Fue fiesta, es fiesta y lo seguirá siendo. Toda inauguración de un Mundial de fútbol produce lo mismo: combinación de emociones, sin respiro ni diferencia de nacionalidades. La cultura futbolística es lo que es: no le pide nada prestado a nadie. Se siente o se rechaza, sin términos medios.
La relación asimétrica que existe entre una potencia surgente en términos de poder económico y tecnológico, tal como es la qatarí, con otra en vías de desarrollo conforme a los parámetros que rigen a la ecuatoriana, queda absolutamente deshecha cuando once contra once tensan posiciones opuestas al enfrentarse en un campo de juego.
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Detrás de uno de los arcos, hubo tamborileo en ritmo arábigo y sostenido con interjecciones que aludían a la nación de origen. Para este emirato, el fútbol es una expresión que está en constante expansión, pero que – a la vez – se está sembrando a la búsqueda de un crecimiento sostenido conforme transcurran las épocas. Por ahora, todo es descubrimiento a través de la prueba ensayo/error.
Como país organizador, el seleccionado no tuvo que afrontar eliminatorias sino que la clasificación directa lo privó, paradójicamente, de experimentar qué significa una instancia que conduce a ocupar un cupo entre una treintena de especialistas. No existe ninguna potencia a escala planetaria que haya crecido de golpe. La paciencia será una virtud que se potenciará con el correr de los años y la de esta Copa del Mundo le servirá de experiencia.
Por oposición, la historia del fútbol ecuatoriano produjo la experimentación suficiente como para que la formación que dirige Gustavo Alfaro despliegue su matriz futbolera como parte de su propia identificación identitaria. El proceso viene desde lejos y permite que, en las instancias de decisión que se producen durante un partido, quede claramente marcada la cuestión asimétrica.
Más allá de este debut y del resultado, este entrecruzamiento cultural permitió unificar los criterios de movilidad deportiva entre dos expresiones que buscan, claramente, un espacio donde situarse conforme a sus posibilidades.
El fútbol, conforme a sus características, une y no agrieta, incorpora y no segrega, se acerca y abraza.