Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada
Ella, Marilyn, fue la novia del siglo XX. El 5 de agosto de 1962 murió en una madrugada de sábado para domingo. Noche sembrada por la soledad de tantos hombres que caminan sin destino por las ciudades; hombres solos/ que sólo pueden/ conversar /con los rostros de las tapas de las revistas...
Adhiero al parecer de que Marilyn fue soñada después de su muerte y fue soñada antes. Mediante la impunidad de la ficción, imaginé que quien la soñó antes de su propia muerte fue Vincent Van Gogh. Este sueño está en mi libro “Vincent, te espero desnuda al final del libro”. Voy a compartir el sueño imposible del Vincent agonizante. Dos agonizantes. Y de dos siglos. Escuchemos un momento al hombrecitopintor, que revierte la muerte:
“–Soñé con mujer...con mujer entera. Jamás vi un cuerpo tan desnudo. Ni tan solo... Ella estaba en una suntuosa habitación de un siglo venidero para mí, acorralada por altos espejos... Ay, no puedo arrancármela del cráneo, la estoy viendo, ¡qué mujer!... Ella con sus manos se recorre el cuerpo, se averigua, se aprende como una ciega... Ella se busca, se deletrea la piel como si fuera otra... Ahora está girando girando girando, desnuda… Gira hasta que se desploma sobre sus rodillas... Pero se alza se pone de pie se tapa los oídos… ¿Por qué se los tapa si ella está adentro del silencio?... Gira, gira sobre un eje que la atraviesa… Se arranca se suelta del eje y sale corriendo y rebota en un espejo y corre en otra dirección y rebota en otro espejo… está llorando, a su llanto no le brota el alarido... pero no deja de taparse los oídos... Gira otra vez gira… se arroja a un mar… cae sobre las sábanas de una inmensa cama interminable... Se acurruca, nada le cuesta volverse criatura, es un hilito su gemido… Ahora su mano busca algo… su mano palpa hasta que encuentra un frasco con pastillas... arroja un puñado de pastillas en su boca... y otro puñado más… las traga con el líquido de una botella... De pie, otra vez quiere atravesar los espejos, pero rebota y cae y se alza y gira y gira y su cuerpo grita, pero en el ruidoso mundo no se escucha, se deshace ese grito... Con sus manos se tapa otra vez los oídos… Es inútil, un ruido insoportable le viene desde muy lejos y muy adentro, desde la niñez tal vez… Ella, aquietada ahora, intenta dar unos pasos, flamea como un trapito sin destino y cae otra vez al demasiado mar… se hunde en las sábanas de su lecho desmesurado… las muerde a las sábanas… de pronto se queda muy quietecita... desliza una mano y la otra y alcanza a descolgar un teléfono blanco y marca un número y espera... y marca otro número y espera espera... y marca otro y espera y esper... Ay, el teléfono se desploma, se escurre desde sus dedos exhaustos... trata de alzarlo, no llega, su mano languidece, se derrumba antes... Estas cosas siempre pasan en agosto… Y es agosto afuera de esas paredes y de esos espejos, y es sábado y es de noche en el mundo... Sí, estas cosas siempre ocurren cuando es sábado a la noche… No hace falta ponerle el oído sobre su corazón para saber que esta mujer ha dejado de estar aquí, ya ni duerme...
–Vincent, usted dijo teléfono blanco. Entonces usted vio algo que ocurrirá en el siglo XX.
–No sé lo que digo. No respondo por mis sueños: sólo sé que había que hay que habrá una mujer que necesita ser escuchada/ pronto/ pronto y antes de que sea demasiado tarde./ Escuchada por alguien de este mundo. / Una mujer de pómulos de hombros de pechos de cintura prodigiosa/. Una mujer amada pero sola/ en medio de una multitud de solos/ hecha a su imagen y semejanza.
“–Ay, agosto y sábado y noche… Ay, .ella, la tan amada, la tan deseada, tampoco esta noche tuvo con quien conversar: no pudo vadear otro insomnio más... Quiso decirle algo al espejo...
–¿Y?
–Y se lo dijo. Pero el espejo no le respondió... El silencio le entraba por los oídos por los ojos por la boca, como el agua a un ahogado... Quiso salir, escapar hacia algún cuerpo cálido… golpeó paredes y puertas y espejos, pero no pudo con ellos... corrió en círculos, hasta la extenuación corrió… Todo eso lo vi en mi sueño… Ella tragó, de a puñados, esas pastillas y se arrojó a su cama interminable... y supo que las sábanas eran olas de un mar sin horizonte... y estiró un brazo y la mano y los dedos... y fue una vez más por el teléfono y marcó y le respondió el silencio… Y marcó de nuevo y le contestó el silencio…Y marcó una vez más pero no consiguió la moneda de ninguna voz... entonces, el corazón, que de cristal lo tenía, se le quebró sin retorno...
Posdata. Su nombre era Norma Jeane Mortensen (apellido de su padrastro). Fue bautizada como Norma Jeane Baker. Igual que Gardel, de padre desconocido. Su madre, con problemas mentales, internaciones, etcétera. Hasta avanzada la adolescencia fue criada por amigos y alternando con orfanatos. Se casó con un desconocido y dos famosos, uno deportista, Joe Di Maggio y otro dramaturgo, Arthur Miller. Abrevando en su candor anduvieron Ted y John Kennedy. Una y otra vez quiso ser madre, pero los hijos se le trisaban en el vientre. Ella se llamará para siempre Marilyn Monroe.
El caso es que aquella noche de 5 de agosto de 1962, en su enorme habitación, aferrada al sordo teléfono, ella quedó tan sola y solita en medio de una infinita multitud hecha a su imagen y semejanza. Una multitud que la amaba/ la adoraba/ la deseaba… A ella el siglo XX quiso succionarle el candor. Pero ella nunca dejó de ser virgen. No pudo el siglo con ella. Y ella continúa alzándonos la sangre con esa cintura suya hecha para imaginarla con alaridos. No es todo: hembra pero niña, niña pero hembra, es como si los años no le pasaran. Sigue salpicándonos con su risita, 61 años después de que ella se suicidara o a ella la suicidaran. Ya metidos en el año 2023 esto de los verdaderos autores del “suicidio” importa poco y nada. Cerca del mediodía del 5 de agosto de 1962 llegó a su chalet una ambulancia, embolsaron su cuerpo, corrieron un cierre, y se la llevaron. Ninguna de las llamadas que ella hizo, desesperada, tuvo devolución. Pobrecita ella, tan criatura. Pobrecito el siglo XX, tan ajeno y tan impiadoso.
En el sueño de su agonía Vincent Van Gogh soñó a una Marilyn Monroe que nunca conocería. Soñó que la abrazaba y al abrazarla su cuerpo y el de ella crepitaron, empezaron a latirse. Así se resucitaron, como quien dice. Así se nacieron y no, no han muerto. Ni él, ni ella.
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