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Pinti 2022, a días de su mudanza. Pinti 2000, su otro testamento

No hay caso, los humanos se mueren. Como decía el sumo Ciego: eso les pasa por haber nacido. Hace unos días el que se mudó para respirar de otra manera fue Enrique Pinti, el grandulón que hablaba más rápido que Tato Bores.

11/04/2022 13:44
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

Comparto en esta columna un breve fragmento de una charla que tuve con Pinti y que desarrollé en un capítulo del libro “En qué creen los que SÍ creen” (Editorial Aguilar, 2001). Esa conversada apuntó a su manera de considerar el “más allá” y el “más acá”.

    Recordemos que Pinti está en el libro Guinnes porque consiguió como actor cómico lo que nadie en el mundo: más de un millón y medio de espectadores con un solo espectáculo, Salsa criolla. A semejante éxito lo amasó, increíblemente, a través de un cáustico divertimento basado en el desnudamiento de vicios, hipocresías, taras, defectos de los argentinos. Dejemos de hablar en tiempo pasado: Pinti es un hombre frontal, locuaz, demoledor, y tierno. No se considera sociólogo, ni clarividente pensador. No es un pavo real. Rápido se autodefine: “No soy más que un encuestador casero. Interrogo a la realidad mediante un muestreo que recojo de amigos, de proveedores y de mi vieja. Haciéndome el oso hago comentarios en la cena con mi representante, con amigos que son como rocas. Si logro interesarlos y hacerlos reír, bueno, ya tengo la prueba piloto. Para mí la vida consiste en preguntar todo el tiempo por qué. Trato de descifrar la loca realidad para no volverme más loco de lo loco que estoy”. A este Pinti le propuse hablar de su relación con Dios. Nada menos.

–Fuera del escenario, ¿Enrique cree en algo trascendente?

–Yo siempre necesité creer en algo. No sé si será por comodidad, pero he buscado creer que existe alguien, afuera de aquí, responsable de todo lo malo y de todo lo bueno que pasa.  Con esto tal vez yo esquivo la responsabilidad personal y digo, bueno, el destino era éste, Dios lo quiso, no lo quiso, el diablo metió la cola, me fui al diablo, Dios quiera... Yo necesité desde muy chico que esto estuviera organizado desde algún lado porque si no era mucho más difícil de entender. 

–En general, ¿cómo ves al mundo?

–Como un auténtico despelote atravesado de incoherencias. El mundo, la vida, los golpes de suerte, un día estás acá otro estás allá, un día cambia todo y el que estaba arriba va abajo y el que estaba abajo va arriba... Hay tal falta de justicia, la gente que estudia, que se rompe el alma, que no roba, termina pobre, paupérrima, abandonada en un geriátrico, cagada y meada, mientras que hijos de mil putas, torturadores, alcahuetes, ladrones de bebés, están espléndidos y prósperos. Ante tanta incoherencia uno necesita creer que todo eso es así, pero “por el momento”. Que hay un orden que no se ve y que hará que, en algún lado, algunos paguen lo que no pagan acá y otros reciban el premio que no reciben acá.

–¿De dónde sacaste esta creencia?

–De la iglesia, fui al catecismo. Pertenezco a una familia católica pero no comesantos. Mi mamá iba a misa, mi papá no. No había una cosa mística en mi casa pero sí había un sentimiento religioso. La virgencita, ir a Luján, las misas por los muertos... Me resultaba muy cómoda también la idea esa de que los muertos no se mueran del todo. Yo le tengo mucha lástima a la gente que no cree, porque son muy infelices. Me lo han dicho muchos ateos: “Qué suerte que tenés, vos creés”.

–Visto desde afuera Pinti aparece como alguien muy racional.

–Sí, lo soy y la verdad es que me siento un poco estúpido al decir que creo en esos términos. Soy muy racional, y después de la educación católica recibí una educación muy pragmática en el teatro Independiente. Esto se daba de patadas con lo de la Iglesia.

–¿Y cómo se resuelve esa colisión entre catecismo y teatro?

–De todas maneras yo me quedo más contento con que haya Dios, creyendo que esto está organizado desde afuera.

–¿Y si no hubieras adoptado esa creencia?

