Se necesitaría de una gran imaginación para proyectar un año como 2020 en el fútbol del mundo
Por Sergio Levinsky, desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Estadios vacíos, mudos, fríos, mustios, sin el sonido de los hinchas, meses enteros sin juego, distancia social entre los jugadores en los desangelados bancos de suplentes, barbijos, partidos que parecen entrenamientos, torneos suspendidos o resueltos de apuro, calendarios alterados, fiestas postergadas. Peor, imposible.
Nunca, ni siquiera en la guerra, el planeta estuvo tantos meses sin fútbol a causa de la pandemia que ocasionó el coronavirus, y si esto ocurrió en el mundo entero, la Argentina batió todos los récords y si la actividad volvió después de siete meses, cuando ya se estaba jugando en la mayoría de los países sudamericanos (sólo Bolivia y Venezuela venían retrasados pero a causa de la muerte de sus presidentes de Federación), fue por el efecto dominó que causó la extraña decisión de la Conmebol para regresar a las competencias sudamericanas pese a que nada había cambiado y a que varios de los clubes participantes estaban en problemas con varios de sus jugadores.
El fútbol, como casi todas las actividades aunque como gran fenómeno de masas del Siglo XXI, debió adaptarse a los nuevos tiempos y en verdad, no parece que lo haya podido resolver del todo. Si pudo continuar es más que nada porque por ser el monstruo que es, contó con la venia de la clase dirigente que le dio prebendas que nadie consigue, como las burbujas para que los planteles se movieran casi como libre tránsito entre países.
En este sentido, al menos la UEFA pudo conciliar un poco más el calendario al aprovechar la baja de los casos para apurar la definición de sus dos grandes torneos de clubes, la Champions League y la Europa League, reduciendo sus definiciones a un torneo corto en una misma sede (Lisboa para la primera y Colonia para la segunda), con los triunfos de la máquina casi perfecta del Bayern Munich (que ganó todos los partidos que jugó en el campeonato, de principio a fin) y del Sevilla, acostumbrado a los títulos en este torneo. Aprovechando el envión, los alemanes dieron cuenta de los andaluces al poco tiempo en la definición de la Supercopa europea.
Por el lado de las ligas nacionales europeas, cada una se adaptó como pudo a las circunstancias, y si por fin el Liverpool pudo ganar la Premier League por primera vez desde su nuevo formato cuando pese a sacar más de 25 puntos a sus seguidores se llegó a plantear la suspensión del campeonato, o la Juventus se llevó por novena vez consecutiva el Scudetto, o el Bayern repitió en Alemania, en cambio se suspendieron definitivamente torneos como el francés (PSG) o el holandés (Ajax) lo que provocó un gran enojo en la UEFA, que como la Conmebol, se empeñaron en que no importa el cómo pero el show debe seguir, y que paguen los que deben pagar.
Esto llevó a tal aberración, ahora corregida, por la que en principio la Federación Italiana le había dado por perdido un partido 3-0 al Nápoli por no poder presentarse ante la Juventus por tener una enorme cantidad de casos de coronavirus en sus jugadores, y le quitó un punto extra por incumplir con los protocolos, o se sucedieron casos patéticos en la Conmebol por los que, por ejemplo, el plantel de Flamengo, ya en el aeropuerto, no sabía si tenía que viajar o no para jugar ante el Barcelona de Guayaquil por la Copa Libertadores porque las autoridades ecuatorianas habían suspendido el partido y tras presiones de la Conmebol, se aprobó la competencia cuando los brasileños llegaban justo a horario, o Atlético Paranaense tuvo que enfrentar a River por los octavos de final casi con un equipo B en la ida, por tener a casi todos sus jugadores afectados. Por su parte, Boca llegó al debut copero ante Libertad en Paraguay sin un solo entrenamiento completo porque su plantel también estaba en problemas por un contagio general. El negocio y especialmente los sponsors, siempre por delante de la salud de los futbolistas.
Tal como lo señalamos en nuestra columna de la semana pasada, el fútbol argentino terminó mezclando la cuarentena con la política y así es que el presidente de la AFA desde 2017, Claudio “Chiqui” Tapia, aprovechó la ocasión para lanzarse a una rápida reelección por otros cuatro años, para lo cual utilizó, con la excusa de que no podía resolverse en el campo de juego por la suspensión de la Copa de la Superliga tras una sola fecha jugada (y en la que River, sin sanción alguna, decidió no presentarse ante Atlético Tucumán como local), la suspensión de los descensos, adelantó casi un año los primeros cuatro clasificados a la Copa Libertadores 2021 y trató por todos los medios de que no se jugaran las otras dos competencias previstas para 2020 (Copa Argentina-finalmente postergada para 2021- y Copa de la Liga) para que un abanico mayor de equipos de interés se clasificara para los torneos sudamericanos.
