El empate 2-2 en un Superclásico cambiante en el marcador y con distintas fases psicológicas de acuerdo a lo que iba ocurriendo, deja un poco más contento a Boca, que estuvo muy cerca de perderlo, que a River, que ya parecía que lo tenía ganado al darlo vuelta en una ráfaga de tres minutos promediando el segundo tiempo, luego de haber sido amplio dominador del partido
Por Sergio Levinsky, desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Cuesta afirmar, y acaso sea lo más positivo para el fútbol argentino y para la inmensa masa de hinchas de ambos clubes, que alguno de los dos equipos haya quedado condicionado para sus decisivos enfrentamientos contra sus rivales brasileños por la semifinal de la Copa Libertadores, durante la próxima semana, porque los dos pudieron ganar el clásico pero también los dos lo pudieron perder, y acaso en este punto, el empate sea de estricta justicia.
Sin embargo, si sostenemos que Boca se fue un poco más satisfecho de una Bombonera extrañamente vacía, pero que tuvo cánticos de aliento a los xeneizes desde las puertas hacia afuera del legendario estadio, es porque el partido fue dominado abrumadoramente por el conjunto de Marcelo Gallardo, a partir de una tenencia más clara de la pelota –terreno en el que River se siente más cómodo- mientras que los locales desde hace tiempo que prefieren esperar, para salir de contraataque.
River salió a jugar el partido casi con todo lo que tenía, tomándose en serio la posibilidad de ganar la Copa Diego Maradona por más que en la semana deba jugar ante el Palmeiras, y por eso su entrenador Marcelo Gallardo dispuso de casi todos los titulares y optó, con toda lógica, por Javier Pinola como lateral izquierdo (función que tuvo por años en otros equipos) para reemplazar a los lesionados Angileri y Casco, y apenas el joven Federico Girotti reemplazó a Matías Suárez adelante.
Miguel Russo, en cambio, prefirió una mezcla de algunos titulares (Esteban Andrada en el arco, Carlos Izquierdoz en la defensa, Jorman Campuzano y Nicolás Capaldo en el medio), pero siguió con la misma tónica que durante todo el trayecto del torneo argentino: ceder la iniciativa a su adversario y así River se adueñó desde el inicio de campo y pelota, aunque se encontró enseguida con una sorpresa. En la primera pelota que Boca utilizó en función de ataque, Emanuel Mas la cruzó perfecta al ras, de izquierda a derecha, y Ramón “Wanchope” Ábila, continuando la racha goleadora, pudo convertir anticipándose a la defensa de River.
Lo más extraño es que si River tuvo la pelota en un setenta por ciento del tiempo, Boca haya tenido la misma cantidad de situaciones de gol y quizá eso haga referencia a la poca efectividad “millonaria” si bien Carrascal estrelló una pelota en el palo derecho de Andrada y éste le tapó una oportunidad clara a Rafael Borré y otra al joven Lucas Beltrán.
Si Boca cometió el error de dejar a Edwin Cardona en el lado equivocado (porque a la derecha y por la banda no funciona, más allá de que tenía que tapar la proyección de Pinola) y Mauro Zárate acentuó la sensación de que está más de salida que de permanencia, con escasas y poco productivas intervenciones, esta vez el colombiano Sebastián Villa fue clave, en velocidad, gambeta, bloqueo de Gonzalo Montiel, y especialmente, una gran definición en el gol del empate final cuando ya parecía que River se llevaba el clásico.
Y si esto pudo haber ocurrido es porque ya parecía difícil que con ese planteo de un 4-4-2 y con Zárate casi de enganche para dejar solo arriba a un “Wanchope” que pareció que se iba lesionado en el primer tiempo, Boca pudiera sostener el resultado a favor en el segundo, cuando además, Gallardo puso en la cancha casi todo lo que tiene, haciendo ingresar a Ignacio Fernández y a Matías Suárez, por Beltrán y Bruno Zuculini, y si ya el dominio “millonario” se hizo mucho mayor, se acentuó cuando a los 12 minutos se fue bien expulsado Campuzano, por una temeraria falta, cuando ya debió irse en el primer tiempo por un descalificador codazo a su compatriota Jorge Carrascal.
La ventaja de Boca duró entonces exactamente diez minutos más, porque empató Girotti, que había ingresado por Carrascal, como Cristian Ferreira (volante) reemplazó a Pinola. Apenas tres minutos más tarde, en una ráfaga en la que pesó la diferencia de juego y el hombre de más, Borré, con un cabezazo, marcó el 2-1 que parecía lógico a esa altura, e irremontable en esas condiciones.
Sin embargo, este Superclásico sin público, aunque ruidoso por el sonido desde las calles aledañas, tenía preparadas dos circunstancias claves más porque a los 34 minutos fue bien expulsado Enzo Pérez. Los dos quedaron con diez, y Carlos Tévez, que había ingresado veinte minutos antes por Zárate demostrando la sideral diferencia de peso entre ambos, colocó un pase justo para la entrada de Villa desde la derecha, y esta vez el colombiano definió de manera magistral a la salida de Franco Armani, que ya le había tapado otra anterior.
Por eso, una tenue sonrisa en los hinchas de Boca, y una muesca de decepción en los de River, pero sin ser definitivo si uno ni otro, porque los “millonarios” saben que juegan mejor y que siguen en carrera en la Copa Maradona y salieron ilesos de la Bombonera pensando en el Palmeiras, aunque deben mejorar en la definición porque no se puede tener tanto dominio y definir tan pocas veces, y los “xeneizes” no pueden renunciar tan pronto a jugar y ceder la iniciativa a su rival, cuando éste tiene jugadores de peso, pero anoche pudo haber perdido y rescató un empate in extremis que lo deja psicológicamente en una racha aceptable para lo que queda del torneo local y por la Copa Libertadores.
Si vuelven a enfrentarse por la final de la Copa Libertadores, todo deberá volver a empezar y cada uno sacará sus conclusiones, pero la sensación es que nada está definido. Cada uno con sus aciertos y sus errores, y enfocados en sus objetivos demasiado próximos como para detenerse mucho en este atractivo empate en el que los dos pudieron ganar, y los dos pudieron perder.