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Juan Gelman, poeta nuestro, diez años después sigue lúcido y de pie contra la muerte

El corazón tiene rostro y ese rostro recibió una pedrada en el medio de la frente: “Murió Juan Gelman”. A la noticia que avisa lo insoportable, cada uno la afronta como quiere; o como puede.

29/01/2024 07:52
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Por Rodolfo Braceli, Desde Buenos Aires. Especial para Jornada

A mí me nació reputear. Lo primero que me brotó fue: ¡Que los recontramil parió!!! Y así sucesivamente. Porque, ¿cómo es posible que de pronto se nos muera un tipo así de poeta?

   Mi conversación con Gelman empezó en 1965, en Mendoza, y siguió con los años  con un reportaje que le hice para ADN de La Nación. Refiero lo del 65. Alberto Patiño Correa (galerista, entonces casado con Pampa Mercado, hermana de Tununa) trajo a Mendoza a Juan Gelman, Paco Urondo, Tata Cedrón y dos músicos más. Para presentar “Madrugada”, disco con poemas de Gelman tangueados musicalmente  por Cedrón. El día anterior al recital vivimos horas de ésas que la memoria no suelta. Gelman lo recordó con nitidez décadas después. Dijo: “¡Chivito! Comimos un chivito en la montaña”. Fuimos hasta el Puesto Lima; allí nos esperaba el asado. Bebimos vino sin miramientos. De vuelta a media tarde, desandando la montaña nos encontramos con nubes muy bajas, reventaban de gordas. El Tata propuso “¡bajemos aquí!” Eso hicimos, enseguida Cedrón y sus músicos estaban tocando. Parece soñado, pero las fotos atraparon aquel pestañeo de eternidad: ahí está Gelman bailando a la intemperie con Zulema Katz, compañera de Urondo. Al decir de Patiño Correa “entonces bailábamos valses y estábamos todos…” Éramos felices y no lo sabíamos. Soñábamos a rajacincha, sin tiempo para presagios.)

   Otro pestañeo y ya en el 2010. Entrevisto a Gelman en un café de Rivadavia y Medrano. Llega diez minutos tarde, y se disculpa: “vengo de almorzar con un nieto”. Me muestra, como si fueran trofeos, una longaniza y un par de botellas con vino de Luján de Cuyo. “Un express con espuma de leche”, pide este hombre que supo encontrar a su nieta robada en los años de limbo y de infierno. Su dolor de padre y de abuelo pudo haber estrangulado a su poesía metiéndola en el callejón del desgarramiento y del furioso reclamo. Pero Gelman no abdicó; sin arriar el insomnio de su conciencia, no le dio tregua a la espiral desatada de su poesía. Este hombre, a las palabras, hoy tan deshilachadas y desteñidas, en sus poemas les mete tajo, hondo las raja, las hace aullar, alarir. Destripando palabras, al sustantivo lo muta verbo; al otoño lo hace otoñar; al pan, panar; ¿y al mundo? Mundar. Gelman, tajo mediante, siempre va por más, buscando, como Girondo, “la másmedula”.

   Comparto ráfagas de aquella conversación. Empecé con una pregunta grave:

–¿Cómo te llevás, Juan, con eso que llamamos “el tiempo”?

–El único consuelo es que envejece con uno.

–Contame de tu parto. ¿Colaboraste o no?

–Colaboré. Cuando mi madre me dio a luz yo quería estar al lado de ella, es lo menos que puede hacer un caballero.

–¿Te recordás naciendo?

–¡Por supuesto! Lo que me costó. Mi madre estuvo veintiséis horas en la cama dura, hasta que yo, peleando, pude salir, con 5 kilos y medio. Fue a las 11 de la mañana, creo. Nací porteño, en el hospital Durand. Había una cancha por ahí, a la que después íbamos los del barrio a jugar a la pelota.

–Hincha de Atlanta.

–Sí, hombre, no me lo recuerdes. Siempre de Atlanta, ¡aunque ganara!

