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Messi, el chivo expiatorio del desastre del PSG

Parece un sino fatal. Hace dos años, Lionel Messi, el único jugador de la historia con siete Balones de Oro -y camino al octavo- se iba llorando a mares del Fútbol Club Barcelona, que le comunicaba que no había manera de hacer frente a sus pagos luego de su monstruoso paso de veintiún años por la entidad catalana, en los que batió todos los récords, y ahora es inexorable su salida del Paris Saint Germain (PSG) 

03/05/2023 21:44
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Por Sergio Levinsky, desde Barcelona

Parece un sino fatal. Hace dos años, Lionel Messi, el único jugador de la historia con siete Balones de Oro -y camino al octavo- se iba llorando a mares del Fútbol Club Barcelona, que le comunicaba que no había manera de hacer frente a sus pagos luego de su monstruoso paso de veintiún años por la entidad catalana, en los que batió todos los récords, y ahora es inexorable su salida del Paris Saint Germain (PSG) luego de que sus dirigentes lo sancionaran con una suspensión para entrenamientos y partidos por dos semanas al poco tiempo de enterarse, a través de su padre, que el rosarino no va a renovar el contrato el 1 de julio, cuando quede en libertad de acción.

Messi, pese a empapar el pañuelo en aquel llanto público el triste día de la despedida del Barcelona, se fue aplaudido por la platea, aunque no pudo saludar a los hinchas en el Camp Nou, como correspondía. Ahora, en cambio, se va injustamente insultado por un grupo de hinchas que se acercaron a la sede del PSG, luego de que este club tomara represalias contra él con la excusa del horrible partido que el equipo jugó el pasado domingo por la liga ante el Lorient y que perdiera 1-3 dejando una pésima imagen. Sin embargo, la culpa no es sólo del argentino.

La verdad es que el jeque Nassar al Khelaiffi, amo y señor del PSG y con estrechísimos vínculos con el emirato de Qatar, puso el grito en el cielo cuando, tras el desastre del pasado domingo en el estadio del Parque de los Príncipes, vio las fotos de Messi y su familia pasándolo muy bien en territorio de Arabia Saudita, a donde viajaron el pasado lunes debido a un compromiso previamente adquirido porque el jugador es embajador turístico del país saudita (cambió dos veces la fecha para no generarle problemas al club parisino) y de ninguna manera incumplió el contrato o faltó al profesionalismo, sino que apenas ocurrió que un día no planificado para entrenamiento se convirtió en laboral ante el enojo de la dirigencia por lo sucedido el domingo.

Esto significa que Messi no conocía esta determinación, era la tercera vez que intentaba viajar por este compromiso y hubo cambio de planes en el club. De allí la sanción (que el argentino ya empezó a cumplir, ante insistentes rumores de que ya no volverá a vestir la camiseta del PSG en los tres partidos de liga que quedarán a su regreso) insólita que le impuso una dirigencia más celosa de su viaje y deseosa de quedar bien ante los hinchas que venían presionando para que la entidad se afrancesara más y prescindiera de estrellas galácticas, a partir del fogoneo de ciertos medios que tratan de generar simbología con miras a los Juegos Olímpicos de la capital francesa para 2024.

Es esa insistencia de los medios que ensalzan permanentemente a Kylian Mbappé y que critica por todo a Messi la que termina siendo, de alguna manera, la determinante de esto que está ocurriendo: si el argentino no es inocente del mal juego del equipo, no se puede soslayar que el gran atacante francés, así como el brasileño Neymar, el italiano Marco Verrati o el español Sergio Ramos, son, como tantos otros, responsables de esta debacle, de la que tampoco se salva (ni mucho menos), el entrenador Cristophe Galtier, quien ya tiene una puerta y tres cuartos de salida aunque fuere a ganar la liga dentro de cinco fechas, algo que al menos hoy, ya está en dudas (el PSG va puntero con cinco puntos de ventaja al Olympique de Marsella, pero los del puerto le fueron descontando varios en este tiempo).

Pero más vale cargar las tintas en los extranjeros, y si son sudamericanos, mucho más. Y aún peor si son argentinos y le ganaron a Francia por un penal la reciente final del Mundial. Eso, se paga caro. Cuando en febrero Messi recibió el premio “The Best” en la gala de la FIFA celebrada en la sala Pleyel de París, cuando fue considerado mejor jugador del mundo del año, al día siguiente un medio prestigioso como “L'Equipe” no publicó una sola línea del acontecimiento, llevado a cabo en la ciudad en la que el diario se imprime.

Tras el desastre ante Lorient, en el que ni Messi ni Verrati ni Mbappe tocaron casi la pelota, y Sergio Ramos y Marquinhos se encontraban siempre en campo rival en los contragolpes adversarios dejando media cancha libre a sus rivales para que quedaran mano a mano con el arquero italiano Gianluigi Donnarumma, los medios sólo culparon a Messi, nada más que al argentino, con frases como “qué solo que juega Mbappe” o parecidas. Ninguna responsabilidad para el delantero de la casa. Toda la culpa al argentino. El resultado, no podía ser otro que éste.

Pero Messi no merece este final. No sólo por su majestuosa carrera, sino porque en dos temporadas, con 34 y 35 años, terminó marcando 31 goles y generando 34 asistencias en 71 partidos para el PSG, es decir que el argentino formó parte de 65 goles en los 71 partidos que jugó. Si eso es para que los hinchas se congreguen para insultarlo...

Se entiende la frustración de tantos años sin ganar títulos fuera de Francia, que se haya gastado fortunas sin haber tenido un plan global de crecimiento, o que se haya apostado en 2017 casi todo por un proyecto que se basara en Neymar como cara visible para el Mundial de sus sostenedores qataríes, no es culpa de Messi. En todo caso, como reclaman tantos hinchas en un documento a sus dirigentes, era cuestión de haberlo pensado antes. 

Messi, a los casi 36 años (los cumplirá el 24 de junio próximo), dio más que lo suficiente. Aportó su magia en varios partidos, y si notan que se cansa, que su físico no es el mismo que antes, haberlo pensado antes o haberle conseguido la compañía para que otros corrieran para que él creara. Lionel Scaloni lo consiguió en la selección argentina y con muchísimo menos tiempo de trabajo.

Cuando te eliminan cada año de la Champions de manera estrambótica (el Manchester United se impuso por diferencia de un gol en París cuando había caído en Old Trafford, el Barcelona se impuso 6-1 en la vuelta cuando había caído 4-0 en la ida en París, el Real Madrid le propinó dos goles en el Santiago Bernabeu cuando parecía que la clasificación se conseguía), y cuando con tantas estrellas no se logra casi nunca una gran superioridad ante rivales más débiles con entrenadores de toda laya, es fácil echarle la culpa a un jugador que prefiere no expresarse más que en el campo.

A esta altura, el PSG merece lo que le ocurre, con otra eliminación de Champions, el haber quedado afuera de la Copa de Francia en octavos de final ante el Olympique de Marsella, que ahora podría arrebatarle también la liga para dejarlo en cero en toda la temporada. Y también merece que Messi se vaya, e incluso que no vista más su camiseta.

Mientras algunos insultan, otros suspenden sin motivo y otros se regodean con el efecto de tanta insistencia contra el chivo expiatorio que encontraron, Messi duerme cada noche con la Copa del Mundo en su almohada, deshojando la margarita sobre su futuro en un lugar donde se sienta cómodo y en lugar de echarle culpas colectivas e institucionales, aplaudan su magia única e irrepetible.

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