El domingo pasado en Uruguay, durante la votación para elegir nuevo presidente de ese país, el ex mandatario José “Pepe” Mujica, volvió a vindicar a la Democracia a pesar de sus fallas. “No es perfecta, pero es lo mejor que hemos inventado” dijo el legendario político desde su silla de ruedas, a los periodistas que atentamente esperaban sus declaraciones.
Su débil condición de salud (atraviesa un complicado cáncer de esófago) no fue impedimento para que cumpliera con su derecho a votar. De alguna manera, él mismo dio el ejemplo para que muchos de sus compatriotas se acercaran a las urnas ese día.
La figura de Mujica, más allá de sus ideas políticas, es indudablemente una de las más destacadas de la vida democrática del continente americano. Está (y esto la historia lo confirmará) a la altura del argentino Raúl Alfonsín o de la chilena Michelle Bachelet y su compatriota Ricardo Piñera, por nombrar sólo algunos de distintas ideologías.
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¿Por qué es así? Porque desde su posición bien ganada, con 89 años de edad y la mayoría de ellos volcados a la militancia política, puede darse el lujo de criticar a distintos referentes, cualquiera sea su ideología, de derecha, como Javier Milei, o de quienes en algún momento pudieron ser hasta sus aliados, como el venezolano Nicolás Maduro o el nicaragüense Daniel Ortega.
“Juegan a la Democracia pero cuando no se les da el resultado, es una joda”, aseguró el ex tupamaro al hablar de aquellos líderes de izquierda que, a su entender, hoy tienen gestiones “indefendibles” en sus países.
Antes había criticado al argentino Milei, al decir que “hay más pobres que antes” en su Gobierno.
Pero en cada caso, los cuestionamientos de Mujica apuntaron a las formas de gobernar o las decisiones tomadas desde su función ejecutiva, pero no contra el sistema democrático que en algún momento los llevó a ese lugar.
Precisamente de eso se trata. De reivindicar una y otra vez este sistema que tanto ha costado conseguir y mantener, sobre todo a los países latinoamericanos.
Se trata de defender la posibilidad de elegir libremente. De permitir que tanto unos como otros, por más que piensen distinto, por más que se muestren de izquierda, de derecha o de centro, puedan participar en política, integrar una lista y eventualmente, acceder a un cargo de fuste para tomar decisiones por el resto.
Es absolutamente cierto que la Democracia está llena de fallas.
Que algunos políticos cobren sueldos obscenamente altos comparados con los de la mayoría que se mata trabajando, es un ejemplo. Que los gastos de la actividad política impidan que la sociedad pueda vivir mejor, es otro.
Que existan una o dos cámaras de representantes en las legislaturas provinciales o en el congreso nacional, son temas a debatir. Como también si debe haber PASO (elecciones primarias de los partidos) o no. O si debe elegirse un presidente o uj jefe de Parlamento. Todos son temas a discutir. Todo es debatible e incluso (hablando en términos políticos) negociable.
Pero lo que no se negocia es la Democracia misma. Sus imperfecciones no pueden impedir que exista. Porque lo contrario es el autoritarismo, lo dictatorial, lo oscuro.
“Con la Democracia se come, se cura y se educa” dijo hace exactamente 41 años Raúl Alfonsín cuando intentaba convencer a millones de argentinos de que lo votaran. Se comprometía además a defender “la vida y la paz” con este sistema, en tiempos en que el deseo era tener una Democracia “por cien años”.
Hoy, más de cuatro décadas después, y por más críticas que se le hagan a los políticos, (por cierto, en muchos casos más que justificadas), la Democracia sigue siendo el la mejor forma de vivir y elegir en libertad.
Como dice Mujica y como deberíamos decir todos: “es el mejor sistema que hemos inventado”.
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