(…)

–Hablemos de la utilidad de la poesía. ¿Es verdad que sirve para“levantar mujeres?

–Cuando tenía 9 años yo quería enganchar a una vecinita de 11 y le mandaba poemas de Almafuerte como si fueran míos.

–¿Y?

–No pasaba nada, entonces dije bueno voy a escribir yo.

–¿Y?

–Nada. Pero yo seguí. Me consta que hay gente que ha usado mi poesía. Mirá, yo escribí un poema que se llama “Ofelia”, lo leí en una entrevista que me hicieron en un café… Al finalizar se me acerca una chica: “¿Ese poema es suyo?” “Sí, mío”. “¡Hijo de puta!” “Mire señorita, disculpe, el poema no será muy bueno pero yo soy un hombre decente”. “No –me dice–, hijo de puta el novio que tuve, que me lo mandó como que era de él.”

    ((Seguimos charlando con Gelman en la vereda. Mientras el fotógrafo hacía lo suyo, me puse a conversar con hebras entresacadas de un libro suyo. Dice Juan poeta:

–“Miro mi corazón hinchado de desgracias...”

–Pese a todo, Juan, con nosotros el amor.

–“Somos los que encendimos el amor para que dure… Hemos quemado el miedo, hemos mirado frente a frente al dolor antes de merecer esta esperanza”.

–La esperanza, ¿derecho o deber?

–“Si me dieran a elegir, yo elegiría esta salud de saber que estamos muy enfermos, esta dicha de andar tan infelices… Yo elegiría este amor con que odio, esta esperanza que come panes desesperados.”

   Gelman me pone la mano en el hombro, salgo de mi diálogo ilusorio. Pienso pero no se lo digo:

Gelman, cómo no te ibas a llamar Juan. Tu nombre convertido en una sola sílaba, arrojada.

¿Podría ser ahora, Juan, que suspendiéramos toda palabra dicha en voz alta, dicha en grito o dicha en escritura?

¿Podría ser que nos diéramos aquí mismo un abrazo a pleno sol en la plena noche?

   La parte final del diálogo sucedió en el Peugeot 404, modelo 69, que conservo de mi padre. La ciudad atorada de autos y bocinazos. Imperdonable lo mío: empecé con una pregunta grave, concluí con otra semejante:

–Juan, recién me dijiste que la muerte te molestaba. No me dijiste por qué.

–Porque no me va a permitir que siga queriendo a los que quiero.

    Posdata hoy.  Me retuerzo adentro del interrogante: ¿Cómo, cómo es posible que de pronto se nos muera un tipo así de poeta? Damas y caballeros, la muerte es una feroz canallada. Pero –y aquí se viene la coartada del agnóstico–: ¿quién nos asegura, como andan diciendo, que Gelman se ha muerto de por vida?

    Nos queda el consuelo de sentir que el supuesto muerto, nuestro Gelman, ahora está respirando de otra manera. El consuelo de saber que el aire tiene más memoria que los humanos y que aquel aire que lo tocó a él, el poeta, es el mismo aire que nos está tocando ahora a nosotros. Estamos convencidos, entonces, que aire mediante nos estamos tocaaando. Algo más sabemos: que él, el poeta, ahora no descansa en paz, descansa en intensidad.

    ¿En este desconsolado mundo habrá alguien que se atrevá a decir lo contrario?

¿Ese alguien qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de 5 años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos niños habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte”.

Hace diez años dicen que falleció en Méjico. ¿Acaso vamos a decir ahora “diez años sin él? Dejémonos de joder: Juan Gelman sigue respirando nuestro aire, encendido de conciencia. Juan Gelman en el 2024, ahí está, sigue de pie contra la muerte.

* zbraceli@gmail.com    ///   www.rodolfobraceli.com.ar

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Las declaraciones y opiniones expresadas en este artículo son de exclusiva responsabilidad de su autor y no representan necesariamente el punto de vista Diario Jornada.

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