A esto hay que sumarle que la AFA optó por congelar inmediatamente las competencias de la máxima categoría, pero, contradictoria, decidió continuar (y empezar casi de cero) los torneos de ascenso, lo que favorecía a sus clubes amigos y lo que a su vez derivó en un histórico juicio de uno de los dos perjudicados, San Martín de Tucumán, a la propia institución madre del fútbol argentino ante el máximo tribunal arbitral deportivo mundial, el TAS, en Suiza.
Los siete meses sin fútbol local, la falta de competencia por la pandemia y la decisión política de la AFA de retrasar todo lo posible haciendo la plancha, y la enorme cantidad de futbolistas que quedaron libres el 30 de junio al no necesitar muchos clubes de sus servicios al no tener que luchar con los promedios del descenso (suspendido por dos temporadas), determinó a su vez que varios equipos se decidieran por apostar casi obligadamente por sus divisiones inferiores y al mismo tiempo, algunos entrenadores, ya sin los habituales temores, se decidieron a un juego algo más holgado y sin tantos pruritos, y de a poco, empezaron a aparecer algunos buenos partidos, aunque con protagonistas menos conocidos para el gran público, aunque pende sobre los más grandes la amenaza de algunas estrellas de emigrar por no querer renovar sus contratos en pesos en un futuro imprevisible como el argentino por la pandemia y sus posibles consecuencias económicas y sociales.
Pero este mismo fútbol argentino, que se prepara para vivir en enero tal vez una segunda final superclásica de Copa Libertadores en el Maracaná a fines de enero, y otra sudamericana en el Mario Kempes cordobés, también estudia con lupa a la selección argentina, que pese a sus interminables crisis institucionales y con un entrenador como Lionel Scaloni que nunca antes había dirigido a un equipo, por el momento se encamina casi sin dificultades en la clasificación mundialista para Qatar 2022 y hasta su máxima estrella, Lionel Messi, parece más cómodo ahora de celeste y blanco, en su definitivo rol de líder, que con la camiseta del Barcelona.
Messi fue uno de los grandes protagonistas de 2020 pero no, como siempre desde hace una década y media por sus goles o sus brillantes jugadas, sino por su explicitada crisis con el club catalán que lo vio crecer y sobresalir en el mundo, a partir del hartazgo de la falta de proyectos para volver a armar un equipo ganador, como en los pasados y añorados tiempos de Josep Guardiola. En este sentido, el rotundo 8-2 en contra ante el Bayern por los cuartos de final de la pasada Champions hizo mucho ruido y el argentino se quejó en una entrevista que recorrió el mundo por el pésimo manejo del presidente del Barcelona, Josep María Bartomeu, y aunque finalmente decidió quedarse una temporada más en el club, el mandatario se vio obligado a salir apenas días más tarde por una moción de censura de los socios que consiguió el requerido número de firmas pese a la imposibilidad de movilizarse por la pandemia.
Un Messi desganado y cansado, que además perdió en la cancha a su amigo uruguayo Luis Suárez, arrojado al vacío por la dirigencia azulgrana y que terminó en el Atlético Madrid, siguió jugando casi por reflejos aunque no es ni por asomo el que solíamos apreciar, con la incógnita sobre qué resolverá sobre su futuro desde el 1 de enero, cuando tendrá la posibilidad de comenzar a negociar con otros clubes en condición de libre desde el 1 de julio de 2021, aunque tal vez las elecciones del, 24 de enero le hagan reflexionar sobre las chances de quedarse ya con otra dirigencia.
Además de la pandemia, los estadios vacíos y el silencio atronador de las tribunas, 2020 fue el año de la exacerbación de la falta de sentido común en el uso del VAR, lo que ratifica que el problema no es la tecnología sino el uso que se hace de ella y una pregunta que nos hemos formulado en estas páginas en este ciclo: ¿Quién controla a los que controlan? ¿En manos de quiénes está el fútbol? ¿Por qué en Sudamérica y en Europa siempre se benefician los mismos equipos, que tienen fallos a su favor que desafían hasta las leyes de probabilidad?
Finalmente, este año se llevó a Diego Maradona y la pelota y los amantes del fútbol quedamos tristes sin uno de los máximos virtuosos de la historia, y además, de un magnetismo único, incomparable, y que acaso a los sesenta años, la edad de su partida, haya vivido el equivalente al triple de nuestras vidas corrientes. Los homenajes aún continúan y por suerte, perduran las imágenes de tanta magia y los recuerdos de quien le dio al pueblo argentino, y a los napolitanos, alegrías como pocas veces tuvieron en lo colectivo en el último medio siglo. A los pocos días falleció también Alejandro Sabella, una de las personas más respetadas en el ambiente por su coherencia, y quien estuvo muy cerca de ser el director técnico de una selección argentina campeona del mundo en 2014, cuando el título se escapó por muy poco.
¿Será 2021 el año del regreso del público a las canchas y de la vuelta de la fiesta, los colores, las voces, el contacto personal, vacuna mediante? Ya que estamos en imaginar, proyectemos, de paso, tribunas argentinas con hinchas de los dos equipos, conviviendo civilizadamente en un mismo espacio social. Soñar, no cuesta nada.
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