Por Lacho Meilán
Ya no es novedad de que cada fin de semana, los comercios mayoristas se ven repletos de visitantes de Chile para hacer compras. Así sucede también en otras provincias fronterizas como Buenos Aires o Entre Ríos, vecinas de Uruguay.
Tampoco es novedad que los consumidores locales, precisamente por el aluvión extranjero, en más de una ocasión se quedan sin comprar los productos deseados porque falta abastecimiento, porque la reposición no llega a tiempo o, simplemente, porque lo que queda a la venta se torna inalcanzable para sus alicaídos bolsillos.
El panorama para el consumidor local se oscurece más aún cuando va al mayorista y ve que su carrito medio vacío contrasta con el del chileno, repleto.
Pero más allá de esta desazón, está claro que la llegada de extranjeros a comprar, está dando ganancias a empresarios del comercio, a sus proveedores, y fundamentalmente, a partir de las cargas impositivas, al Estado recaudador.
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Casi podría decirse, sin basamento técnico, claro está, que Argentina con este fenómeno, empieza a suplantar algunas exportaciones por ventas al exterior hechas en el propio territorio. O sea: prácticamente estamos “exportando impuestos”.
Es que nuestro país es uno de los que mayor carga impositiva posee en el mundo. Y el primero cuando se lo compara con las 30 naciones que componen el 86% del PBI mundial, tal como informó la Unión Industrial Argentina (UIA) desde su Centro de Estudios, en marzo pasado.
Los rubros que más compran los chilenos son alimentos y artículos de limpieza. Los baúles que pasan a la aduana trasandina viajan repletos de fideos, arroz, papel higiénico, servilletas y otros objetos de almacén.
Según lo informado oportunamente por el IARAF (Instituto Argentino de Análisis Fiscal), la carga impositiva de los alimentos, alcanza en promedio, al 41,9% (entre IVA, seguridad social, Ingresos Brutos, Ganancias, impuestos a débitos y créditos y tasas municipales de inspección, seguridad e higiene). En otros productos, como los de limpieza, ese porcentaje es aún mayor.
En consecuencia, al venderle a los compradores foráneos, las arcas del Estado incrementan sus ingresos. Algo que hace apenas unos meses no sucedía.
Los economistas coinciden. “Sin dudas siempre es bueno que ingresen más fondos al país o a la provincia. Y más si esto se genera con cierta forma de turismo, porque quienes llegan también pagan hoteles, salen a comer, etc.”. Así lo asegura Lisandro Nieri, actual diputado nacional y ex ministro de Hacienda de la provincia.
El legislador reconoce que “puede parecer injusto” para el consumidor final, pero a la larga, es conveniente para el Estado.
Lo mismo señala otro especialista, Sebastián Laza. “Lo de ‘exportar impuestos’ tiene lógica en la medida en que el sector empresario vinculado al comercio venda más de lo que vendía antes de la llegada de extranjeros”, dice. “Hay mayoristas que indican que les han mejorado ‘un 5% las ventas, aproximadamente’. Eso significa un 5% más de IVA, de Ingresos Brutos, de otros impuestos. Entonces, ‘los efectos frontera’ existen”, completa.
Está claro que el “cepo cambiario argentino” conlleva un “cambio favorable” para acrecentar exportaciones. Sin embargo, en la Argentina, a diferencia de la mayoría de los países, la brecha entre el dólar oficial y el “blue”, sumada a las retenciones, terminan desalentando a cualquier exportador. “Uno termina pagando más para exportar. Es preferible venderle más a un mayorista y que éste le venda a los extranjeros, que mandar la mercadería a otro país”, indica un industrial en estricto off the record.
Se comprueba entonces que, en lugar de exportar, el empresariado y el Estado mismo suplantan las ventas al exterior por ventas a extranjeros, pero aquí, en el país.
Es cierto. Que lleguen extranjeros a comprar, no deja de ser una ventaja para el Estado nacional, provincial y hasta para los municipios. El problema -como también coinciden los economistas- es cómo se distribuyen esas ganancias adicionales e inesperadas. Aunque ése es otro tema de análisis.
Mientras tanto, el consumidor final argentino, ese cliente “habitual” del mayorista, el que busca pelearle a la inflación galopante (que, sin dudas, no se genera por la mayor demanda de compradores externos), sigue con la desazón de ver su carrito apenas cargado y sufre la paradoja de que mientras a él no le alcanza, el Estado ahora “exporta” sin salir del país, a través de sus impuestos.
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