En 1884, Sarmiento se desempeñaba como director general del Consejo Nacional de Educación y, a instancias suyas, el gobierno sancionó la Ley 1420, que establecía la enseñanza primaria gratuita, obligatoria y laica para todos los habitantes del país, norma que es considerada como la base primordial del sistema educativo
En 1943 la Conferencia Interamericana de Educación (integrada por educadores de toda América) se reunió en Panamá y estableció el 11 de septiembre como Día del Maestro.
Día en que murió Domingo Faustino Sarmiento. Así se declaró el Día del Maestro en todo el continente americano.
Un sentido y justo homenaje al prócer que un 15 de febrero de 1811, nacía en Carrascal, San Juan, con el nombre de Faustino Valentín Quiroga Sarmiento, hijo de Paula Albarracín y José Clemente Sarmiento, el hombre conocido en el mundo de las letras por sus escritos sociológicos y bibliográficos y que puso las bases del desarrollo económico argentino al estimular durante su presidencia la enseñanza pública, el comercio, la agricultura y los transportes.
Fue Domingo Faustino Sarmiento un político ilustre, un pedagogo eminente para su época, un escritor pródigo y un orador destacado. De temperamento agresivo, su pluma hería como una espada, y su continua y exasperada combatividad le acarreó numerosos problemas y enemistades. Por otro lado, al haber permanecido durante muchos años fuera de Argentina, sus contemporáneos lo acusaron de ignorar a menudo las realidades de su propio país. En cualquier caso lo más destacado de su actividad pública fue sin duda su empeño para elevar el nivel educativo de su pueblo, objetivo que en parte consiguió.
Aprendió a leer de corrido a los cuatro años, de la mano de su padre y un tío. A los quince años comenzó a ejercer la enseñanza en su ciudad natal y posteriormente inició su carrera política
como legislador provincial. Fue un gran periodista y a quienes abrazamos esta realidad de todo lo que tenga que ver con los medios de comunicación y por ende, la expresión de ideas, nos gusta destacar esa faceta de su vida, porque Sarmiento también sentía la pasión por este oficio. Cuando tenía tan sólo 30 años escribió: “El diario es para los pueblos modernos lo que era el foro para los romanos. La prensa ha sustituido a la tribuna y al púlpito a la escritura a la palabra y la oración que el orador ateniense acompañaba con la magia de la gesticulación, para mover las pasiones de algunos millares de auditores que la miran escrita, ya que por las distancias no pueden escucharla”.
La Academia Nacional de Periodismo sostiene que el periodismo fue para Sarmiento un arma de combate, instrumento decisivo para obtener los fines más nobles. Desde el periódico sanjuanino El Zonda hasta la revista norteamericana “Ambas Américas” —órganos fundados por él— median casi treinta años. Su primera colaboración para el diario chileno “El Mercurio” tuvo por objeto reivindicar los méritos de San Martín, logrando que el gobierno de Santiago restableciera el recuerdo institucionalizado del gran libertador.
Como escritor tiene publicadas más de 52 obras, entre las que se destacan “Mi defensa”, “Agirópolis”, “Recuerdos de Provincia”, “ Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas”, “Método de lectura gradual”, “Educación popular”, “Las ciento y una” y “Vida de Dominguito”. Todo esto pese a que su pobreza no le permitía tener en su hogar una biblioteca, pero se acercó a la de sus amigos para leer sin agotarse. Allí germinaron muchas de sus ideas.
Como hombre de Estado fue soldado en varios combates: gobernador de San Juan, senador, embajador y presidente de la república, a lo largo de su carrera y hasta nuestros días generó polémicas y desató pasiones. Tiene legiones de seguidores y detractores.
Libertador y autoritario, señalado de loco por muchos y clamado genial por cultos y eminentes, insultado y bendecido, blanco de burlas ásperas y objeto de admiración extrema, y que en la escala de los desempeños sociales ocupó las posiciones ínfima y máxima, como la de obrero en una mina chilena y presidente constitucional en la República Argentina.
Hoy se conmemora el Día del Maestro en lo que puede ser una circunstancia ideal para refrescar en la conciencia argentina, sobre todo en los jóvenes, quién fue Sarmiento, porque sigue vivo entre nosotros, vivo en cada escuela, vivo en cada laboratorio científico, vivo cada vez que se reivindican los derechos del pueblo y de todo ser humano, cada vez que se defiende a la libertad y a la democracia; cada vez, en suma, en que está presente alguna de las grandes causas a las que consagró su formidable energía y que forman su gigantesca obra.
Rememorar así su presencia puede resultar un lugar común, pero en ocasiones como ésta el lugar común no hace más que recoger la evidencia mágica y deslumbrante de la inmortalidad de un gran hombre. Aquel que sostenía algo tan vigente y necesario en estos tiempos: “La educación es la base de las libertades... El poder, la riqueza y la fuerza de una nación dependen de la capacidad moral e intelectual de los individuos que la componen. Y la educación pública no debe tener otro fin que el aumentar esta fuerza de producción, de acción y de dirección, incrementando cada vez más el número de individuos que las posean. Si peleamos por la educación, venceremos”.
Domingo Faustino Sarmiento dejó un legado que se debe seguir reverberando en las aulas contemporáneas. Su concepción educativa no solo reformó el sistema educativo argentino en el siglo XIX, sino que además sentó las bases de un enfoque educativo más amplio y democrático.