La imagen pública respecto de Daniel Passarella se reconvirtió en apenas una semana, luego de haber ocupado un espacio poco menos que insignificante de una década a esta parte.
Los factores de tamaña falta de repercusión mediática tuvieron que ver con que la propia figura surgida en el ámbito futbolístico se encerró sobre sí misma aislándose de todo contacto público y en un llamativo silencio de radio.
Motivos hubo, hay y habrá para semejante contraste entre tiempos de protagonismo, generalmente exacerbado entre los medios, y una reconversión paulatina que lo llevó a ese extremo de encerrarse en sí mismo.
Hasta que volvió a ponerse en el centro de la escena en los días previos al homenaje que River Plate les hizo a los campeones mundiales que pasaron por sus filas. Y ayer, aún sin proponérselo, volvió a ser el centro de atracción en un Monumental colmado de público en paralelo con el final de la primera parte de sus refacciones como estadio.
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En los días anteriores, inclusive, tanto en las redes sociales como en programas televisivos y radiales se fue instalando, en modo morbo, la discusión y/o debate en torno a cómo se recibiría en el epicentro riverplatense el regreso de quien fuera un estandarte en su etapa futbolística y luego se convirtiese en un entrenador de los que dejaron una huella indeleble.
Nada se objeta en cuanto a su paso extraordinario como futbolista – en su época, el mejor en su puesto de marcador central a nivel club y seleccionado nacional – como tampoco cuando condujo al plantel profesional ya en función de entrenador, pero el punto medular de los cuestionamientos surge al valorárselo en función dirigencial y encima en el cargo de presidente en uno de los clubes más importantes del mundo.
Passarella fue introducido lentamente en el ámbito de la gestión pública dentro de la vida institucional “millonaria”, pero lo que le sobró como crack dentro del campo de juego o como referencial en función de conductor del plantel profesional le faltó en una función no apta para improvisados o de quienes se auto perciben con espaldas suficientes para cargarse el peso de un puesto para el que nunca acumularon experiencia previa.
De hecho, las cuestiones del día a día lo fueron desgastando de a poco y el epicentro del desastre fue la caída futbolística que desencadenó en el descenso de categoría en 2011.
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En los días previos a jugar la promoción contra Belgrano, ya en modo desesperación, Passarella cometió un yerro de los que provocan una disrupción hasta con el propio entorno del oficialismo. No solía concurrir a las reuniones del comité ejecutivo de la AFA, pero irrumpió en una y delante de los asistentes le pidió la renuncia a Julio Grondona en tono de bravuconada. Ese fue el detonante que originó el principio del fin.
Internamente, nunca tuvo claro que haber llegado a la presidencia del club de Nuñez por apenas seis votos le iba a implicar una tarea ardua para generar una base de adhesión que le permitiera un margen de maniobra mayor. No lo hizo y cuando quiso, tampoco supo hacerlo. Su suerte estaba echada, al igual que cuando quedó involucrado en una causa por contrabando a raíz de la compra de un yate de lujo.
De ahí que se fue autoexcluyendo de la exposición pública y dividió las aguas en cuanto a si era invitado al reconocimiento que le hizo River Plate a los futbolistas que vistieron su camiseta y fueron campeones mundiales en 1978, 1986 o 2022.
De hecho, la polémica estuvo instalada y también tuvo consecuencias indirectas con la actual dirigencia del “millonario”, ya que prácticamente no participaron del momento cumbre con los ex jugadores de la institución. Se sabe que, en buena medida, son refractarios a la gestión Passarella y que por lo tanto era entendible que no fogonearan su presencia en el encuentro de este domingo pasado.
Hay algo que Passarella tiene claro: una cosa es ser y otra cosa es parecer. Parece lo mismo, pero no es igual. Tanto como el refrán popular: “zapatero a tus zapatos”.
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