Por Sergio Levinsky, desde Madrid
Justo en ese momento, subían las escaleras mecánicas hinchas franceses con sus bufandas del Paris Saint Germain. El tema parecía, como nunca, dedicado a ellos o a su club.
Pasarán los años y en el PSG se acordarán de la noche de ayer en el Santiago Bernabeu, cuando a media hora del final, tenían eliminado al Real Madrid ante su propio público, y encaminados, posiblemente, a aumentar la ventaja de un gol que habían sacado en el partido y que en realidad eran dos porque en París habían ganado también 1-0 sobre la hora.
El PSG parecía tener absolutamente dominado a un Real Madrid no del todo resignado pero casi, al notar la superioridad conceptual de esta multinacional del fútbol que es este equipo galo, con estrellas en todas las posiciones. Solo un milagro podía revertir las cosas porque los parisinos se habían acomodado al partido. Cada vez salían de atrás con mayor solvencia, especialmente por el brasileño Marquinhos. En el medio, Danilo, Marco Verratti y Leandro Paredes distribuían la pelota sin obstáculos, y por si fuera poco, Lionel Messi, aunque alejado del arco de Thibaut Courtois, tejía junto con un intermitente pero fino Neymar y arriba esperaba nada menos que Kylian Mbappé, acaso el mejor jugador del mundo en la actualidad, para matar en la contra.
Ante eso, el director técnico de los blancos, el italiano Carlo Ancelotti, apeló a lo que le quedaba en el banco de los suplentes. Hizo ingresar a una de las perlas del plantel, el joven francés Eduardo Camavinga, por el marcador central austríaco David Alaba, y al brasileño Rodrygo por el alemán Toni Kroos, que arrastraba una larga lesión y que ya fue sorpresa que saliera como titular en el medio. Iban 13 minutos del segundo tiempo, y ya los locales se paraban con tres defensores, Camavinga delante de ellos, y el resto, al ataque. Apenas, y relativamente, metió una tercera variante con un supuesto lateral derecho (Lucas Vázquez) por otro (Daniel Carvajal), aunque el primero tiene experiencia de delantero derecho y si ingresó fue porque su reemplazado tenía tarjeta amarilla por no poder parar a Mbappé, algo que tampoco pudo hacer el suplente, quien también recibió su correspondiente amarilla.
Sin embargo, ocurrió lo inesperado, lo que una vez más se encarga de demostrar lo hermoso del fútbol también desde lo impredecible y que tira por tierra con tanto cientificismo con la vana idea de controlarlo todo: en esa suficiencia francesa en la salida con pelota dominada, un excelente arquero como el italiano Gianluigi Donnarumma se equivocó, y de ese error llegó el empate de Karim Benzema. Habían pasado tan sólo tres minutos desde las dos primeras variantes blancas.
Y como por arte de magia, todo aquel toque prolijo del PSG se esfumó, y todo el estadio bramó por su equipo, recordando tradicionales remontadas que hacían imaginar que por qué no otra vez. Y entonces el Real Madrid fue adelantando sus líneas y fue con todo al ataque, con esa idea que siempre tuvo acerca de que es posible ganarlo y eliminar incluso a un rival que por bastante tiempo fue superior, tanto en el partido de ida en París como en buena parte del primer tiempo en el Bernabeu.
El PSG ya no hizo pie y aparecieron en todo su esplendor un magistral Luka Modric, que demostró por qué fue Balón de Oro alguna vez, y Karim Benzema, batiendo el impresionante récord goleador de Alfredo Di Stéfano (308). Lo superó por uno con un triplete conseguido en escasos minutos para revertir una historia que comenzó a construirse afuera de la cancha, cuando los hinchas, en la puerta del estadio, gritaban “sí se puede” o “somos los reyes de Europa”.
Para el PSG, una nueva frustración europea y muy pronto, en los octavos de final de la Champions League, luego de haber gastado una fortuna, apoyado en los fondos cataríes, para apostar a ganar la Copa más preciada. No alcanzó ni con Neymar, ni con Messi ni siquiera con un gran Mbappé que, al cabo, acabó marcando los dos goles de su equipo.
Esta eliminación supone también el final del argentino Mauricio Pochettino como entrenador, cuando ya era duramente cuestionado por el director deportivo, el brasileño Leonardo, por los malos desempeños de su equipo aun siendo líder y teniendo casi asegurada la liga local, que es un torneo menor para su dirigencia.
La apática expresión del equipo tras el inesperado empate 1-1, seguramente dejará una estela, la contracara de la felicidad en el Real Madrid, que si se clasificó a cuartos de final, fue por su amor propio, por su fuerza de voluntad, por creer cuando parecía imposible en la remontada. Una vez más, la historia, la tradición, y la mentalidad de un club que no por nada ganó trece copas de Europa, se impuso al que quiere armar un plantel a base de talonario, pero en el fútbol, el dinero no alcanza para ganar títulos de primer nivel. Hay que tener algo más y el PSG va aprendiendo las lecciones con golpes duros como el de anoche.