En el estadio Metropolitano ya no se escucha, en toda su estructura, aquel grito de guerra de “Ole, ole, ole, Cholo Simeone”. Surge desde algunas voces aisladas, desde algunos grupos, pero ya no es unánime y de hecho, hay muchas dudas sobre qué sucederá con el entrenador argentino una vez que acabe la actual temporada y aunque su contrato siga cuando ésta finalice.
Hasta hace muy pocos días costaba reconocer, en este Atlético de Madrid, a un equipo del “Cholo”. No tanto en la actitud, aunque podría afirmarse que le faltaba una pizca de aquella rebeldía de otros tiempos, sino más que todo en un juego de escasa seguridad, vacío, como entregado a su suerte.
Es extraño que un equipo que fuera tan competitivo, que Simeone dirige desde la temporada 2011/12 en una envidiable continuidad de once temporadas al frente del plantel, haya dado la pobre imagen de la última Champions League, de la que quedó eliminado en la fase de grupos. Pero no sólo eso, sino que ni siquiera logró seguir compitiendo en los torneos europeos (con lo que eso significa en fondos perdidos en premios, recaudaciones y derechos de TV), porque no pudo pasar del cuarto y último lugar de la tabla de posiciones sobre cuatro participantes - y sólo el tercero lo lograba-, a la etapa consuelo de la UEFA Europa League.
Y no es que el grupo que le había tocado al Atlético era uno de los peores, de los más difíciles a priori: sus rivales fueron el Porto (al que eliminó en la temporada anterior y en Portugal), el Brujas y el Bayer Leverkusen, todos respetables, pero accesibles.
Sin embargo, el Atlético, por primera vez, no dio la talla. No apareció su juego. No tuvo reacción. Y éste tampoco tiene que ver con aquellos planteles del principio del trabajo de Simeone cuando regía en cierta manera una explicación para no poder pelear más arriba en algunos casos con una especie de “es lo que hay”, porque las cosas, en este punto, cambiaron radicalmente.
En un primer momento, el argumento del Atlético se basó en que de ninguna manera podía competir en poderío con planteles como los del Real Madrid o el Fútbol Club Barcelona, pero en la medida que pasaron las temporadas y el equipo empezó a llegar a las instancias finales de la Champions League (como por ejemplo, con las dos finales perdidas en los últimos instantes ante el Real Madrid en 2014 y 2016), ya aquello no tuvo la misma coherencia cuando los ingresos comenzaron a ser muy superiores, los planteles subieron mucho en su jerarquía, el club trasladó su localía desde el antiguo Vicente Calderón al moderno Metropolitano, y creció mucho el palmarés con dos ligas, una Copa del Rey, una Supercopa de España, dos Europa Leagues y dos Supercopas de Europa.
Si es imposible criticar el gran trabajo de Simeone a lo largo de tantos años, si nos tuviéramos que basar estrictamente en los resultados (a partir de que él mismo es quien lo hace, con frases como que lo único que importa es ganar), sin dudas, en el último tiempo, el Atlético atraviesa una crisis, y nos atrevemos a decir que el “Cholo” pudo hacer aún mucho más de lo que consiguió si sus equipos hubieran tenido otra vocación estética, especialmente desde que se vieron enriquecidos con la llegada de figuras de talla internacional.
El plantel del Atlético Madrid no está integrado por jugadores de mediano nivel, sino, por ejemplo, por un arquero como el esloveno Jan Oblak, considerado uno de los mejores del mundo, y buscado por varios equipos de la Premier League inglesa, -a donde acaban de emigrar dos de sus cracks, el brasileño Diego Cunha (al Wolverhampton), y el portugués Joao Félix (al Chelsea), los que, en ambos casos, se fueron enfrentados a Simeone-, o por los argentinos recientemente campeones del mundo, Nahuel Molina, Rodrigo De Paul y Ángel Correa.
El caso de Joao Félix es sintomático. El portugués, que integra la selección de su país, y dueño de una gran calidad, no comulgó nunca con el entrenador argentino, y que su pase haya sido a préstamo al Chelsea y no de manera definitiva, y que el Atlético haya querido antes extender su contrato, también da señales, indirectamente, de que en el club “colchonero” especulan con que una vez terminada la actual temporada 2022/23, si los resultados no acompañan, sea Simeone el que, por su cuenta, de por fin un paso al costado para iniciar una transición hacia algo completamente diferente, que permita sacar otro jugo a estrellas como el belga Axel Witsel, el neerlandés Memphis Depay (que acaba de llegar desde el Barcelona), el uruguayo Josema Giménez, el delantero español Álvaro Morata, o el polifuncional Marcos Llorente, entre tantos otros.
A diez puntos del Barcelona, líder de la liga española, cuando queda toda una rueda (aunque con dos partidos más), y ya fuera de Europa, y cuando parecía que no le quedaba mucho por jugar, parece que por fin, el Atlético volvió a encontrar un punto de apoyo para re-motivarse y resurgir de las cenizas, como lo hizo tantas veces en este ciclo.
Tras ganarle 0-2 al Levante y avanzar a los cuartos de final de la Copa del Rey, y el sábado por 3-0, como local al Valladolid por la liga (con tres goles en treinta minutos iniciales, algo no tan común en estos tiempos de vacas más flacas), los “colchoneros” se encuentran ahora con la chance de enfrentar al Real Madrid, su rival de ciudad, en un gran derby que se llevará a cabo en el Santiago Bernabeu el próximo jueves, a partido único, y ganarlo daría, quizá un impulso definitivo para buscar un nuevo título y conseguir al mismo tiempo la vuelta a la élite europea.
Simeone conoce de estas lides y no hay duda de que el Atlético Madrid es consciente de que pocas veces en esta temporada tendrá una oportunidad de oro como ésta para revertir su imagen de los últimos tiempos. Sabe que, acaso, sea éste el último tren y no sólo de la temporada. Para algunos puede ser la última chance de sus vidas como rojiblancos.