pronto, la sociedad parece haberse dado la oportunidad de decidir el 19 de noviembre entre dos opciones que durante esta campaña han funcionado como extremos antagónicos que, cada uno por su lado, logró su cometido: llegar a la final de un calendario tan extenso como agobiante. Pero para eso falta un tiempo y este partido no está terminado.
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