La confirmada ruptura del Frente Cambia Mendoza (FCM), con la consecuente salida de Omar De Marchi y el sector que le responde dentro del Pro, ha puesto en crisis al partido creado por el expresidente Mauricio Macri; pero también, abre más incógnitas sobre el escenario electoral que se conforma para elegir al sucesor de Rodolfo Suarez.
Las derivaciones del quiebre impactan no sólo en el orden local, además de la endeble estructura nacional de Juntos por el Cambio (JXC) en momentos de definición de las candidaturas presidenciales para hacer frente al kirchnerismo, con no pocas fricciones entre socios.
La disputa interna entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta no ha sido ajena a las derivaciones que ha tenido este desenlace, donde las posturas de ambos dirigentes fueron no sólo distintas, sino también de explícito rechazo o muy contemplativa, respectivamente. La rápida intervención nacional del partido tras los platos rotos da cuenta de la colmada exasperación que desde la cumbre del macrismo ha despertado tamaña rebeldía.
Tal vez por ello, la decisión de De Marchi de saltar del barco que le proveyó durante este tiempo no sólo contención, sino también cargos, supone una herida grave, que pese a las razones esgrimidas, implica debilitar las chances en uno de los pocos distritos en el país en los que el populismo no ha podido hacer pie. Y eso, sin dudas, será para De Marchi y compañía un estigma del que tal vez ni con un triunfo podrá desligarse.
Principalmente porque el frente en ciernes con el que el diputado nacional pretende afrontar su carrera a la gobernación es un conglomerado de diversas expresiones, alguna de ellas contradictorias en sus postulados, de escasa potencia electoral o al menos no demostrada, y que parecen unidas por el rechazo personal a la figura de Alfredo Cornejo más que por otras razones de sustento programático o ideológico. Desde el MendoExit al Partido Verde, pasando por demócratas, massistas y mileistas, al productivismo confesional de Carlos Ianizzoto. Todo ello, sin descartar algunos peronistas no kirchneristas (algunos notorios) aún camuflados en el Frente de Todos (FdT).
Con todo, la idea de recrear la Mendoza electoral de los tres tercios existentes cuando (décadas atrás) la potencia del Partido Demócrata (PD) tenía peso significativo y territorio, encarna otra vez el impulso de un reverdecer ganso que desde hace tiempo sigue sin suceder. Esta vez la esperanza la encarna el fenómeno libertario de Javier Milei, a quien todas las encuestas le dan números interesantes en intención de voto tanto local como nacional.
Como una rémora de sus años juveniles, De Marchi se recuesta otra vez sobre esa estructura conservadora para romper aquel pacto de 2015, en un nuevo intento de reanimación legítimo (porque es fiel a sus orígenes), pero que sin embargo suena inoportuno en el punto de inflexión por el que el país atraviesa, plagado de dificultades económicas, sociales, culturales que asoman como un deliberado fin de ciclo K para el que se precisa toda la contundencia necesaria para dejarlo atrás.
Ante tal punto de degradación y por ende, tanta tensión acumulada para los meses que vendrán, no se requiere más atomización de la oferta electoral. La misma que seguramente se producirá con la nueva coalición que agrupe a De Marchi y los partidos y dirigentes que lo acompañen. Y es entonces, cuando las dudas se apoderan del oficialismo y en particular de Alfredo Cornejo.
El ex gobernador sabe que en un contexto de crisis extrema como el que configura la escalada inflacionaria, la inseguridad y las protestas varias, el desconcierto puede cundir y hacer que votos que aparecían como seguros puedan esfumarse y anclar sus pocas expectativas en cualquier opción que venda un futuro mejor o que al menos lo sepa maquillar en campaña.
Y si así fuera, la construcción política potente capaz de frenar al kirchnerismo, ese acuerdo que posibilitó el nacimiento de Cambia Mendoza, podría disolverse y beneficiar a quién sabe quién. Incluso, a los que durante años fueron funcionales a ese capítulo cerrado. La responsabilidad de la política no sólo se mide por lo que propone, sino, y principalmente, por lo que preserva.
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