Por Luis Abrego
Todavía retumban las interpretaciones sobre la reciente decisión de Mauricio Macri al resignar su chance en la carrera presidencial de este año. Una decisión clave, de esas capaces de alterar -como lo ha hecho- todo el tablero político y electoral.
Es que más allá de clarificar el escenario de la oposición, y despejar así esa incógnita sobre los pasos futuros del exmandatario, la confirmación de su fuera de juego tiene todavía efectos imprevistos de uno y otro lado de la grieta.
Por lo pronto, no sólo deja a los aspirantes de Juntos por el Cambio (JXC) en un plano horizontal para que postulantes como Patricia Bullrich, Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales, Facundo Manes, María Eugenia Vidal o Miguel Ángel Pichetto salga el elegido, sino que es el propio Macri quien parece haberse reservado para sí la “acción de oro” capaz de vetar nombres o retacear apoyos si así lo considera.
Por estos días el fundador del Pro repite en cada intervención pública que la coalición que llegó a la Casa Rosada en 2015 debe ahora “ser el cambio o no ser nada”. Un lema que esconde la vara de hierro con la que imagina disciplinar a propios y aliados sobre lo que cree deben ser las políticas a aplicar en un eventual nuevo gobierno, pero también sus intérpretes.
Pero lo cierto es que la movida de Macri no sólo impactó en los suyos, sino y fundamentalmente en un deshilachado oficialismo que a lo errático de su gobierno busca ahora dotar de una estrategia que no tiene, ni un candidato que encarne esa rústica melange que hoy conforman cristinistas, albertistas y massistas.
De hecho, no son pocos los que en el Frente de Todos (FdT) le piden tanto a Alberto Fernández como a la propia Cristina Kirchner que “imiten” a Macri y den ellos también un paso al costado. ¿Habrá un efecto dominó de renunciamientos? ¿Si la crisis se intensifica en los próximos meses, la actual generación del fracaso político cederá sus pretensiones? En un escenario tan impredecible y tensionado por la falta de expectativas económicas todo puede ser posible.
En tanto, en Mendoza, el corrimiento de Macri viene con condimento adicional, pues el expresidente también ha puesto énfasis en la unidad y en la organicidad para llegar fortalecido a lo que supone es la batalla final contra el populismo, después de lo que define, estos años de “gran aprendizaje”. Supone Macri que muchos de los desencantados con su gobierno también confirmaron en este tiempo que las críticas (y luego las promesas del kirchnerismo) no fueron más que márketing político que logró sacar rédito del desbarranque general de ilusiones.
En esa nueva construcción simbólica, Macri aseguró que “el que saque los pies del plato no existe más” en clara referencia a las dificultades en el armado en algunas provincias, incluso Mendoza. Esa frase hace eco en la cabeza de quienes se imaginan una ruptura de Cambia Mendoza y una excursión foránea de Omar De Marchi para lo que ya ha sido suficientemente prevenido que no tendrá ni el sello partidario del Pro, ni mucho menos recursos para la campaña.
Aún así, abril será el mes crucial para confirmar o desechar las sospechas fundadas en los duros cuestionamientos de De Marchi tanto hacia el frente que todavía integra, como al gobierno de Rodolfo Suárez y el liderazgo de Alfredo Cornejo. Tal vez hasta aquí llegue el influjo de esa reconfiguración política que la renuncia de Macri lejos de marginar lo empodera hacia dentro de su espacio, convirtiéndolo en ese gran elector capaz de moldear el estilo y la agenda de su coalición. Un diseño en el que la actual disrupción de De Marchi parece no tener cabida, pero tampoco retorno.