–Directamente no creo que me hubiera dado muchas ganas vivir. Me resultaría insoportable. Entonces me acomodo a esa resignación de decir vengativamente, bueno, Fulano ya la va a pagar. Creo que las injusticias, los atropellos...  ocho de cada diez de estos reverendos hijos de puta la pagan acá.

–¿Y los otros?

–Los otros se salvan, pero con esos ocho uno se hace un picnic y dice “¿Viste que Dios existe? Los cagó acá”. Y si no los caga acá uno se conforma y dice “ya los va a cagar allá”.

–Notable el conformismo de tu teoría.

–Sí, es una teoría absolutamente conformista, pero si no creo en eso, yo salgo con una bomba y los mato a todos. Y yo no tengo ganas de eso.

–¿Qué cosas te atrajeron de la Iglesia cuando eras chico?

–Había una liturgia muy convincente. Iba los domingos a misa. Entonces, esos santos, esos colores de las ceremonias, cuaresma, las sotanas doradas o negras o púrpura, todo eso producía una excitación única en mí que quería hacer teatro. En la misa encontraba una especie de show que me resultaba muy atractivo… Allí, en la iglesia me decían que ese tipo que estaba ahí arriba, crucificado, había muerto por mí. Eso me convencía, porque además todas las teorías que Cristo desarrollaba eran teorías que tenían mucho que ver con la igualdad de los hombres ante Dios, con el derecho del pobre a ser alimentado, con la obligación del rico de ser piadoso más allá de la limosna que era la caridad. Todas esas cosas después se me entroncaron con la educación pragmática del teatro de finales de los 50. En la iglesia yo me daba cuenta que aquella liturgia, con todo ese boato de cartón pintado, servía para mostrarme a ese hombre desnudo clavado en la cruz; hombre que había muerto por cosas que valían la pena, cosas que probablemente en el 2120 no estarán resueltas todavía. Desgraciadamente el tipo que está allí, clavado en la cruz, cada día tiene más vigencia.

  Posdata.  La mudanza de Enrique Pinti nos enfrenta a un gran vacío. Lo vamos a extrañar. Murió en el Día del Teatro. Se mereció la fecha, con creces. En el entierro hubo que cortar el tránsito en su amada avenida Corrientes. Se fue aplaudido. Ya lo estamos extrañando. Nadie como él para putear y reputear. Entre puteada y reputeada alumbraba nuestras virtudes y nuestros defectos y nuestras mañas y sobre todo nuestras desmemorias. Nadie como él para ponernos frente a un espejo incómodo. Lo entrevisté varias veces; era un conversador intenso, siempre encendido por el entusiasmo. Ultimamente me hubiese gustado entrevistarlo para “discutir” cordialmente por qué razón, en esa especie de “testamento” que circula por estos días, el párrafo referido a los militares se redujo a nueve palabras descafeinadas, casi neutras. Pero la charla queda para nunca, anidada en el cosmos. Dicho sea: a Pinti le encantaba discutir frontalmente y desde la buenaleche. A la hora de acordar las entrevistas tenía un SÍ fácil, por generoso. Lo recuerdo riendo a borbotones, con toda su dentadura. Y algo más: lo recuerdo en la plaza, frente al Congreso de la Nación, mientras un fotógrafo de la revista Siete Días lo enfocaba. De pronto Pinti se abrazó a sí mismo, como quien tiene frío. Lo vi despavorido como un niño, porque estaba rodeado de palomas. Ahí confesó, temblando, que le tenía un miedo insoportable al aleteo de las palomas:

–Enrique, calmate, las palomas no hacen nada.

–¿A vos te parece qué no hacen nada? No me jodás: tenía mucha razón el finado Bonavena cuando dijo: “Mirá lo que pasó con la paloma de la paz, crepó, cagó fuego”... Asomate, Rodolfo, y mirá cómo se retuerce el mundo…

–¿Qué te parece el mundo?

–Siento que la humanidad entera va en un enooorme trasatlántico. Por ahora reina cierta tranquilidad, pero imaginate cuando los que van en tercera clase de repente de harten y pierdan la paciencia, ¿a dónde nos vamos meter los de segunda y los de primera clase? ¡Flor de apocalipsis! Comparado, el desastre del Titanic será menos que un carozo de aceituna...

* zbraceli@gmail.com   ===    www.rodolfobraceli.com.ar

 

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

 

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